Entre la serena desesperación del pasado y el vacío probable del futuro
como los muertos te vas
quedándote y te quedas yéndote por el túnel de viento,
capitán de espuma,
ladrón de mi luto, albatros nocturno,
estaría loca si de
tanto inventarte para que me habites los sueños,
fantasma de mi deseo,
inquilino de mi soledad, estaría loca
si como una santa o una
artista por ti olvidara la vida,
delfín del más allá con
barba de mirra.
Ni siquiera vivo mi
marido tenía más carne que tú,
y cuando su recuerdo se hubo desteñido en mi memoria
con Martha y mi hija me vine a la costa a habitar una vida que fuese solo mía
y alquilé verdes ilusiones
y esta casa que con las cofas de las terrazas,
los aleros vibrantes
como velas y las gaviotas halagando las cornisas
parece una nave
surcando las aguas estancadas del tiempo.
Sí, las ventanas me
guiñaban, la puerta quería besarme y las cortinas abrazarme,
así que me quedé y cada
noche me seducían las canciones del viento
y los poemas que como novias abandonadas decían las sirenas en la niebla:
encerrarme en tu casa
me dio la libertad de los muertos.
Había corrientes de
frío, risas en la oscuridad y los muebles danzaban de noche:
saturada de tu ausencia
era una mansión encantada, encantadora.
Porque me habían hablado de ti empecé a soñarte,
me dijeron que cuatro
años antes te habías suicidado y por eso rondabas,
y aunque por el óleo que titilaba en la penumbra sabía cómo eras,
cada vez que me adormilaba
te inventaba en los claroscuros del duermevela,
me imaginaba que el
perro te detectaba,
que el reloj se paraba en un infarto del tiempo,
que el reloj se paraba en un infarto del tiempo,
que en el rincón se
condensaba tu sombra y como una capa oscura
para abrigarme la
esperanza te cernías sobre mí, dormida en el sillón,
hasta que me despertaba
el tableteo de la puerta de la terraza
y abría los ojos al
ocaso transido de nimbos y fantasías.
Pero creer en ti era
tan difícil como en Dios,
así que para no deshauciar mis ilusiones
así que para no deshauciar mis ilusiones
una noche de tormenta (ya
se sabe que son propicias a los fantasmas),
me decidí a hablarte y
a que te me aparecieras despierta:
viendo que yo amaba
estos umbrales tanto como tú
dejaste que me
albergaran como guardiana de tu recuerdo.
Entre la frustración
tranquila del pasado y el blanco olvido del futuro,
delfín del otro
mundo con barba de mirra,
me has vuelto contraria
a los hombres, ciega al día y lúcida las noches sin luna,
y con ojos de gata distingo la fosforescencia del mar en la niebla
como si estuviera en
llamas, las tinieblas me son incandescentes,
¿acaso no soy en la
vida la única que puede verte?
De tanto hablarte y
hacerte hablarme vas a volverte real,
y en tu instantáneo
vacío la hiedra de la niebla armará tus huesos
y las volutas de vaho se
vertebrarán en el árbol sombrío de tu cuerpo,
¿acaso no es lo único
real aquello que se imagina?
Bronceado fantasma,
Daniel, príncipe transparente,
solo dejarás de existir
cuando deje de pensarte,
no eres tú a mí sino yo
quien te ampara,
al principio eras el
marino de mis lecturas, aventurero y pecador,
fatuo y malhablado,
pero con el tiempo te fui matizando con mis deseos,
como una estatua te vacié al molde de mis necesidades,
y acabaste siendo
humorista y sabio, generoso y romántico.
Para inventarte una
verosímil biografía avancé en mi locura
y segregándome de la
vida me clausuré para escribir de ti.
Fantaseé sobre tu
infancia, decidí que fueras huérfano, un niño travieso
y un joven inquieto,
tuve imaginarios celos de tus amantes portuarias
y de la esposa que como
yo ahora aguardaría tu regreso
mirando el mar por
ventanas ciegas, te atribuí una risa torrencial
y unos ojos vidriados
de amor donde se hundiría el mar,
y te convertí en un capitán que se orientaba con coordenadas de eternidad.
Y ahora que encerrada
en este cuarto he concluido mi novela sobre ti
como si de veras me la
hubiera susurrado la brisa de tu voz,
después de haber
renunciado a pretendientes y hasta descuidado a mi hija,
cuando te he dotado de
plena realidad, veo que tu vida es mi muerte,
y aunque sé que como
antes huí del mausoleo de mi marido
ahora tengo que hacerlo
de ti y relacionarme con los vivos,
no esperaba que fuera
tan arduo olvidar a quien he inventado,
capitán de mi soledad,
delfín del más allá con barba de mirra,
humo de mi ilusión que
ya se disuelve, transparencia encarnada en el vacío,
aparecido desaparecido,
puro aire, ausencia, nada.
¡Sublime! Enhorabuena. Sinceramente, las odas dan un especial sentido a tu blog. Sigue escribiéndolas, por favor.
ResponderEliminarGracias, Marian, con la madeja de dudas de la que (quizá por suerte) nunca salgo, tu opinión influirá en la marcha del blog.
ResponderEliminarSuperbe Trevor. Te has superado a ti mismo
ResponderEliminarMuchas gracias, Celia, me alegra de que lo hayas disfrutado.
ResponderEliminarUna gozada. El placer de la lectura se incrementa con cada frase escrita. La envidia también.
ResponderEliminarUn placer, de verdad.
Muchas gracias! Pero en lo que soy envidiable es en tener a una lectura como tú. Besos.
ResponderEliminarMe has alegrado el domingo. En serio, una verdadera delicia.
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado. La película merecía el esfuerzo de escribirlo.
Eliminar