En Viena, el año de
gracia –y desgracia- de 1900.
Querido Stephan: te
odio
porque como un padre
que niega a su hijo
no supiste reconocer lo
que era tuyo,
maldito Stephan: te amo
porque como nadie
debería repudiar su vida
ni siquiera tú puedes
renunciar a lo que es tuyo.
Largo tiempo he
imaginado cómo no me imaginabas,
y desde la niebla
adonde me han traído los servidores del tifus
veo que con los tres
golpes del destino llaman a tu puerta los dos padrinos.
Puedo imaginar el
duelo: el alba ebria entre los cipreses, un río turbio,
el negro destello de
una levita, un sordo estampido que no es de corcho,
el espanto de los
pájaros de luto, tu sombrero de copa en la hierba.
En el instante de
acoger la bala te sentirás tan joven como cuando te conocí,
yo tenía trece años y
antes de verte me habló de ti la carreta de mudanzas,
me hablaron de ti los
muebles estilo Imperio, tus pentagramas, el piano,
los
programas de tus conciertos, las críticas entusiastas, me hablaron de ti
las notas de plata que
como en una medalla esculpían tu perfil en el aire,
tus escalas por el
perfume de galán ascendiendo entre las hojas a la luna,
tu silueta que cada
noche grácil se insinuaba en los visillos iluminados,
hasta el día que te vi
en la escalera y de tu cara y de tus ojos fluyó un ritmo
como la música que
imaginaba tocabas para alguna desconocida,
tu mujer ideal, yo, que
aún tendrías que esperar a que creciera,
o como el silencio que
hechizaba tus aposentos cuando te ausentabas
y yo perseguía tu
estela por los lechos, los divanes, los canapés
donde a tu vuelta
tumbabas las risas de las mujeres con quienes regresabas
pero que no eran para
quien tocabas Chopin, Mozart, Liszt
porque ellas no te
entendían como aquélla que para ser tuya
solo tendría que cruzar
ensimismada el cristal de la adolescencia.
Aunque en los poemas no
deberían pasar el tiempo ni brillar más flores,
cuando has leído éste ya
se ha marchitado la rosa blanca de mi vida.
En Linz dejé que mamá
me enredara la juventud en la madeja del hogar
y aburrí lienzos y
retazos bordando las figuras de mi nostalgia.
A mi vuelta a Viena la
recorrí en tranvía adivinándote en cada plaza,
tú no te habías mudado
y volví a oír la música de tu ventana encendida.
Dejé que me conocieras,
pero sin decirte quién era para que me reconocieras
como aquella desconocida
para quien hasta entonces habías tocado el piano,
tu mujer ideal que ya
había crecido lo bastante para ser tuya,
pero solo me cortejaste
como a una más, te deslumbrarían las joyas,
el champán, el fulgor
de las arañas, el esplendor del sol en el Prater,
era invierno y sin
embargo en la nieve todo florecía,
las luces, las copas,
las máscaras, las rosas blancas que me regalaste,
y hasta floreció mi
vientre con el hijo que no llegaste a conocer.
No quise retenerte solo
por su causa, mi sombra aún era plana,
y en la estación supe
que en lugar de tres semanas te despedías para siempre
y que tus promesas se
desharían en jirones con el humo de la locomotora.
Cuánto te he soñado,
querido Stephan maldito,
incluso a través de las
pieles, rasos y sedas que jalonaron mi matrimonio,
los bailes, recepciones
y embajadas que me ennoblecieron.
Casada con el padre de
tu hijo te reencontré en la ópera,
y por tus mejillas
insomnes abandoné a mi hijo que dormía confiado,
por tus ojos borrachos
abandoné la leal mirada de mi marido,
por tu palidez de
cínico abandoné los brocados negros del lujo.
Y aunque intenté que me
recordaras por las rosas blancas no me reconociste,
volviste a intentar
seducirme con la irónica táctica de que no recordabas
dónde me habías
conocido, seguiste sin reconocer a la desconocida
para quien habías
tocado el piano que tus alcohólicas manos ya ignoraban.
Querido Stephan: te
odio
porque como un padre
niega a su hijo no supiste reconocer lo que era tuyo,
maldito Stephan, te amo
porque aunque nadie
debería renunciar a la vida tú le abres
a unos padrinos que ya que no lo serán de nuestra boda
a unos padrinos que ya que no lo serán de nuestra boda
te guiarán a esta
niebla donde me han traído los servidores del tifus:
amor o muerte, rosas blancas o negras,
ni siquiera tú puedes repudiar lo que te pertenece.
ni siquiera tú puedes repudiar lo que te pertenece.
Ánimo Cinéfilo Secreto... que ya no le eres tanto. Salu2.
ResponderEliminarSí que me van desenmascarando poco a poco, al final todo se sabe. Saludos y gracias!
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