Los años 90 fueron una década especialmente relevante para el mundo del cine. Después de que unos años precedentes en los que el cine estadounidense (sin duda la geografía más representativa y popular en cuanto a la difusión del séptimo arte se refiere) sufrió una de sus más importantes crisis en lo que respecta a la creatividad (conocido es que los ochenta representaron para el cine made in USA una transformación profunda que posibilitó que el cine dirigido a los adolescentes casi fagocitara por completo los proyectos encauzados a un público mucho más adulto y exigente), la década de los 90 supuso el despertar de ese cine comprometido, profundo y complejo que tantos éxitos otorgó a los estudios americanos en los setenta. Ello ayudó a que en otras geografías hermanas de la estadounidense, como lo es sin lugar a dudas la canadiense, igualmente se optara por apostar por una nueva generación de cineastas que ya habían despuntado con su arte en la década de los ochenta y que gracias a estos vientos de cambio lograron triunfar en los años que precedieron a la era de Indiana Jones.
De este modo pudieron salir a la luz obras tan arduas y fascinantes como la cinta protagonista de esta reseña, la ardua y fascinante Exótica, indudablemente la obra más rotunda y maestra de uno de esos autores que alcanzaron su cenit en los 90 y que actualmente parecen atravesar un intenso y prolongado bache de éxitos tanto en lo que respecta a crítica y público como es el canadiense Atom Egoyan. Para remarcar la grandeza que personificó el rompedor Egoyan basta enumerar algunas de las obras que este genio de la post-modernidad realizó a lo largo de los años noventa. Y es que obras como El liquidador, El dulce porvenir, El viaje de Felicia o esta Exótica figuran por méritos propios entre las obras más personales, hipnóticas y transgresoras del cine emanado en aquellos tiempos.
El cine de esta canadiense de origen armenio se caracteriza sobre todo por el empleo de una narrativa temporal desgarrada y anárquica, jugando de este modo con los espacios que configuran el tiempo yendo sin ningún tipo de reservas de atrás hacia delante y viceversa mucho antes de que esta técnica se pusiera de moda gracias a las obras de Quentin Tarantino. Esta argucia narrativa sirve al norteamericano para engatusar al espectador convirtiendo así a este último en una especie de testigo presencial de las epopeyas narradas, las cuales son revestidas por Egoyan con un exquisito ropaje estético apoyándose asimismo en historias profundamente humanas y dolorosas marcadas por experiencias traumáticas que los protagonistas no han sabido o podido superar.
Exótica cuenta con todos los ingredientes que hicieron grande al director de El viaje de Felicia y es por tanto uno de los trabajos más inspirados y cautivadores de este magnético cineasta. La cinta inspira un perverso juego de sensaciones y sentimientos encontrados siendo sobre todo el dolor y el vacío existencial los dos ejes sobre los que pivota el espíritu del film.
El argumento de Exótica se teje como una especie de película coral de historias cruzadas que tan de moda se puso a principios de los noventa gracias a esa obra maestra que fue Short cuts, mostrando las conexiones que se establecen entre una serie de personajes que aparentemente nada tienen en común: Zoe (dueña de la barra americana que da nombre al film), Eric (el locutor que presenta las exhibiciones y strip-tease que se llevan a cabo en las noches del Exótica), Christina (la bailarina estrella del recinto que mantiene una extraña relación a su vez con Eric y la dueña del establecimiento), Francis (un inspector de hacienda que acude cada noche al Exótica fascinado por los bailes de Christina y que parece traumatizado por un acontecimiento del pasado) y finalmente Thomas (un armenio dueño de una tienda de animales inmerso en una trama de contrabando de especies protegidas cuyas acciones serán objeto de inspección por parte de Francis).
Así la cinta arranca mostrando un primer plano de la cara de Thomas mientras pasa una inspección en la aduana de un aeropuerto. Un veterano oficial de aduanas aconseja a su aprendiz que mire a los ojos de Thomas, ya que esta será la única manera de descubrir la verdad que esconde la vida de una persona. Esta frase simbolizará la sustancia que se oculta detrás del argumento del film, puesto que todos los personajes que aparecen en el mismo esconden un secreto que los une insoslayablemente y que Egoyan irá desvelando poco a poco dando pistas al espectador asumiendo así la figura de un demiurgo travieso con querencias al vouyerismo.
