Me mataste, Stockburn,
una tarde como ésta de invierno,
marfil
sobre mármol
lo último que vi fue
una paloma agonizar en el hielo,
la luz tiritaba como
hoy en el aire,
pero mientras que
entonces mi sangre bautizó la nieve
y como una serpiente el
viento silbó por los seis túneles
que tus ayudantes me
excavaron en el torso
y me hizo lagrimear el
tercer ojo que me abriste en el ceño,
hoy la tarde es turbia
pero árida, menos turbulenta,
de las lagunas
fosforescentes de mis ojos ves subir tu cadáver,
tu sangre se verterá en
el lodo
y a ti tu tercer ojo te
cegará por siempre
y después no te será
como a mí dado vagar para vengarte
porque te habrá matado
un hombre muerto.
La verdad, Stockburn,
me mataste dos veces
ya que antes cavasteis
en el cuerpo de Sally siete túneles
por donde se evadió su
vida,
siete tumbas en la
tierra sagrada de su cuerpo,
los seis orificios que
tus ayudantes abrieron en su carne,
por donde se le escurrió
la memoria como por unas goteras,
y tu rúbrica entre sus
ojos que aún guardan mi imagen petrificada:
tuvisteis que matarla
ante mis manos inermes,
a la sombra del nogal
que ahora la aloja,
Sally, la que como una
segunda madre me dio otra vida
y un hogar, aquella
granja donde descansa y nos sorprendisteis
después de que renegara
de tu amistad
y de que su amor me
redimiera de tu compañía,
porque hasta conocerla
yo era otro amante de los caminos,
un novio de la suerte
con hambre de muerte,
tu hermano en la sangre
y en la sed perenne,
un asesino que contigo
alquilaba mi pistola.
Desde mis verdes años
fui compañero de la fortuna
y cuando te conocí nos convertimos
en socios del vicio
y favoritos del crimen,
y después de que con la
luna de sus palabras Sally me alumbrara
toda la cizaña que se
me enredaba en las tinieblas del alma
y en ésta germinara la
semilla de la esperanza
y empezara a
sembrarla en otros campos
(no solo me convertí
sino que me calcé el alzacuello),
cuando te resignaste a
que nunca volvería contigo,
me sustituiste con tus
seis ayudantes
y para vengarte y
erradicar mi testimonio
viniste a arrebatarnos
las vidas y los hijos que ya no tuvimos.
Venía yo, Stockburn,
desesperado y paciente,
de una especie de
confuso sueño del que tú ya no despertarás,
de un mundo angosto y
húmedo, mudo y frío,
pacífico y oscuro,
larvado, mefítico,
donde reinan la memoria
y la corrupción de la materia,
y sin fe ni nombre vagaba
en tu busca,
yo era el americano
errante, pistolero sin pistola,
reconciliado con el
camino como con una antigua novia,
con tu fantasma en mi
imaginario punto de mira,
yo mismo un fantasma en
el punto de mira de nadie,
dejaba en el aire el
molde de mi silueta,
sin bajar de mi
espectral bayo como si cabalgara el aire
o más bien el bayo solo
y cabalgado por nadie,
remontando las cimas de
la furia y los valles de mi tristeza,
las montañas de la
rabia y las llanuras de la paciencia,
a través de todos los
climas mi sombra sin cuerpo
como una leyenda que
sembrara el miedo por donde pasara,
dejando tras de mí una
estela de estupefacto, frío silencio,
sin descansar, los ojos
de gato alumbrándome de noche,
materializado en los
tintineos de las espuelas,
en la levita de
predicador y el sombrero de fieltro,
cuando por un azar
necesario llegué a Carbon Canyon
y libré a Barret de la crueldad de los secuaces de LaHood,
acepté su hospitalidad
y me alojé en el campamento,
conocí a Sarah (trigo
maduro), a su hija Megan (semilla de centeno),
y al resto de los
cazadores de oro,
como un general alineé
sus voluntades contra LaHood,
que amedrentándolos
pretendía expulsarlos de sus tierras
y para lograrlo alquiló
tus siete pistolas, Stockburn,
ya que sus hombres me
oponían resistencia de hormigas:
en mi estado soy
invencible,
tan rápido como la
muerte, tan certero, serio, imbatible,
duro, implacable,
doloroso e ineludible como la muerte,
y con los cazafortunas
tuve que simular que comía
aunque llevo muchos
años sin sentir hambre,
tuve que simular que me
apetecía picar la piedra
aunque hace mucho que mi cuerpo no requiere ejercicio,
tuve que simular que
oía las ofertas de LaHood
aunque hace mucho que el oro no me tienta,
tuve que simular que me
quería acostar con Sarah
aunque hace mucho que
gasté todo el amor que me quedaba,
tuve que simular cariño
de padre por Megan
aunque como un jugador derroché el que nunca llegué a tener;
y para mí aniquilar a
tus seis ayudantes ha sido una escaramuza,
hurtándome a sus
miradas y sorprendiéndoles por la espalda,
pero a ti, Stockburn,
voy a matarte a la cara,
te hipnotizan mis ojos
como ágatas de gato o cobra,
y me da tiempo de
enfundar, acercarme, desenfundar,
cargar, amartillar,
apuntar,
y después de que me
reconozcas, incrédulo de terror, disparar,
y podré dejar de vagar
por el mundo
para volver a aquel
ámbito angosto y húmedo, mudo y frío,
pacífico y oscuro,
larvado y mefítico,
donde reinan la memoria
y la corrupción de la materia.
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