Mi querida Louise es
una camarera de ocho brazos,
sangre hirviente y
frías esperanzas que solo le prende la alegría,
de mi amiga Thelma,
pelirroja como yo,
lo peor que se puede
decir es que es la esposa de un cretino,
Louise me propuso unas
vacaciones,
hice la primera maleta
extramatrimonial, la pistola 38 incluida,
y dejé una nota junto
al microondas, que recalentría la furia de mi marido,
recogí a Thelma en mi
convertible T-Bird,
y nos despedimos de la
rutina y del poder masculinos,
Thelma de su marido y
yo de mi jefe,
y nos soltamos la
melena de leonas
a la velocidad feroz y
rugiente,
y al frente la
carretera se extiende como una cremallera
que ningún hombre que
no queramos nos bajará
y vemos cómo eyacula la
luz en la ancha espalda del aire
y gritamos al viento la
canción de la libertad
y fumamos con poses de
actrices
y ensayamos los gestos
de las que hubiéramos querido ser,
y dejamos atrás el
pasado reciente, el triste,
que se desvanece con el
humo del tubo de escape,
y en los retrovisores
nos vemos más guapas, más jóvenes,
como si el auto acelerase
marcha atrás en el tiempo.
Thelma me hizo parar en
una discoteca diurna,
hasta su voluntad de
alambre me convenció de tomar un whisky,
dejé a Louise porque me
sacó a bailar un vaquero ligón,
giré y giré y el Wild
Turkey hizo girar la pista de baile,
me sentí una peonza o
en un tiovivo acelerado,
me mareé y Harland me
acompañó a la noche,
me espantó su sombrero
tejano a la sombra de la luna,
y vi que el tipo estaba
violando a Thelma,
recordé la 38 y que un
tejano me hizo lo mismo
una noche idéntica con
los mismos jazmines
que como un falo
inyectado en sangre
se henchían y crecían
con la luna atroz,
y en medio del pecho le
abrí una rosa púrpura y venenosa,
y en el descapotable
huimos
del cadáver que nunca
dejará de perseguirnos,
de otro hombre que nos
ha querido corromper la sonrisa,
otro que pretendía
abrirnos la cicatriz de entre las piernas,
otro de los malditos
hombres fríos y fuertes y previsores
que nos hacen odiar
nuestro cuerpo,
y ahora aullamos al
viento de la muerte,
mugrientas de sangre,
histéricas de miedo,
en un auto que corre
como un caballo loco,
en un coche fúnebre o fantasma
que se conduce solo,
escapando de la policía
porque todos los agentes serán hombres
y todos los hombres de
la discoteca dirán que Thelma incitó a Harland
y vemos a una mujer desnuda
restregándose con su cadáver,
lamiéndole los pétalos
purpúreos que le he abierto en el pecho,
y en los retrovisores
nos vemos viejas y feas,
pálidas de cadena
perpetua,
convulsas en la silla
eléctrica,
porque el juez sería
otro hombre,
quizá el mismo que
absolvió al violador tejano de Louise.
Decidí que nos
fugaríamos a México
y quedé en un hotel con
el leal Johnny,
el amigo que ama mis
ojos pero no recuerda que son verdes,
para que me trajera
todos mis ahorros,
y mientras que Louise
se despedía de Johnny
el rubito J. D. me
reconcilió con el sexo,
y me derritió la
frigidez que me deparaba mi marido,
era un vagabundo al que
solo por verle el culo gustaba que se fuese,
y con lo que hicimos no
sé cómo en el hotel no se declaró un incendio,
pero me dejé robar por
él todo el dinero de Louise,
y para compensarme
Thelma atracó una gasolinera
y hasta encañonó al
policía que me había reconocido
y lo embutió en el
maletero del coche patrulla,
y le di a Louise el
revólver del agente,
para que cada una
tuviéramos el falo de una pistola,
cómo nos ha cambiado en
tres días el asfalto
de carreteras
secundarias a través de paisajes bellos y desolados
donde la luz eyacula y
se desangra en el aire,
en una América
concéntrica a América
donde los camioneros
dejan de embestirnos,
en un viaje hacia el
corazón del mundo y de nuestra vida,
un camino que en verdad
es un río de corriente concéntrica,
una autovía en espiral
hacia el vórtice del conocimiento,
un viaje circular de
crepúsculo a crepúsculo
como a través de la
esfera de un reloj sin manecillas,
aunque a veces creamos
que el descapotable no se mueve
y que es el paisaje lo
que corre en una panorámica tridimensional,
exhaustas e invictas,
despiertas y lúcidas,
inmunes al
arrepentimiento,
conscientes de la hora
por la luz que se degrada o exalta,
el pelo al viento de la
libertad y la soledad,
lejos de los hombres,
de las leyes y las
ciudades que ellos tiranizan,
las dos bellas y
mortales como pistolas
o falos,
indómitas como leonas
que odian a los cazadores
y a la jaula prefieren
una bala.
Fantástico!!
ResponderEliminarGracias, me alegro de que te haya gustado.
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