En este sentido, sin prisa pero sin pausa, iremos descubriendo lo que la verdad esconde detrás de las máscaras que visten los personajes que vertebran la trama del film. Así descubriremos que Francis es un obsesivo inspector que se haya sumido en una inquietante crisis y depresión a raíz de la muerte violenta de su hija, hecho que provocó el derrumbamiento de la estabilidad que regía su vida hasta ese momento. Francis únicamente encontrará un motivo para vivir acudiendo cada noche al Exótica para deleitarse con los bailes de Christina así como concentrándose en su trabajo de inspector, ocupado en estos instantes en la inspección de la tienda de Thomas motivada por las sospechas que despiertan los incontables viajes a lugares exóticos del tendero armenio. Por otro lado observaremos las actividades de Thomas, un homosexual adicto a disfrutar del sexo masculino en citas a ciegas convocadas en el Teatro de la Ópera que acabará atrapado en las redes de chantaje de Francis. Y como nudo de unión de todas estas personalidades encontraremos a los residentes del Exótica: la bailarina Christina, una bella striper que mantiene una extraña relación de atracción con Francis y a su vez con el locutor Eric y con la dueña Zoe (con la que aparentemente ha experimentado algún contacto sexual a espaldas de Eric); el locutor Eric, un auténtico voyeur encargado de anunciar los espectáculos cada noche así como de mantener el orden del local, evitando que los clientes toquen a las empleadas del Exótica; y finalmente la dueña Zoe, quizás el personaje más testimonial de todos los que figuran en el metraje de la cinta que ejercerá labores de consejera para atemperar las tensiones que brotan entre sus asalariados fomentando los nexos de este trío gracias a sus contactos sexuales con Christina y a su relación amorosa con Eric del que se encuentra embarazada.
Esta complicada red de relaciones humanas aparentemente inconexas encontrará un sentido justo al final del film en uno de esos magistrales giros de argumento en los que todo el planteamiento espacial y temporal hilado por Egoyan encajará a la perfección elevando a los altares por tanto el resultado final del film y que para no destrozar la película a aquellos lectores que no la hayan visto aún no desvelaré.
Exótica pertenece a ese grupo de cintas que consiguen emocionar al espectador gracias a su apuesta por mostrar las interconexiones humanas de una forma fidedigna y cristalina a través de ese espejo de irrealidad que es el cine. Lo que más me gusta de la propuesta de Egoyan es el revestimiento onírico, casi mitológico, que otorga el canadiense a ese Macondo mágico que es el Exótica. La iluminación y ornamentos del mismo se asemejan a una especie de purgatorio al que acuden almas en pena castigadas por sus actos del pasado para expiar sus pecados. El locutor Eric actuará como un semi-dios que anuncia la aparición de las deidades que solo admitirán la mirada en vez del contacto físico del espectador, acrecentando de este modo el deseo de pecar de los arrepentidos mortales. Y así Christina (magnéticamente interpretada por la bella Mia Kirshner) adoptará la forma de ese cielo inalcanzable en el que reposar en la eternidad mientras baila los acordes del Everybody Knows de Leonard Cohen.
Existen pocas películas que hayan retratado con tanto acierto los mandamientos que rigen la soledad, los miedos, los deseos prohibidos y las cicatrices y el dolor que desprende cada minuto de esta cruel existencia que decreta el devenir de nuestros días como esta Exótica. Y además todas estas complejas disposiciones dramáticas fueron llevadas a escena por Egoyan de una manera innovadora, tremendamente humana, reflejando los tormentos que un desliz de nuestros actos pretéritos fustigarán a nuestro ser. Sin duda una obra maestra que se degusta sobresalientemente desde el más oscuro desconocimiento.
Autor: Rubén Redondo.
Autor: Rubén Redondo.
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