¿Por qué será ella tan
bella y yo estoy tan solo?
He atrapado a la
Miranda Roja de pintas rosadas,
pero ni ella es una
mariposa ni yo un cazador,
sino una pelirroja con
pecas y yo un soñador.
Revoloteaba por la
escuela de arte y por los pubs,
grácil y sutil, su rojo
ardiente al sol,
y en el aire latían sus
recientes aleteos,
la sucesión de Mirandas
que acababa de ser,
pero ni ella es una
mariposa ni yo otro admirador.
En un callejón aceché
su sonrisa triste,
aturdí su confianza con
el cloroformo a modo de cazamariposas,
la encerré en el
estuche del sótano de mi casa Tudor,
el palacio de mis
princesas encantadas,
pero no le he ensartado
el corazón
con la aguja de mi
pasión
porque ni ella es una
mariposa ni yo un seductor.
¿Por qué será ella tan
madura y yo tan verde?
Acosté su cuerpo
dormido, le arropé los sueños,
miré a la bella
durmiente
hasta que me aparecí en
el castillo de su pesadilla,
y como un rapaz que
logra el sello que le faltaba,
igual que cuando acerté
la quiniela,
salté a la noche a
gritarle a la lluvia
mi alegría por tenerla
en mi colección.
Mi táctica para atraer
a las chicas es traerlas al sótano
y mirarlas y
admirarlas, mimarlas y adormecerlas,
hechizarlas con la
soledad de mi ceño,
congelarlas con el
hielo de la mirada,
apresarles las alas en
la telaraña de mis cálculos,
aislarlas del mundo en
la crisálida de mi vista,
pero ni ella es una
mariposa ni yo un abusador,
y ahora sé que ya no
tendré que invitar a ninguna más
porque Miranda será la
última: es la mujer de mis ojos.
¿Por qué será ella tan
silvestre y yo tan delicado?
Después de abrirle los
tres cerrojos llamé a su puerta,
traía el desayuno a la
prisionera de mi deseo,
que estaría asombrada
de hallar en la celda sus vestidos y sus libros,
sus pinceles y
pintalabios, sus pinturas y esculturas,
solo me olvidé de sus
sonrisas y de su alegría,
de su serenidad y de su
optimismo.
Planteó las mismas
preguntas que todas,
me consagró parecidos
asombros e idénticos insultos
y ensayó el típico primer
intento de fuga,
así que para ganarme su
afecto
y domesticarle la furia
y el enojo
la encerré, me fui a
Londres,
y aherrojándole toda
perspectiva
la sitié de soledad y
desesperación
que adoptaron la forma
de la nostalgia: me añoró.
¿Por qué será ella tan
egoísta y yo tan generoso?
A la vuelta ya estaba
más suave la huésped de mis ojos,
intacta novia de la
mirada mía,
que menos un paisaje o
un panorama
todo lo tiene a su
alcance,
desde el cepillo de
dientes a mis ensoñaciones,
desde su perfume de rosas
a mi candidez.
Porque ella me fascina
como ninguna,
me quedo absorto en su
gracia y transparencia,
en su silueta recortada
en el álbum de mi fantasía,
en su cutis que se
desvanece en la blancura de mi inocencia,
y malinterpretando mi
ensimismamiento
una vez me tomó por un
degenerado
y volvió a intentar
huir revoloteando
pero ni ella es una
mariposa ni yo un violador.
Lo que quiero es que se
enamore de mí, no para amarla,
sino para que me deje
abismarme en su belleza,
helarme en el éxtasis
de la contemplación
como un cinéfilo que
nunca se cansa de su actriz favorita,
y por siempre brillar
los dos cristalizados en el mismo carámbano
o en una estalactita y
una estalagmita que solo se toquen por la punta.
¿Por qué será ella tan
tramposa y yo tan ingenuo?
Un día dramatizó una
verosímil apendicitis
y cuando me abofeteó en
toda la insolencia de haberla descubierto,
pensé que ya era un
éxito trabar una pelea de enamorados.
Negociamos una estancia
de cuatro semanas,
tiempo de sobra para
que ella se enamorase y yo la mirase,
a cambio de salidas al
campo y al lavabo de la casa.
Al aspirar el azul de
la tarde se sintió ebria y libre
como un poeta al borde
del poema
o una polilla en torno
una bombilla,
pero ni ella es una
mariposa ni yo un secuestrador.
¿Por qué será ella tan
atrevida y yo tan tímido?
Cada vez que me quedo
clisado en la roja hermosura
del foco de mi ilusión,
prendido de su fuego y
prendado de su rubor,
como cuando casi me
descubrió un vecino
que se conformó al hacerle
creer que era mi novia normal y formal
(la gente siempre está
dispuesta a creer lo peor),
y de vuelta al sótano
parecíamos una pareja ofuscada por el primer enfado,
cada vez que sus
pupilas me han convertido en piedra
y no en la llama que
ella temía que le quemara,
no he pasado de palparle
la seda de la piel,
parecido al translúcido
tacto de ciertas alas,
pero ni ella es una
mariposa ni yo un cazador.
¿Por qué será ella tan
falsa y yo tan puro?
Sabe que no soy
sociable, empático ni simpático,
y para alentar mi
compasión
me prometió ser mi
amiga en la calle, en la vida real,
con el impudor del
personaje de una heroína
que para liberarse de
la trama ofrece sus favores a su autor,
y como no pude
imaginarnos juntos lejos del sótano
decidí despreciar su
amistad, no dejarla escapar,
disecar su volátil
belleza en la penumbra del presente,
extenderle las alas en
un simulacro de vuelo
y ensartarle el corazón
con la aguja de la soledad:
al final ella será una
mariposa y yo un soñador.
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