-¡¡Uno!!
Ciego
de sangre,
con
un sudario de sudor
cuya
sal, Sugar, me escarnece las llagas de mártir,
sordo
al pandemonio menos a la cuenta del árbitro,
en
este infernal asalto 13 del enésimo combate contra ti,
anunciado
por una campana que ha doblado a muerto,
hasta
los flashes me golpean
en
un cuadrilátero que parece en llamas,
pero
la voz del árbitro solo es imaginaria,
porque
no tenderé en la lona mi orgullo de toro con banderillas,
ni
dejaré que el entrenador me dé en el rincón la extremaunción,
así
que golpéame en el vientre del dolor,
aséstame
el castigo que merezco, Sugar,
y
que la sangre me lave la culpa por mis pecados.
-¡¡Dos!!
Mi
culpa por la gula que enloquecía la báscula,
por
toda la carne que he comido en la Cuaresma de mi vida
para
llenar el pellejo de mi soledad,
por
todas las esperanzas que he inundado
para
sofocar el incendio de mi desesperación,
por
todos los gritos que he abierto en las venas del aire
para
trasfundir mi furia a la fiera del ring,
por
todos los tubos que he arrancado a las bocas de la noche
para
verter mi locura hacia la victoria.
-¡¡Tres!!
Pégame,
Sugar, ten piedad de tus puños,
dame
con tus guantes la bendición,
destrózame
y expiaré la culpa que erige el muro de mi locura
y
de mi soledad,
el
muro que alberga la sombra de mi inseguridad
y
el fantasma de mi inferioridad,
pero
que si no derribo me impedirá amar a nadie,
el
muro que impacto a puñetazos y cabezazos,
que
me cerca la conciencia y me impide ser un hombre,
que
me empareda la alegría imposible de ser Jake LaMotta,
así
que solo me queda humillar la cabeza,
protegerme
con los brazos el hígado de las pasiones,
y
pegarme con el muro de la vida,
aguantar
tu castigo, Sugar, como si no mereciera vivir,
seré
un gusano en la grieta del muro,
pero
me nutriré de mi culpa y de mi sufrimiento
hasta
convertirme en una serpiente
que
en cuanto te descuides desencadene su fuerza
como
una bomba de neutrones,
solo
te lo digo, Sugar, para que sigas pegando fuerte.
-¡¡Cuatro!!
Castígame,
Sugar, en este ring que se borra en una niebla ardiente,
como
si el dolor avanzara con el humo
de
las llamas de este sacrificio que se celebra en el Garden,
pégame
para lavar la culpa de dejarme ganar por Billy Fox
para
que me permitieran pelear por el Campeonato,
la
culpa de traicionar como un mercenario mi arte
y
dejarme ganar por un mediocre
al
que casi noqueé sin querer queriendo
como
un venal poeta al que entre los versos se le filtrase la verdad,
la
culpa de vender como ese poeta al poder
mi
voluntad a la mafia,
y
dejar que negociaran con mi carne y mi sangre,
con
el cadáver de mi nombre,
en
el matadero de las apuestas.
-¡¡Cinco!!
Golpea
fuerte, Sugar, échame sal en las heridas,
dame
con tu guante la absolución,
pégame
para pagar mi culpa por adorar el ídolo del éxito,
lo
único que podía destruir el muro de mi aislamiento,
de
mi soledad e inferioridad,
y
con las ruinas de mis complejos armarme para vencer
a
mi peor enemigo, alguien más duro que tú, Sugar,
yo
mismo, Jake LaMotta vs. Jake LaMotta,
gemelo
contra gemelo luchando en el útero del ring,
y
al pelear contra mi reflejo en el espejo
acababa
por granizar mi imagen y clavarme los añicos
en
la carne de la esperanza.
-¡¡Seis!!
Mi
culpa por todos los muñecos que he roto contra las cuerdas,
Janiro,
al que trituré la nariz porque a mi mujer le parecía guapo,
Fox, Leyden, Ziric, Basona, Edgar, Kochen, Dauthuille,
una
lista de bajas que parece de alguna batalla,
Cerdan,
a quien despojé del cinturón de Campeón del Mundo,
a
ti mismo, Sugar, te derretí y derroté en Detroit,
te
noqueé y casi desnuqué,
por
eso pégame ahora hasta pulverizarme los huesos
y
desintegrarme la vida, averíame el esqueleto,
pégame
duro y directo, de derecha e izquierda,
cuélgame
como un pingajo de tu gancho de hierro
hasta
que la carne se me duerma
y
la sangre se me pare.
-¡¡Siete!!
Mi
culpa por odiar a todo el mundo como a mí mismo,
por
embestir contra su indiferencia y escepticismo,
por
querer como un suicida matarlos a todos,
vecinos,
amigos, árbitros, jueces, directivos,
que
daban a los puntos la victoria sobre mí a la vida,
que
le alzaban el brazo a la tristeza y la desazón,
y
hasta los aplausos me parecían murciélagos que soltaba
un
público sediento de mi sangre, que quería verme como ahora,
tambaleándome
como un borracho de humillación,
ebrio
de dolor,
a
punto de abrazar en la lona
el
doloroso fantasma de la derrota.
-¡¡Ocho!!
Dame,
Sugar, con el guante la comunión
y
pégame hasta que la sangre me lave la culpa
por
haber abandonado a mi primera esposa,
por
atormentar a Vickie, la segunda y eterna,
la
mujer que salía de la piscina como una diosa del mar,
la
de pelo solar y piel de alba que brillaba en las sombras del Bronx,
la
culpa por trasvasar al ring el torrente de pasión que le pertenecía,
por
dañarla con mi instrumento de trabajo
como
un poeta la hubiera escarnecido con palabras,
por
encerrarla en la mazmorra de mis celos
de
toro que temía tener cuernos.
-¡¡Nueve!!
Mi
culpa por despegarme del amor de mi hermano,
por
arrancarme como un chicle mi segundo corazón,
por
traicionar a mi único aliado contra mí mismo,
el
enemigo de mi gula, de mis dudas, de mis miserias,
el
único hombre que me ha visto desnudo,
aquél
con quien partí la confianza y compartí el dolor,
quien
se enfrentó a la mafia para guardar el honor de Katie
pero
del que me desgajó el cuchillo de mi locura,
al
que espantó el fantasma de mis celos,
el
que cometió el único error de estar demasiado cerca
para
salir indemne de mis violencias contra mí.
-¡¡Diez!!
Entra,
Sugar Ray Robinson, a matar al toro del Bronx,
ya
has recibido mi confesión, pega lo que quieras,
estrangúlame
si quieres con las doce cuerdas,
pero
no me noquearás,
sostenido
en la cruz invisible de mi Pasión,
sanguinolento,
tumefacto de desesperación,
no
besaré la lona, solo tus puños,
solo
me vaciaré como un saco que pierde trigo
desbarátame
el aliento, sigue pegando
para
expiar mi culpa por disfrutar con el dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario