Luis
Buñuel, alacre alacrán del desierto aragonés,
aragonés
–y sordo- como Goya y Servet,
pero
también como Sade y Voltaire francés,
orate,
blasfemo orante con palabra de acíbar, de hiel,
padre
de Nazarín de Nazaret,
no
hay más que verte, enemigo de los clichés,
tus
rasgos parecen tallados a troquel,
tienes
una cara excavada en cristal de roca o piedra pómez,
como
una cuchilla el filo de tus planos corta la pupila de la cámara,
tienes
aspecto de sacristán
con
el corazón embadurnado de chocolate o alquitrán
pero
con tu lente enfocas la disección de una clase social,
tienes
ojos de besugo putrefacto
pero
en el abierto párpado blanco de la pantalla
enhebras
tus tranquilas obsesiones, tus obvias contradicciones,
tus
deslumbrantes revelaciones, tus sombrías iluminaciones,
apóstol
apóstata, ateo maniqueo,
tu
vida es un puente de lianas entre los jesuitas y los surrealistas,
Breton
destazó el vientre de una nube preñada de halcones
para
mostrarte las vísceras de la luna que San Ignacio te ocultaba,
Buñuel,
hereje iluminado, mártir de productores,
truculento
humanista, cineasta tremendista, fetichista,
español
esencial, bestial, irracional, visceral,
pionero
del documental,
excavaste
un túnel secreto de Los Monegros a Las Hurdes,
agraciado
con el don de la inoportunidad,
antisentimental,
anticonvencional, para ti lo moral es inmoral,
explorador
de la mente,
revelaste
los atajos del inconsciente, lo desbrozaste
con
el filo de tus imágenes, un machete
que
corta las lianas y malezas de la culpa,
descubridor
del caudal del deseo, un río con cabellos por algas,
del
horizonte espejeante de espejismos de la psique,
de
los monstruos y cambiantes paisajes del subconsciente,
de
los montes de la rebelión y los valles de la depresión,
entomólogo
de hombres avispa, de psicópatas inocentes,
cartógrafo
exacto del vago país de los sueños,
cronista
de las grandezas y miserias de los solitarios
Simón,
Robinson,
pintor
en tabla rasa de tonos pardos, grises, ocres,
realista
y surrealista, Mirbeau y Dalí,
compusiste
la descomposición de un burro,
un
desgraciado que acarreaba el piano de sus culpas,
un
obispo mitrado y defenestrado,
el
guarda de un añoso bosque que mata a su retoño,
surrealista
y realista, Aragon y Galdós,
a
través de la ceguera de los hombres delatas la ilusión de Dios,
a
través de la tristeza de los niños la crueldad de los adultos,
a
través de un náufrago sabio las injusticias de la civilización,
Buñuel,
antiburgués,
sacrílego
celebrante de liturgias, esas muletas del poder,
profano
artista que profana los cadáveres de los ritos y costumbres
pero
amante de los misterios, incluso los de Dios,
de
un manotazo descubres la estatua terrible del amor,
el
ángel que con una espada alienta en nuestro interior,
desvelas
el busto del deseo en movimiento y libertad,
maestro
de la antítesis, de la perífrasis, de la antífrasis,
del
sí pero no y quizás sí,
recreador
de Tristana y de su hermano Nazarín,
autor
de películas mexicanas que no parecían mexicanas
sino
universales,
la
última de ellas ni siquiera película sino pesadilla,
hipnotizador
de los espectadores con el ballet de los actores,
con
el dinamismo de las imágenes y de la cámara en movimiento,
Luis
Buñuel, jefe de pista
que
abre la jaula de las insaciables fieras de la imaginación.