Un mar de sangre que
filtrándose a raudales por el ascensor
desde el segundo salta
en olas de pánico,
dos gemelas clausuradas
en el útero de otro tiempo,
una rubia con el pubis
de miel que desnuda en la bañera
urde como una mujer
araña una treta para estrangularte,
son las visiones que
navegan por el horror de mi esposa Wendy,
que sabe hasta dónde me
ha devorado el lobo de la soledad,
y sobretodo de mi
receptivo hijo Danny,
tal es el vigor de las
metáforas de mi escritura,
tan verosímiles los
fantasmas de mi imaginación,
que salidos de mi
inconsciente en este hotel se corporeizan
a mis ojos y a la luz
de mis ojos, mi amado Danny,
ya tan introspectivo y
bipolar y solitario como su padre,
viajero por el tiempo a
bordo de su cochecito,
pero que cuando cruza
por el año 1970,
ante el sangriento
umbral de la habitación 237,
donde Delbert Grady
taló la vida de su esposa y de las gemelas,
añora como el hogar el
tiempo actual,
este niño tan serio y
silencioso y absorto como su padre,
el resplandor del genio
ya prendido entre los ojos,
y que sin duda también
sería escritor
si sobreviviera al
rigor de un invierno
que llega con los mudos
pasos de la nieve,
con los crueles pasos de
un padre.
Es un niño precoz
pero no por mucho
magrugar amanece más temprano.
En la hoja de un hacha
relucen las pupilas del espanto,
aúlla mi cabeza como un
lobo al cordero de la luna,
la realidad se
desintegra en esquirlas que se disgregan
como los miembros de un
cadáver descuartizado,
como un pájaro
enloquecido mi razón se estrella
en las páginas en
blanco de estos muros,
en estos muros que se
alzan como páginas en blanco
donde solo puedo
escribir
que no por mucho
madrugar amanece más temprano,
que no por mucho
magrugar amanece más temprano.
Sabía que para escribir
como a un prisionero tendría que entregar
mi paz a la palabra,
mi amor a la palabra,
mi sueño a la palabra,
mi libertad a la
palabra,
mi juventud a la
palabra,
y por eso me he
encerrado como vigilante en el Overlook,
hotel de montaña donde
en invierno se aloja la muerte,
una dama que viene
acompañada de sus hijos la nieve y el silencio,
un hotel vacío que
además de torre de marfil
es el escenario donde
transcurre mi novela,
pero ahora como
vampiros mis personajes me reclaman sangre
que los anime, y como a
un prisionero he de entregar
mi sangre a la palabra,
la carne de mi carne a
la palabra,
todos ellos se han
conjurado para que les dé vida:
Lloyd, el espectral
camarero del Golden Room,
los clientes, fantasmas
de la belle epoque
cuyos rumores ronronean
con la feliz ruleta de los años veinte,
y sobre todo Delbert
Grady,
mi predecesor e
intermediario del dueño real del Overlook,
y no me refiero a Mr.
Ullman, que me contrató para el invierno,
sino al Príncipe
Inferior, que emplea a los hombres de testaferros,
todos mis personajes me
exigen que firme con él otro contrato,
mediante el que ellos
se aseguren la energía
que de los vivos mi
imaginación pueda transmitirles,
la sangre que de los
vivos con mi hacha pueda trasfundirles,
un pacto por el que
adquiriré el talento de un escritor
por el precio de la
vida de Wendy y Danny,
un escritor no debería
casarse
y yo lo hice a los
veinte:
No por mucho madrugar
amanece más temprano.
Tirita la fiebre como
un acorde en mi piel de lobo,
el frío ruge entre los
palpitantes labios de cada herida,
la blanca soledad es
una sala de cuya araña cuelga el silencio,
se me hiela el pelo en
la piedad arrodillada y decapitada,
mi uña o pezuña
desgarra los aullidos del ventanal helado,
ya se derrite la nieve
en el fango de los relojes
pero no por mucho
madrugar amanece más temprano.
Sangra mi amor por
Danny como una luna apuñalada,
gotea mi tristeza en el
mar de sangre del vestíbulo,
el espejo de mi cordura
grita y se raja y deslumbra a Danny,
que tiembla entre mis
brazos,
teme la espina de mi
insomnio y la rosa de mi locura,
pero tengo que hacerlo,
canjear su sangre por la palabra
porque ni él ni su
madre me dejan escribir en paz,
y ella quiere que
desertemos del hotel,
el único sitio donde me
he sentido escritor
y donde transcurre mi
novela en una fiesta de 1921,
cuando el siglo aún era
una adolescente de la época del jazz,
cuando el siglo aún era
una flapper casi virgen,
y Fitzgerald y Zelda y
Gatsby venían a esquiar al Overlook,
blandiré el hacha para
abatir mi mala suerte
y que se desbloquee la
nieve que me obstruye la mente
y que por siempre la
Underwood resuene como la lluvia
en el eterno invierno
de este hotel
mientras tecleo como
loco
No por mucho madrugar
amanece más temprano
al tiempo que planifico
la novela, la planifico mientras tecleo
No por mucho madrugar
amanece más temprano,
así que cuando la
empiece solo me quedará escribirla,
aunque no por mucho
madrugar amanece más temprano.
La roja alegría de la
desesperación cierra mis horas,
en el frío se tallan
mis gritos de cuerdo,
la angustia del
invierno ata los sudarios de la soledad,
prisionera de estas
bóvedas y de la noche está el alba,
el silencio del miedo
ahoga los estertores de la piedad.
Como a un cordero
degollado reflejan los espejos a Danny,
como una madre dolorosa
cuelga Wendy de sus venas cortadas,
sus ojos negros llorando
desde blancas estrellas,
y mi soledad alcanzará
a su pena,
a la luna de su llanto
de muerta por Danny,
a mi silencio de muerto
por la muerte de ambos,
y los dos evolucionarán
por el mismo tiempo de las gemelas
y de su madre la mujer
araña,
y se quedarán conmigo
pero sus voces no llegarán al aire
y por siempre habitarán
estos muros y las páginas
de mi novela titulada
No por mucho madrugar
amanece más temprano.
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