Cuando el domingo salgo
de Tu Casa limpio de pecado,
aunque las rosas de Tus
llagas me recuerdan cadáveres acribillados
y
el vinagre de Tu dolor las lágrimas de las madres de los drogados,
me pregunto quién
serías Tú aquí en Little Italy,
si el típico loco que
al rojo del ocaso decreta el fin de los tiempos,
el borracho que en las
callejas cree caminar sobre las aguas,
o más bien yo, un mafioso
de poca monta,
el mensajero o apóstol
del Padrino, mi tío Giovanni,
el hermano de todos que
imparte la paz y reparte el consuelo;
cuando salgo bañado en
bendiciones
oigo Tu Palabra en los
rumores de las terrazas y las esquinas,
en las canciones de los
discos y de los cantantes ambulantes,
en los piropos y los
insultos, en las promesas y las amenazas,
sí, en estas calles
chillonas como el maquillaje de las putas
Te oigo mejor que en
los ecos de Tu Casa,
y Tu Voz resuena con la
esperanza de los charlatanes,
con la fe y la belleza
de barítono de los chulos y los camellos,
con la caridad y el
metálico timbre de los asesinos a sueldo,
por lo que mi sangre
sabe que nunca desertaré de Little Italy
y me alegro de acarrear
la culpa de los colegas
como Tú cargaste con
los pecados de los hombres,
aunque por prestar mi
palabra y poner por ellos la mano,
por apostar a la carta
marcada por el destino de un tahúr,
Johnny Boy, el primo de
Teresa, mi novia secreta,
cualquier día me crucificarán
a tiros en las ruinas del alba.
Tú sabes que no soy tan
adepto a sotanas y rosarios,
sino que para mí todos
los días son domingo
(también porque no
trabajo)
y a diario asisto a una
Misa de veinticuatro horas
ya que estas calles son
mi verdadera iglesia,
sabes que no soy de
golpes de pecho ni de confesiones
ni de por mi culpa, por
mi culpa, por mi gran culpa,
sino que prefiero
hablar contigo a todas horas,
cuando en la cama con
Teresa naufrago en rojos amaneceres,
cuando encallo en la
desierta sed de las resacas,
o mientras me amarro a
la barra del bar del Tony,
me gusta hablar contigo
en confianza
como si fueras otro
colega que me invitara a una copa
(en Tu caso sería un
vino o un Bloody Mary)
para que me aconsejes
cómo ayudar a los míos,
cómo domesticar al
fiero cachorro que es Johnny Boy
y lograr que su
naturaleza no se adapte a esta sangrienta selva,
para que me digas una
palabra
(tratándose de ti una
oración o un blues)
que lo madure como a un
sicario la primera sangre,
te lo pido como a su
padre un primogénito por su hermano,
como si yo fuera el
Cristo de Little Italy
y Johnny Boy mi Judas,
como si Tú fueras un
pequeño mafioso
o más bien El Padrino
de Little Italy,
mi tío Giovanni,
el único que no debe
saberlo
porque me ha mandado
apartar de Teresa y Johnny Boy.
A veces veo que en los
billares se estanca una ciénaga de sangre
y los chicos esgrimen
sus tacos contra anfibios que tienen sus caras,
que como de una femoral
borbotea la sangre de una boca de riego
y se inauguran
restaurantes para caníbales,
que cabalgando sus
Harleys como jinetes del Apocalipsis
los matones traen un
viento rojo que todo lo petrifica,
que una riada de
alcohol arrastra hordas de cadáveres hinchados
y coches de la policía
que giran como islotes a la deriva,
que de las cloacas suben
las serpientes que hemos criado
y copos de cocaína
nievan sobre treintañeros con coronas de espinas,
pero ¿qué puedo hacer
más de lo que hago?,
si por salvar a Johnny
Boy como un ángel de la guarda
me expongo a rayos más
fulminantes que los del Gólgota,
si hasta he sacrificado
el cordero de mi cordura
como un paranoico
hablando a solas contigo.
No me arrepiento de
sumar clientes al bar de Tony,
pero te ofrezco las
flores de mis risas y tragos,
toda la alegría en que
allí he estallado como una botella de champán,
y el becerro de oro de
mis contactos,
exorciza mis bailes y
cura mi ceguera;
no me arrepiento de
engañar a mi tío Giovanni, El Padrino,
cuando me ordenó
exiliarme del amor de Teresa
y de mi amistad
segregar a Johnny Boy,
pero te sacrifico el
vagido de mis orgasmos
y los balidos de mis
carcajadas con Johnny,
no me arrepiento de ser
cliente de Mike, doble de Tony Curtis,
traficante de escarnio
y escarmiento,
y por eso le
encasquillo la pistola de su odio por Johnny,
ya que sus impagos le
acortan la sombra de su fama de duro,
pero Te ofrezco el
incienso de su confianza en mí;
no me arrepiento de
defender como a un hermano a Johnny,
perito en petardos y
fabricante de embustes,
capaz de mezclarte
excusas y coartadas en un cóctel
que te emborrache y lo
disculpe,
o de liarte cigarrillos
con hebras narcóticas y el humo de las mentiras,
rey de las deudas y
mendigo de los aplazamientos,
cuya vida es un sumidero
con un vórtice que con él me arrastra,
Johnny Boy, mi cruz,
que por treinta monedas
y una farola donde ahorcarse
cometería la infamia de
delatar a mi tío mi amistad por él,
pero como un diamante
te ofrezco el amor de Teresa,
sus piel de alas de
mariposa y sus besos de paloma;
no me arrepiento de
anidar en Little Italy,
de creerme el Cristo de
las malas calles, de este Calvario,
aunque Tú no hubieras
apostado en los garitos
(en tu caso todo lo
habrías puesto al rojo),
aunque Tú no hubieras
bebido tanto
(como mucho sangre),
aunque Tú no hubieras
sobornado a policías ni políticos
(si acaso a los rojos),
aunque Tú no hubieras
sido un pecador
y quizás yo tampoco.
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