Querido papá, perdóname
por lo que voy a hacer
y que ni siquiera los
Larrabee –salvo David- podrán impedir,
pero me niego a que mi
amor duerma como la lechuza del jardín
y no puedo seguir
soportando el infierno de Long Beach:
yates con sentina,
fiestas que decaen a través de la grieta de una copa,
cenas donde la vergüenza se hunde al fondo de la sopa de tortuga,
un sol que sale con
puntual servilismo de mayordomo,
Rolls Royce con
chóferes tan sordos como tú a los gemidos de atrás,
piscinas donde sin
quitar el tapón del fondo se desagua la decencia,
amores que se consuman
con la exacta frialdad de un put en el hoyo 18.
Un lugar donde el amor
está peor visto que un adúltero
o un hombre serio que compra las sonrisas por veinte dólares la hora.
o un hombre serio que compra las sonrisas por veinte dólares la hora.
Ante todo no quiero que
David venga a mi funeral:
cambiaría el réquiem
por música de baile
y ligaría con las
asistentes regalándoles las rosas de mis coronas,
luciría su smoking
blanco en señal de luto
y traería su ráfaga de
risas, vapores alcohólicos y perfumes de mujer,
entreveraría con el
incienso el humo de sus cigarrillos ingleses
y jugaría al billar
sobre el forro de fieltro de la tapa del ataúd,
firmaría con una
caricatura en el Libro de Honor
y entre los deudos repartiría chistes en
lugar de pésames,
sacaría los naipes de
entre las hojas de la Biblia
y junto a los cirios
pondría una tarta de nata con diecisiete velas.
En lugar de David con
su paraíso portátil de tragos y sonrisas
prefiero que asista
Linnus con su rictus de nubes y crespones negros.
Querido papá,
pensándolo mejor
quiero que me entierren
bajo el césped del campo de polo
después de haber
instalado la capilla ardiente en la pista de tenis,
allí mismo donde David
acaba de asestarle un revés a mi corazón
bailando a través del
estribillo de mis celos con la nieta del National Bank,
-¿Por qué será él tan
rubio y yo tan morena?-.
Quiero que un
descapotable traiga derrapando mi ataúd
y que el Pastor oficie
desde lo alto de la silla del árbitro,
que armen el catafalco
en la misma red para que el público
se ahorre mirar de un
lado a otro el peloteo de los ángeles por mi alma,
y que haya un discurso
y banquete fúnebres con canciones y canapés.
¿Por qué será el tan
bromista y yo tan seria?
¿Por qué será tan
popular y yo estoy tan sola?
Aunque, pensándolo
bien, papá,
si David viniera por
una vez sería él quien me miraría
en vez de yo a él
cuando se convierte en el foco de las fiestas,
en la lámpara en torno
a la que como polillas mariposean todas,
y desde la rama de un
arbusto aburrido de mis sueños
yo lo observo como una
paloma triste o un amargo fruto,
como la lechuza en la
que no quiero que se convierta mi amor,
pidiendo a la luna que
yo sea más rica o él más pobre.
Locura por esta película.
ResponderEliminarBuenísimo testamento. Yo también quiero que derrapen mi ataúd, aunque sea en un seiscientos.
Ja, ja... Bueno, a mí me da un poco igual porque, como diría Groucho, no estaré allí para verlo.
ResponderEliminarEn cuanto a Sabrina, es sin duda la mejor comedia romántica.