¡¡Metro Goldwin Mayer
presenta…!!
Grancaldo, una aldea de
Sicilia olvidada de todos
menos por los piojos y
la guerra, el hambre y la muerte,
donde el sudor de los
pobres es la grasa de los ricos,
que almacenan hasta el
fresco y especulan con el calor,
de donde huyeron los
caballos blancos del honor
y los panes son de
piedra y la leche de aire,
donde solo se sueña en
la cama y en el cine Paradiso
porque para los pobres
la guerra aún no ha terminado.
¡¡Un fresco histórico
de dorado esplendor!!
Tiempos en que el
buitre del hambre descarna a los niños
y en la escuela se
enseña la simetría de la venganza
y la geometría
irregular del poder,
cuando los cuervos
traen la última palabra de los caídos
y en las caras con la
pena encostrada como el hielo
solo brilla el
resplandor del proyector del cine Paradiso,
tiempos en que la hiena
de la Historia agoniza en las ruinas
porque para los
vencidos la guerra aún no ha terminado.
¡¡Nunca olvidarán al
villano más perverso de la Historia!!
Alfredo, el pobre
operador del cine,
el hosco y bronco ángel
del Paradiso,
que con gruñidos
disfraza su ternura
y bajo su amarga
cáscara esconde un hueso dulce,
el tejedor de ilusiones
que alquila a cinco liras la bovina
y cada noche proyecta
las fantasías colectivas en la pantalla,
en alguna fachada de la
plaza o en el cielo si pudiera
y la Magnani y la Mangano
serían estrellas verdaderas,
un cascarrabias sin
hijos y de bigote triste
que pervierte a los
niños con el vicio de soñar,
y logra que la ilusión
se mueva con las sombras
a veinticuatro
fotogramas por segundo,
porque para los
románticos la guerra aún no ha terminado.
¡¡La pasión más
conmovedora jamás contada!!
La de Totó, un rapaz de
siete años, por el cine,
un huérfano sin padre
que le compre ningún sueño,
(para los muertos la
guerra aún no ha terminado)
que se hace adoptar por
Alfredo en la cabina de proyección
y crece entre carretes
y carteles, cámaras y fotogramas,
y a través de las
fauces del león esculpido de bronce
aprende a enfocar entre
la oscuridad de terciopelo
haces de luz hacedores
de escenas en movimiento,
y hasta en sueños oye
el zumbido del proyector
porque para los niños
la guerra aún no ha terminado.
¡¡Vivirán las aventuras
más vibrantes del celuloide!!
Alfredo libera a Totó
de la mano de hierro de su madre,
porque se ha gastado en
el cine el dinero de la compra
y el fuego de su amor
por las películas ha prendido la casa
(las cintas son tan
inflamables como la imaginación)
y a la salida le
devuelve el dinero de la entrada.
Alfredo lo acepta de
monaguillo en la cabina
donde las sombras se
transubstancian en sueños,
pero lo desengaña del
sacerdocio: el oficio es humo,
el cine puebla la
cabeza de fantasmas
e infunde la sabiduría
de las frases baratas de los guionistas,
porque para los
soñadores la guerra no ha terminado.
¡¡Grandes y pequeños
sentirán una emoción inusitada!!
El cine Paradiso es la
única anestesia para el dolor,
pero además de evasión,
reflejo o proyección mental
es una vía de tomar
conciencia de la Historia,
y hasta puede
convertirse en realidad,
en Neorrealismo
(Fellini, Rosellini),
nivela los dramas de
ficción con los reales
y mientras llora cada
espectador está solo entre los otros,
solo como ante la
muerte o una mujer desnuda,
por lo que deja de ser
cruel y cobarde.
Como un brujo a su
aprendiz
Alfredo imparte a Totó
la magia de las imágenes,
le transmite el fuego
sagrado de la emoción
porque para los buenos
la guerra aún no ha terminado.
¡¡Asistirán a un
ejemplo de pródiga generosidad!!
La de los padres de La
Familia y del crimen,
los amigos del silencio
y del dinero inodoro,
ávidos del
agradecimiento hasta de los gatos,
la liberalidad del
Padre Adelfio,
que al censurarlos y
cercenarlos
evita que los besos
sean más largos que la memoria,
la generosidad del
alcalde, del usurero y del carabinero,
negros
prestidigitadores de la verdad,
que permiten al pueblo
este divertimento
porque para los cuervos
la guerra aún no ha terminado.
¡¡Muy pronto en las
salas de todo el mundo!!
Hasta el día en que la
cabina se incendie
y con Alfredo todo el
pueblo se quede ciego,
e insomnes de tristeza
las ventanas lloren,
las puertas callen,
la plaza se adelgace en
calle
y la televisión vacíe
el Paraíso
y los cascotes del cine
entierren los fantasmas de piratas y vaqueros
bajo las últimas
ilusiones de Grancaldo,
y los sueños del cine
sean un sueño.
¡¡Muy pronto Cinema
Paradiso!!
El consuelo de este
infierno.
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