jueves, 14 de agosto de 2014

EL HOMBRE ELEFANTE


                   

¡Pasen y vean al fruto del incesto entre esos malditos gemelos,
el Mal y la Perversidad!
¡Por diez peniques podrán ver esta malvada fantasía del demonio!
¡No se pierdan al hermano de las sombras, al maldito de la luz,
al abominable monstruo más conocido como…


Al retumbar de la bestia zumba el miedo de mi madre,
su trompa le estrangula los gritos de mi alumbramiento,
por el fondo del sueño avanza la mole de un pánico de muerte,
en su dura piel se enrosca el gusano de la destrucción,
se envisca el horror, se encostra el sudor
como en los cadáveres el semen y la sangre de los amantes asesinados,
mis padres, cuyo nombre tritura el animal innombrable.


Echarme la caperuza de la vergüenza que vela el pecado original,
olvidarme de hablar porque nunca nadie me habla,
reconocer el olor del miedo que avanza como la niebla,
atesorar la sensibilidad de un artista en el cuerpo de un monstruo,
ser la atracción de morbosos, cirujanos y cazatalentos,
huir de todos y que todos me rehuyan, portador del germen de mi imagen,
mirar mi propia sombra como a un mal hijo,
sentir que un reptil se ha vinculado como una cadena a mi cuerpo,
huir de mí mismo, ser el llamado…


¡Damas y caballeros, vean al engendro parido por un ano!
¡El único aborto vivo con una joroba en el cráneo
y en la piel un cultivo de tumores con abono de papilomas!
¡Una intuición del infierno por un precio simbólico!
¡No dejen de ver esta infamia del destino, el mundialmente famoso…


De la pupila de mi madre a sus pezuñas ondula el horror,
los colmillos de la bestia van a ensartarle la belleza,
se condensa el gas del miedo de mi madre a verme
mientras baja la pata hacia su vientre
y ella teme aunque se sabe en un sueño de muerto,
el terremoto es un monstruo que sale en estampida del tabú,
el animal innombrable de larga memoria y senda fija.


Ser víctima del escarnio, la explotación y el aborrecimiento,
no poder rectificar en ningún lecho mi columna vertebral,
habitar las pesadillas de mis semejantes,
imaginar mi cara clavada en las pupilas de mi madre,
no poder arrancarme las sanguijuelas de esta repugnancia,
detener con mi llegada los relojes y los ríos,
amaestrar las serpientes del miedo del pueblo,
ser ni más ni menos que el mismísimo…


¡Pasen y vean la peor aberración de la vida,
la careta de la vileza y el cuerpo de la miseria!
¡No se priven de ver a este olvido de la Providencia,
un compendio de toda la crueldad de la Tierra,
el menos humano de los seres,
más conocido como… el Hombre!


El blanco bramido de sus orejas ensordece el mundo,
se licua el miedo de mi madre, se derrama la leche
y se evaporan sus besos: decrece el espacio que separa
la pata de su seno y la aplastan la vergüenza de morir
y el animal de su pesadilla de muerta: el Elefante.


Llegar a Londres en el envés del Imperio, a espaldas del tiempo,
ignorar el sol del amor y el calor de la amistad,
seguir pálido de soledad,
oler el horror a mí mismo como el frío o el sudor propio,
cojear de la piedad al insulto, de la maldición a la compasión,
carecer de semejantes, poblar los tugurios de la existencia,
no poder tenderme a amar ni quizá a morir como un hombre,
ser… El Hombre Elefante.
 


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