¿Cómo voy a dejar de
quererte si ni siquiera puedo dejar de beber?
Es un hecho: con tres
tragos más me sentiré como si estuvieras conmigo
y mi esposa saliera del
pantano de la enfermedad donde la empujé,
tres tragos más y podré
oír tus pasos como los de la nieve en el sendero,
intuir que lo que
transmute este cuarto sea tu presencia,
sentir el viento de tu
pelo como una brisa que me seque la tristeza
de los pómulos. No quiero ponerme sentimental pero recuerdo
todas las noches que
como una perra a mi puerta velaste mis borracheras,
que con la devoción de
una sacerdotisa por un culto prohibido
por mí has renunciado a
formar una familia,
las veces que ante los
demás nos alegrábamos de volver a vernos
y no hacía una hora que
despegándose nuestras bocas se habían despedido.
Parecemos dos jugadores
de ajedrez que se dan patadas bajo la mesa.
¿Cómo voy a separarme
de ti si nunca podremos casarnos?
Es un hecho: dos tragos
más y me sentiré como si estuvieras conmigo,
aunque tan ausente como
cuando estudias un papel o tan enfadada
como cuando nos
conocimos y a la broma de que yo era demasiado bajo para ti
te respondí que con el
tiempo ya te pondría a mi altura.
Sí, con un par de
tragos sentiré tus pasos de cómplice en el pasillo,
el aura de alegría que
te anuncia como el mensajero la buena noticia,
el rumor redondo de tu sangre,
el helado calor de tu piel,
como un ciego que
recobra la vista veré el destello de tu pelo
o el azul turquesa de
tus ojos, pero no quiero ponerme sentimental.
Aunque enemigas, la
botella y tú os parecéis en algo más que la silueta,
no os agotáis nunca,
las dos sois sinceras y en apariencia frías,
me hacéis soñar y
tenéis la piel igual de transparente.
Parecemos dos jugadores
de golf que con los palos se traban las piernas.
¿Cómo voy a herirte si
ya no disfruto ni haciéndome daño?
Algún mártir cristiano
debería haber probado a ser un borracho.
Es un hecho: un trago
más y me sentiré como si estuvierás aquí,
como si yo no fuese
católico o Dios no existiese
ni aquel día de lluvia
hubiera entregado mi palabra a mi esposa.
Recuerdo tu colérico
pelo y pienso en un atardecer de otoño,
en la hoguera que
tiembla en un claro del bosque, en el trigo maduro al sol.
Pero no quiero ponerme
sentimental y recuerdo las mesas distantes,
los remotos asientos
de avión, las habitaciones separadas como planetas,
los días en que te he
dicho que amarte era como beber,
todo lo que de mí han
tenido que soportar tus huesos de cristal.
Parecemos dos ciclistas
de un tándem pedaleando en direcciones contrarias.
Es un hecho: por el
pasillo vienes de puntillas como lluvia repiqueteando:
estás acostumbrada a
venir a escondidas,
y como el ingrávido
cadáver de mis esperanzas yaces en mi regazo.
Parecemos dos
boxeadores que delante del público se besan en la boca.
Sabes, la relación entre ellos dos, debió ser tormentosa o aguada entre lágrimas de impotencia. Pero se pudieron mirar a los ojos.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Es cierto, nunca tuvieron nada que reprocharse... Y a cambio de su problemática eludieron el tedio conyugal, seamos positivos! Muchas gracias por tu interés, colega bloguera.
EliminarMe ha encantado y me ha emocionado. Me espera una larga noche de lectura, escritura y algo de bebida. La primera copa a tu salud.
ResponderEliminarMe alegro! Ya me pareció oír por ahí un tintineo de cubitos y el repiqueteo de un teclado. Saludos.
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