Una reivindicación de la música de cine (que acabará por denigrarla).
¿De qué película habría podido componer Beethoven la banda sonora? ¿La “Guerra y Paz” de Bondarchuk? Demasiado obvio: hasta él oyó los cañonazos de Napoleón. ¿Del “Adiós a las Armas” de Borzage? Ya lo hizo Wagner sin querer (y lo que para él era peor, sin cobrar). Me lo pregunto por varios motivos. Primero: porque estoy aburrido; por las tardes he de clausurarme en el banco a telefonear a los morosos y de los cuatro que entre más de treinta me han respondido, dos han colgado, uno me ha insultado y el otro me ha enviado con la música a otra parte. Cualquier día nos quedaremos sin fondos en la caja y afrontaremos un pánico digno de Frank Capra. Segundo: por mi vertiginoso respeto a montar el caballo de batalla del Gatopardo (tentado estoy de hacer como el astuto Alain Delon, que eludió una pregunta sobre Visconti respondiendo al periodista que la cuestión no se podía despachar a la ligera). Tercero: porque no tengo ningún libro a mano ni me acostumbro al e–book; se parece demasiado a trabajar. Cuarto: para reclamar una mayor presencia de los músicos de cine en las salas de concierto. Porque, sin entrar en la injusticia de trazar fronteras que acoten las músicas como si fueran países en guerra (¿acaso John Lennon no cantaba lieder?), podrían elaborarse miles de suites de unas composiciones que, reducidas a una duración apta, merecerían por su riqueza inventiva, capacidad melódica o vigor orquestal un pasaporte que les permitiera pasar aquella estricta aduana y refrescar el aire rancio de los auditorios, y voy a poner un punto y aparte porque mi hermano el informático me exhorta a emplear párrafos más cortos si quiero que alguien me lea (gracias, gentil chileno, tú has sido el primero en tenderme un vaso de agua en el desierto de mi soledad espiritual) .
Y
en cuanto al prejuicio de que esas músicas no se sostienen sin la
muleta de las imágenes, a mí me parece todo lo contrario –cuántos
efectos fílmicos no se deben a la música-, y nadie se queja de que
muchas obras clásicas fueran en su día escénicas o de ballet, ya
que más allá de paparruchas programáticas el único tema de la
música (incluida la de cine) es ella misma.
Quinto:
porque el otro día dijeron en la radio que se cumplía el centenario
del nacimiento del gran Miklos
Rosza
(algo increíble en una emisora generalista, pero es que fue mi
hermana –periodista infectada de mi mismo mal– quien lo metió con
calzador), y al recordar a Sherlock
Holmes
interpretándolo al violín según Billy
Wilder
(un aplauso para la versión del año pasado de Mariana
Todorova),
no pude sino compararlo con Bruckner.
La misma impetuosidad trepidante, la creciente amenaza de ritmos
obsesivos, el diseño de un monumento de sonido consagrado al Mal
haciéndolo pasar por sagrado. Clavadito nuestro húngaro al eunuco
de Linz.
Pero
lo peor de todo es que entonces se me ocurrió trazar una de esas
inextricables
genealogías
que desde la primera página nos quitan las ganas de leer el novelón
de turno. Hela aquí:
Bajo los auspicios de Haydn y Mozart, Beethoven es el Dios Padre de la música sinfónica (asentimientos con la cabeza de mis lectores). A su diestra se sientan su vástago –pese a la barba patriarcal– Brahms, cuya primera sinfonía es la décima del padre, y a la izquierda Wagner, su otro hijo, más rebelde pero que después de las nueve de papá no se atrevió a escribir ninguna (puedo oír vuestros murmullos de aprobación). Aunque era todo menos generoso, Richard entregó la antorcha encendida a Bruckner, que a su vez transmitió a Mahler el fuego sagrado y secreto de los tempos lentos, intensos, sublimes (bostezos, carraspeos, suspiros).
Y así llegamos al soleado día
vienés –fulgurante el Prater
en una tormenta de pétalos– en que Gustav
se aparta de las rodillas la mantita estilo Dick
Bogarde
arribando a Venecia
y le abre la puerta de su aprecio a un niño prodigio, Erich
Wolfgang Korngold. El
cual, veinte años después, desembarcó en Hollywood
para inventar
la música de cine. Y desde luego había cruzado el Atlántico con
todo el bagaje del aparato orquestal romántico, los metales y las
maderas impulsados por los vientos soplando sobre las cuerdas
–también del velamen.
De
Korngold
desciende la generación dorada (ronquidos, gemidos, resoplidos): Max
Steiner, Franz Waxman, Bernard Herrmann
(en “Vértigo”
clavadito a su bisabuelo Wagner)
o Miklós
Rósza,
cuya herencia se disputan los decadentes herederos actuales
(abucheos, chiflidos, un
tomate).
Y
recapacito en que, para no atreverme a tocar El
Gatopardo,
he acabado por cosquillear intocables bronces con el plumero osado
del ignorante. Para castigarme por semejante profanación observo
cómo los reflejos de la lluvia se ahogan en las paredes y afiches
publicitarios –familias felices con perro de concurso– de la
oficina, con aquella melancolía fatal que lo hacían en el
cielorraso del apartamento de Fred Macmurray en “Double Indemnity”.
Me convenzo fácilmente de que no hay nada tan miserable como
apremiar a un moroso una tarde de lluvia, ni nada más solitario que
un banco cerrado al caer la tarde, y proponiéndome acometer de una
vez El Gatopardo, me inspiro silbando el tema de amor de Nino Rota. Y
ya me parece que llueve menos, que no estoy tan solo en la oficina,
que el siguiente deudor me prometerá pagar. Dime que me quieres
aunque sea mentira, le pidió Joan Crawford a Johnny Guitar.
¡Genial! y cierto. La música de cine está encerrada en la mayor parte de los casos y para la mayor parte de los oyentes en un cajón titulado BSO del que en muy pocas ocasiones se le permite salir incluso cuando se interpreta en un auditorio por una orquesta reconocida. Se opina: bueno, es una cana al aire, una acercamiento a otro público, una "modernidad" en la programación de tal auditorio o de tal orquesta. Incluso uno se puede sorprender cuando se entera de que el compositor de una banda sonora ha compuesto una sinfonía, un concierto... etc. etc. etc. que ya me callo, disculpas por la extensión del comentario. Los ejemplos ya los has puesto tú muy acertadamente.
ResponderEliminarSaludos
Victoria
Muchas gracias por tu comentario, Victoria, estamos de acuerdo. Cuento contigo para las próximas entradas del blog. Saludos!
ResponderEliminarFelicitaciones por nota amena y muy bien escrita. Estoy de acuerdo la música de cine cada mes debería salir más a los auditorios porque la verdad existen extraordinarias obras que llenan solas por completo.
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