El ácido de mi odio corroerá la piel de estas calles
porque los ojos de
Betsy se han congelado,
reventaré los alacranes
que salen de las cloacas del vicio
porque ya no me rozan
los pétalos de su pelo,
borraré con sangre las
tentaciones que deletrean los neones
porque no me lloran sus
pómulos de ópalo.
Al alba los negros conservan
las huellas de la muerte
y los zombis guardan
las cicatrices de la noche.
Si estoy despierto se
me escapan las colas de las palabras,
pero en la noche del
inconsciente, como el taxi a las curvas,
el río de mis frases se
ciñe a los meandros del pensamiento.
Por los cuartos oscuros
de mi infancia,
por las pistas vacías
de los portaviones de la Marina,
por el viento de locura
que se aplasta en el parabrisas,
por las aceras donde
naufragan los correos del miedo,
por los locales donde
florecen los amores y los crímenes,
por pasajes donde los
suicidas parecen masturbadores,
por callejones donde
mirones y exhibicionistas se funden en éxtasis,
como una perra rabiosa
me persigue la soledad.
De vuelta a casa a
través de exhaustos amaneceres
el sueño es la belleza
esquiva de Betsy,
mis letargos son el eco
de sus palabras aleteando por mi nostalgia
de aquellos días tan
luminosos que habría votado por Palantine,
mis jaquecas son los
gemidos de la sala del cine X
donde ella abominó de
las cucarachas de mis costumbres,
mi amor es un yonqui
que suplica al camello la cocaína
como un niño a su padre
palomitas de maíz,
mi ceguera es un
reflejo de su brillo de nácar
del otro lado del
ventanal de la oficina electoral,
mi soledad es una
prostituta que me toca con sus dedos sin carne
y me pasea por
pesadillas donde nieva en las cloacas,
mis nervios son un
calambre que recorre el músculo de la noche
y desconecta los cables
de sus tendones en un cortocircuito de estrellas,
Travis es un vaquero
pornógrafo y puritano que en mi taxi cabalgo
por la falta de sentido
de una ciudad de cinco millones de solitarios.
Con el humo de las
alcantarillas y de mis fantasías
se expande el poder de
los negros y de los traficantes,
con el humo de los
escapes y de los extractores
se expande el miedo de
los poetas y de las putas,
con el humo de los
camiones y de mis ilusiones
se expande el fantasma
de la obsesión y la desesperación.
Mi hierro gangrenará la
palpitante herida de las luces
porque los labios de
Betsy no me oyen,
la lluvia de mis balas
lavará con sangre el asfalto
porque sus pestañas no
me hablan,
subiré a la Muerte al
estribo de los camiones de basura
porque sus lágrimas no me
sonríen.
En el silencio de las
luces líquidas y las rosas en llamas,
en los aullidos del
hormigón y de las ventanas lilas,
en las visiones que
vierte la noche de cristal,
en el azul y el
amarillo y el naranja que navegan en el retrovisor,
en los añicos de
significado con que se resuelven los espejismos,
como una perra
hambrienta me persigue la soledad.
En la noche la calle es
una Colt del 25 recién disparada,
los corazones de los
yonquis son semáforos que no cambian de color,
los tugurios y garitos
son cerebros de psicópatas en acción,
mis días son ráfagas de
lluvia que iguales se abaten contra mí,
mi insomnio es la
explosión a cámara lenta de un iglesia del Bronx,
mi soledad es una
cliente que se me sube al asiento de copiloto,
Harlem es un metro
cuyas galerías en superficie han usurpado las calles.
Cultivaré mi soledad
como una planta de marihuana
porque sus pechos no me
miran,
plagaré de gusanos la
Gran Manzana
porque su brillo no me
abriga,
convertiré a los negros
en esclavos de la noche
porque su hielo no me
quema,
mataré a Palantine,
cómplice de criminales,
porque Betsy no me
quiere.
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