
En
la noche de guardia al soldado raso Carlos García le tocó Anselmo Grande de
compañero.
-¿Qué hora será?
-… No sé, las doce pasadas –le
respondió Anselmo a regañadientes.
-No puede ser –se iluminó el
reloj con la linterna-. Las once y veinte. El tiempo no corre en las guardias.
El bulto de Anselmo se agitó en
la penumbra. Tenían prohibido prender las luces para evitar que el enemigo o
los contrabandistas los vieran desde el mar.
-Dios, qué pesadez. Una noche
eterna –dijo Carlos mirando por la tronera. La luna abría en el mar un surco de
plata. Las olas jadeaban entre el encaje fosforescente de espuma. El viento
ladraba en los intervalos de silencio.
-Siempre me duermo en las
guardias. Podríamos turnarnos para echar una cabezadita. No sé cómo te las vas
a arreglar para montar cuarenta guardias seguidas. Ésta es la primera, ¿no?
-…
-Y puedes darte con un canto en
los dientes de haberte librado de un consejo de guerra. Agredir a un superior
no es ninguna broma… ¿Quieres café?
Carlos extendió el termo en la
oscuridad ritmada por el oleaje y por la respiración agitada de Anselmo. La
brasa encendida de su cigarrillo brillaba como una luciérnaga.
-¿No? Fumas demasiado. Todavía
estás nervioso por lo que pasó… La vida es difícil en este puesto. Estoy deseando
que me trasladen… Uf, qué frío –Carlos se arrebujó en su capote-. Esta humedad
me cala los huesos… Se pasa uno el día obedeciendo órdenes y luego viene la
noche de guardia. La incertidumbre sobre si alguien desembarcará. Tú por lo
menos vas a tener contigo a tu mujer y a tu hijo. Qué bien, ¿no?
-Sí.
-Los echarás de menos. Es una
suerte que vengan a instalarse aquí. ¿Cuándo llegan?
-…
-¿Qué te pasa? Estás muy
callado esta noche. ¿Te ha comido la lengua el gato? No me extraña, este
ambiente enloquece a cualquiera…
Carlos se desprendió de los
correajes y dejó la pistola a un lado. Cerró los ojos y su respiración se
ralentizó en la oscuridad. Se quedó adormilado hasta que un chasquido del
movimiento de Anselmo lo espabiló.
-¿Adónde ibas?
-…
-Si querías ir a las letrinas
me tendrías que haber avisado.
-No –la voz de Anselmo sonó
seca, agarrotada, estrangulada, como si hablara con la boca llena.
-Está bien, Entiendo que te
encuentres mal. Te han degradado y castigado con las guardias, pero es lo
mínimo que te podía caer. ¿A quién se le ocurre atizarle al teniente Pérez? Y
no es que no te entienda, en el campamento no hay ni un solo soldado que no
esté a tu favor. ¿Qué te dijo para que reaccionaras así? ¿Hizo trampas al
póker? Todo el mundo sabe que las hace, abusa de su estatus superior. Solo que
hasta ahora nadie se había atrevido a rebelarse y cantarle las cuarenta.
Supongo que te pilló en un mal momento y no pudiste soportarlo.
Un golpe procedente del
exterior hizo que Carlos mirase por la tronera. Un pescador desembarcaba en la
orilla. El temporal le impedía faenar. De la oscuridad rugiente del mar surgía
la oscuridad de la noche, donde ardían estrellas heladas.
-El póker es el único
entretenimiento que tenemos. Aquí la vida es dura. ¿Cómo entretienes el tiempo?
-…
Carlos tuvo la sensación de
hablar solo. Anselmo se hallaba ausente.
-Se hacen difíciles incluso los
permisos. El pueblo es pequeño y no ofrece diversiones. Llevo un tiempo
divirtiéndome con una lugareña, es la única oportunidad de matar el tiempo. La
chica va en serio, pero yo tengo novia. Cada semana tengo carta suya. ¿Qué
harías tú en mi lugar? –el bulto de Anselmo se removió inquieto-. Ya sé que la
fidelidad es importante para las parejas, pero…
La quietud ahogó las últimas
palabras de Carlos, que volvió a quedarse dormido en su rincón. Soñó con una
mujer que le daba un portazo que sonó como un disparo y él se quedaba afuera,
desamparado. Y fue una detonación lo que le despertó. Un mal presagio le hizo
abrir los ojos como platos.
-Anselmo, ¿dónde estás?
La soledad era un mal
presentimiento. Se levantó y conducido por el mal pálpito salió de la garita en
busca de su compañero. El olor a algas podridas intensificó su malestar. Como
un fantasma apareció el pescador, que se le acercó con paso ominoso sobre la arena
y le dijo:
-El cuerpo de su compañero está
en la orilla. No lo he tocado.