Fruto de mi amor
por la muerte, Frankenstein,
las cruzadas
tibias chasqueando bajo la risa de la calavera,
hijo de mis
nupcias sobre la tabla del laboratorio como una lápida,
las tibias
entrechocándose a ritmo de pianola de prostíbulo,
de tambores de
patíbulo,
como un padre te
di mi apellido, Frankenstein,
hijo del loco
dios, del amo del rayo y del trueno que fui yo,
humano monstruo,
demasiado humano:
Frankenstein,
enemigo del fuego, eres horrendo y portentoso,
voraz y
sensible, torpe y fatal,
pero también
víctima, solitario y desolado,
necesitado del calor
de la amistad, temeroso del frío de la soledad,
te concebí a
imagen y semejanza del hombre,
engendrado por
mis amores en un catafalco con la dama pálida de luto,
padre de nadie,
eres el único hombre cuya madre es la muerte,
cuando ingresaba
al laboratorio alguna joven bella y morena,
mis ayudantes la
recibían con risas, ella me miraba y yo la reconocía:
era la muerte,
cuando una
doncella era admitida en el servicio del palacio de mi padre,
los criados la
saludaban, bruna y risueña me guiñaba y yo la reconocía,
cuando una
prostituta nueva llegaba en el carro engalanado,
cuando una
enfermera, cuando una viajera, cuando una posadera,
la muerte era la
mujer que yo encontraba en todas las mujeres,
Frankenstein,
encarnado por el polvo de los muertos,
eres un ejemplo de
que la muerte es vida y la vida muerte.
Pero sabes que
reniego de ti, ya no te reconozco,
hijo bastardo,
malnacido, maldecido,
te odio como un
novelista a su auto destructivo alter ego,
eres hijo de mi
pecado y pareces mi hermano, mi aliado,
ser de
pesadilla,
ojalá no me
hubiera atrevido a profanar como una tumba
los secretos de
la vida,
ojalá te
hubieran linchado, obra de mi osadía,
cuando en mi
noche de bodas me creyeron muerto,
en mis nupcias
con Elizabeth, no con la muerte,
quisiera que no
existieras,
pero ya llegas
con la jauría en tus pasos de tus sentimientos heridos,
con las órdenes
de Pretorius en los troncos de tus brazos sonámbulos,
con la venganza
que como la sed con un tornillo te ensarta la garganta,
con el castigo
en tus ojos acusándome de haberte dado herencia de despojos,
ya llegas con la
amenaza batiendo en el estrépito de tu sombra,
con tu exigencia
desbordante de que te componga una semejante,
una novia que
sea tu hermana incestuosa, otra hija de la muerte,
una novia a la
que una tormenta desencadene la vida,
una novia
fecundada por un relámpago que horade el vientre de una nube,
una novia con el
corazón eléctrico y el cerebro palpitante,
una novia a la
que un trueno le descerraje la primera palabra articulada,
una novia con el
cuerpo de una muerta y el alma de la lluvia melancólica,
una novia que
demuestre que la vida es muerte y la muerte vida.