sábado, 1 de noviembre de 2014

LA NOCHE DEL CAZADOR



                   


Señor, como un profeta al desierto de la ignorancia
yo no traigo la paz sino la semilla de Tu Palabra,
que con mi vuelo y canto de jilguero disemino por estas tierras,
y como tal me permites proveerme con las migajas de las viudas
(un puñado de herrumbrosas monedas bajo la piedra del hogar,
un atado de billetes atesorado entre amarillentas cartas y una rosa disecada),
y con tal de servirte me dejas desclavar las Tablas de la Ley
e infringir el Quinto y Séptimo Mandamiento y seguir incólume,
porque nunca yergo la cabeza de serpiente de la lujuria
y el pudor me impide mostrar a las viudas hasta el final mi arma,
y hasta la última noche no las desgarro con ella hasta la entraña,
ojalá ni siquiera entonces tuviera que hacerlo y me mantuviera puro,
sin bautizarme las manos con el rocío de sus cuerpos,
Señor, ojalá no tuviera que hendirles con mi arma la carne del placer,
ni desgarrar con ella la piel de su corrupción,
ni cavarles con mi arma como una pala en la tumba un túnel de tiniebla,
ni entre gemidos de rímel horadar sus pliegues marchitos, ajados, otoñales,
pero he de hacerlo para seguir inseminando Tu Palabra,
y al menos contengo mi arma ante las provocaciones gratuitas,
y aunque estoy bien armado
el odio me inmuniza contra sus tules y oropeles incitantes,
y pese a que automáticamente mi arma se enderece
y la empuño lisa y brillante, húmeda de fulgores,
no responde a la tentación de encajes ni perfumes ni maquillajes,
ni al tintinear de lentejuelas y crepitar de sedas que no sean de viudas,
ni salvo ellas permito que nadie la toque –ni siquiera yo a solas-.

Destinado y predestinado por Tu Voluntad,
en el presidio de Moundsville coincidí con Ben Harper,
el atracador del año, al que ni condenado a la horca
le exprimí de la garganta un graznido de ganso estrangulado
y a la tumba se llevó la tumba de su secreto,
el seno (que creía de su viuda) donde había escondido el oro,
así que cuando le dieron a él muerte y a mí la libertad,
inspirado por Tu Espíritu,
a través de la noche el tren del destino me trajo a su casa
a confortar el ánimo de su viuda e hijos,
y haciéndome pasar por confesor de la cárcel,
depositario de los últimos deseos de su esposo y padre,
con la representación del pulso entre el Bien y el Mal
(mi diestra contra mi siniestra),
con el falaz triunfo del amor sobre el odio
(en el fondo Tu Victoria, oh Señor),
con la emoción de mi voz de roble,
con mi historia de que el oro yacía como un muerto al fondo del río,
un fardo atado a una piedra como el cuello de un pecador suicida,
me capté la voluntad de Villa, la viuda (que no sabía nada)
y de Pearl, la hija, pero no de John, el hijo (que todo lo sabía),
heredero del oro y del silencio de su padre,
por lo que no pude estrujarle el lugar del escondite.

Para afianzar la confianza obtuve la mano de Willa,
y la noche de bodas gracias a Ti, Señor, me contuve,
y no extraje mi arma
aunque ella se me acercó ribeteada de encaje, anhelante,
húmeda y trémula, lúbrica e impúdica,
me enfundé el blanco camisón de la castidad y di la espalda a su lujuria,
abominé del hambre de su vientre,
del pecado que le perlaba la piel,
de su avidez de mi arma, de su deseo de medir su belleza letal de serpiente,
de apreciar su dureza y longitud,
de que la deslumbraran sus brillos cegadores, su destellante punta,
me contuve, Señor, y no la blandí,
sino que avergoncé a Willa por sus ansias de que la traspasara con ella
y canalicé su lubricidad en la ferviente corriente de la fe
para fanatizar su espíritu y tiranizar su voluntad.

Y según Tu Mandato sigo acosando a John con paciencia,
minando su resistencia y presionando su reticencia,
estrangulándole el ánimo y exprimiéndole un nombre,
dónde está escondido el oro que le corrompería la juventud
y a mí me ayudará a seguir sembrando Tu Palabra,
y como Willa me ha sorprendido interrogando a su hija
al fin tendrá su merecido, consumaré mi odio en la cama,
ya aguarda la celebración del rito en el altar del tálamo,
donde la visión de mi arma la hace temblar,
ya espera con sus ojos de ternera la consumación del sacrificio,
oh, Señor, no quisiera hacerlo
pero he de obtener el dinero para seguir inseminando Tu Semilla,
así que Te obedeceré,
no es que me resulte duro,
pero gélido de pureza, habituado a contener mi arma,
después de tanto embridar mis impulsos,
no resulta fácil esgrimirla como una mala excusa,
y aunque la empuño con la siniestra,
que es la mano del odio,
mi arma es diestra como el amor,
ella la mira y no se inmuta salvo el palpitar de labios,
tanto he doblado el alambre de su voluntad que no protesta,
incluso desea mi arma y mi amor tanto como su propia muerte,
en el fondo todos queremos tanto el amor como a nuestra muerte, 
y extendida la punta de mi arma ya corta el aire,
acorta la distancia hacia su garganta
que como una segunda boca se abrirá para acogerla
y con la sangre en lugar de saliva consagrará
el arma que me diste,
Tu arma, Demonio,
la navaja.  
      

   

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