Tócala,
Sam,
aunque
ni tú seas Louis Armstrong ni yo Jay Gatsby,
tócala
otra vez, Sam,
te
lo digo ahora aunque antes nunca te lo dijera,
tu
voz de café no es un sucedáneo ni un eco,
qué
verdadera
tu
voz de chocolate, tu voz de cachalote;
de
Francia queda la moneda
y
la hipocresía de la bandera,
ni
siquiera queda París,
rebajan
el champán con agua de Vichy;
de
Ilsa no quedan más que sus reflejos
en
los añicos de esta copa;
de
mí queda una sombra,
una
silueta que lleva años reptando
por
las mezquitas, por el mercado, por las plazas
de
Casablanca.
Contigo
al fin del mundo,
decía
Ilsa con fulgor de novia,
nadie
detendrá nuestro tren,
te
querré siempre,
frases
herrumbrosas que me sonaban a plata,
y ante
la épica historiada del Arco de Triunfo,
yo,
el campeón de las causas perdidas,
tuve
miedo de perder, de perderla.
¿Sabes,
Sam, centauro del piano?
Sin
duda la revolución triunfará en América;
Hitler
presentará la dimisión;
Ilsa
y yo bridaremos por el amor.
Pronto
celebrarán la Navidad en Times Square,
y
tengo tantas oportunidades
de
olvidarla
como
un refugiado de escapar de Casablanca.
Viajaremos
en ese tren, decía,
por
las ventanillas nuestro amor alumbrará
las
noches de terciopelo de la Costa Azul,
decía
con voz de serpiente,
Sam,
el recuerdo de París
es
una cobra contra mí,
y
mientras los dedos de luz del faro
alumbran
el último rincón de mi conciencia,
mi
odio es un monstruo de siete cabezas
que
en llamas rojas salen de la playa del Bourbon,
y mi
tristeza es una sirena ebria
varada
en la margen izquierda,
tócala,
Sam,
en
Broadway celebrarán el último estreno
y
aquí se ha levantado el telón de la tragedia,
tócala
otra vez,
te
lo digo ahora aunque nunca antes te lo dijera,
tócala,
Sam,
aunque
no sea verdad que el tiempo pasará,
el
tiempo se rompe como una copa,
o
se raja como un espejo,
o
explota como una bomba de la Resistencia,
tócala,
Sam,
aunque
ni tú seas Ray Charles ni yo Scott Fitzgerald.
Como
una sombra
a
punto de desleírse en el ocaso
para
licuarse en la última gota de luz
y
convertirse en un espectro,
como
un reflejo
a
punto de disolverse en el espejo
para
cristalizarse en el último añico de luz,
así
Rick en Rick’s recuerda París,
con
su smoking blanco
como
una paloma sobre el cielo de Berlín,
como
un cisne en el asedio de Madrid,
así
Rick
recuerda
el éxtasis.
Tócala,
Sam; si Ilsa puede oírla, también Rick,
aunque
ya no sea el que entró en Berlín con dieciséis,
no
es el mismo desde que dejó París,
cuando
lágrimas de lluvia borraron la tinta,
fue
como si la Torre Eiffel, el Campo de Marte,
las
Tullerías, el Luxemburgo, Notre Dame,
París
se alejara de mí,
cada
vez más pequeño el Arco
al
fondo de los Campos Elíseos
a
ojos de un alemán
de
pie en su tanque marcha atrás.
Tócala,
Sam,
aunque
ni tú seas George Gerswin ni yo Ernest Hemmingway,
mientras
que tu voz sigue cantando como un pájaro
sobre
los alambres del pentagrama,
de
Francia quedan La Marsellesa, el mariscal
que
desde los carteles ve morir a los héroes,
él
ya no lo es,
de
Ilsa quedan jirones de un ideal,
es
una mujer fantasma que yo me inventé,
nada
sabía de ella
salvo
que se hizo una ortodoncia en Estocolmo,
que
sus ojos brillaban como velas o estrellas,
que
su piel era transparente,
que
su alegría era un diamante
a
la luz de la luna,
Ilsa
era aquel diamante luna
una
perla de la que quedan
fulgores
de memoria;
pero
de Rick, de mí,
solo
queda la sombra, soy un zombi
que
teje sus pasos por Casablanca,
un
actor que juega a ser cínico
en
el escenario del Rick’s café
con
un atrezo de ajedrez, ruleta, cigarrillos,
los
ojos nublados de nostalgia
por
lo que no existió.
Nunca
te dejaré,
silbaba
Ilsa con su voz de serpiente,
nunca
me bajaría de tu tren,
mi
destino es el tuyo,
el
tren con destino a Marsella.
¿Sabes,
Sam, negro cisne
que
boga sobre las notas del piano?
La
esperaba, la verdad,
cuando
esta tarde oí la música de mi destrucción,
esa
maldita canción que tocabas,
¿por
qué no la vuelves a tocar?
Sabía
que era Ilsa,
al
final cogió el tren de Marsella
solo
que con dos años de retraso
y
equipaje extra, Víctor Laszlo,
alguien
solo un poco más valiente que aburrido,
la
antítesis del capitán Renault,
solo
un poco menos canalla que divertido,
lo
cual lo convierte en mi mejor amigo.
Ojalá
apagaran este faro,
sus
dedos de luces me señalan la verdad,
mi
odio es un tiburón
que
sale de la playa del Bourbon,
y
con la marea baja moriré
en
la resaca,
en
Times Square pronto cantarán Auld Lang Syne,
tócala,
Sam,
aunque
no sea verdad que el tiempo pasará,
el
tiempo raja como una navaja la seda,
tócala
otra vez, Sam,
te
lo digo ahora aunque nunca antes te lo dijera,
tócala,
Sam,
aunque
ni tú seas Nat King Cole ni yo Humphrey Bogart.
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