¿En
qué archivo constará que yo, Deckard, estelar Blade Runner,
pero también estrella
caída, errante,
carnicero y encarnizado
cazador de Replicantes,
esas perfectas réplicas
de hombres que empezaron a replicarles,
qué documento cobijará
el secreto
de que en verdad soy
otro Replicante, generación Nexus 7,
dotado de tuerta,
inconsciente astucia,
del humano arte de la
insidia,
que me ha valido
apresar a los Nexus 6 en la telaraña de la intriga,
confiados en mi humana
debilidad y en sus músculos de esclavos,
qué memoria guardará la
infamia de que yo mismo lo ignorara
y que como un novelista
a su personaje nuestro creador Tyrell
me hubiera implantado
los recuerdos de su mejor amigo
y el carácter de su
hermano, desaparecidos en Saturno,
y que en vez de
veintisiete tenga tres años,
qué saga marciana
cantará
que lo he sabido por la
clarividencia del amor,
por la intuición de la
piel y la tersura de una mente,
gracias a Rachael, mi
gemela en el universo,
porque los dos somos
los últimos mitos de una utopía abolida,
los únicos actores de
una dramaturgia perdida,
los nostálgicos
celebrantes de un rito olvidado:
ella es la otra Nexus
7, programada por Tyrell con la memoria de su sobrina,
en la confianza de que
la dulzura de los recuerdos
sofocara las
metafísicas rebeldías de los nuevos Replicantes,
qué película contará mi
descabellada historia
de Replicante que es un
lobo para estos Replicantes
que protestan contra el
designio que les concede cuatro años de vida,
menos que un perro,
para que no tengan
tiempo de alimentar el odio contra sus amos,
y cuyas vidas como
estrellas fugaces iluminan un instante el cielo negro
para caer en una
fuliginosa apoteosis que pudiera no haber sido,
qué cerebro natural o
artificial me recordará, me pregunto
ahora que con mis
falsos recuerdos cuelgo de esta viga
y está cerca de
precipitarme al abismo la sonrisa cruel de Roy Betty,
el más perfecto Nexus
6, Espartaco de los Replicantes?
¿El friso de qué templo
en ruinas inscribirá mis aventuras,
cómo fui adiestrado
igual que cualquier Blade Runner humano
para impedir que mis
semejantes Replicantes se infiltraran en la Tierra,
qué ceremonia conmemorará
cómo he aniquilado a los últimos tres,
invencibles para
cualquier humano,
primero a Zhora,
entrenada para la Brigada de Homicidios,
que tras amotinarse en
una comisaría de Venus y liberar a los detenidos
asaltó con los otros
Nexus la nave que venía a la ciudad,
y ya se hacía pasar por
una stripper cuya serpiente le enroscaba la belleza?
¿En qué pantalla
relampagueará cómo la acribillé en plena calle
lamentando sin saber
por qué mi puntería,
sintiendo que la
tristeza me escarchaba la piel
como si mi cuerpo
supiera antes que mi mente
que soy otro
Replicante,
ya que entre nosotros
deploramos la muerte de los semejantes?
¿En qué moviola se
ralentizará su caída de diosa,
que desintegró aquel
cristal y sus recuerdos,
visión que en un
estallido de vidrios a cámara lenta
pruebe la resistencia
de Zhora a morir,
sus ansias por
eternizarse en el reflejo del último añico de su memoria
y por aferrarse a la
vida como yo a esta viga,
ahora que mi grito
cerca está de caer por el abismo
y me va a aplastar la
mano la bota sádica de Roy Betty?
¿En qué galaxia
trazarán las órbitas de las estrellas
la trayectoria del
encuentro entre Rachael y yo,
cuando Tyrell, nuestro
demiurgo, me hizo aplicarle la prueba
(para autentificar la
prueba en vez de a la probada)
que demostró que ella
es una Replicante,
y cuando vino a mi piso
a confirmar que su vida era una ficción
y sus recuerdos ajenos,
ya que los Replicantes
preferimos saber la verdad
aun al precio de la
felicidad,
ser conscientes de la
parvedad de nuestras existencias
para ahondar en el
tiempo como en un río,
intentar detenerlo
(solo se detendrá nuestra sangre)
y poder decir soy-aún,
luego he sido,
y dejar en la Historia
mella, o huella en el espacio
aunque sea la
instantánea estela de una estrella,
y cuando los besos de
Rachael me hicieron saber que soy como ella,
cuando la tristeza de
su belleza me desveló mi naturaleza,
cuando su rosa me
infundió el fugaz perfume de la eternidad
cuando su carne me
contagió el conocimiento,
aunque en torno a
nosotros el crepúsculo oscilaba y aceleraba,
supe que solo era
nuestra cama la que como una hélice giraba
y envejecíamos a la
velocidad de la juventud perdida?
¿Las runas de qué
civilización ilustrarán cómo me salvó ella
al acribillar por la
espalda, en vez de respaldar, a Leon,
otro hermano de
esclavitud,
un cargador que portaba
cargas atómicas de media tonelada?
¿El jeroglífico de qué
constelación representará mi persecución de Priss,
la modelo programada
para el placer ajeno,
prostituta autómata,
que de algún planeta de
placer fue rescatada por el amor
de quien me odia (dos
años bastan, dos minutos, para concebir amor y odio),
y que ahora celebra la
agonía de mi mano
a punto de soltar la
viga de la que pende mi vida?
¿En la estela de qué
futurista nave se dibujará cómo rastreé a Priss
por una ciudad erizada
de banal entropía,
ritmada de ecos
espectrales y de esta lóbrega lluvia,
regida por hipnóticas pantallas
y el terror de tribus sin nombre,
y cómo la he
distinguido de otros muñecos y maniquíes
y reducido su potente
belleza a un guiñapo, un gurruño de sangre,
(ya que los Replicantes
somos invulnerables,
inmunes a todo menos a
la muerte),
y cómo aquí, en el piso
del ingeniero genético donde la he cazado,
me ha sorprendido Roy
Betty,
que tras haber matado a
Tyrell como los hombres mataron a su dios,
enfermo de tristeza por
su amor muerto
y furibundo de odio,
anegado de lluvia y de
todas las emociones de las que quisieron privarlo,
se dispone a despeñarme
sin saber que soy su igual,
tan generoso y cruel,
penoso y valiente,
solidario y solitario,
sórdido y soñador,
tan poderosamente débil
y vulgarmente único,
otro Nexus con piel de
humano,
y si no estoy tan
desesperado
es porque aunque no
cayera solo me quedarían nueve meses de vida,
cuarenta y cuatro
semanas del amor de Rachael,
aunque estela que no
pasa, perfume que no se extingue,
un solo instante con
ella se me fragmenta a cámara lenta
en millones de días que
brillarán en la pantalla de alguna memoria.
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