Frank Borzage fue sin duda uno de los principales autores del cine estadounidense, abarcando un período creativo de esplendor que perduró durante más de 4 décadas de puro cine. Poseedor de una carrera ciertamente diversa y fascinante, su personal sello se encuentra estampado en alguna de las mejores cintas silentes estadounidenses en las que aún se detecta a pesar del paso de los años esa singular mirada de poeta divergente propia de Borzage que chocaba de bruces con ese estilo anquilosado y rígido que existía en buena parte de los melodramas mudos producidos en los años veinte por los grandes estudios de Hollywood. Y es que Borzage fue durante toda su trayectoria un ensayista del amor en todas sus caras y complejas vertientes, siendo ésta la temática predominante en la inmensa mayoría de sus obras mayores aunque éstas pertenecieran a géneros tan diversos como el cine negro, la comedia, el aventurero, el melodrama o el cine bélico. Desde el amor imposible, al amor incauto, al amor enfermizo, al amor cruel o porque no decirlo igualmente el amor romántico y verdadero.
Así, a finales de los años cuarenta y convertido ya en un prestigioso y aclamado director tanto en los EEUU como en la Vieja Europa, Borzage realizó una de sus películas más personales (ello se denota en el hecho de que la cinta tiene estampada la etiqueta Frank Borzage´s en su título comercial) y estimulantes: Moonrise. Para ello el norteamericano dejó de lado la comodidad que podría suponerle trabajar bajo el paraguas de un gran estudio para recalar en la mítica productora Republic, especializada en obtener increíbles resultados artísticos con escasos medios económicos. La película compone un extraño cocktail aderezado con ingredientes derivados del melodrama romántico y con sobre todo ese tono enfermizo y malsano que la confiere su adscripción al cine negro de serie B. La libertad que disfrutó Borzage a la hora de desarrollar este proyecto se siente en esa narración claustrofóbica, asfixiante y atrevida dotada de una modernidad vanguardista envidiable para la época, en la que Borzage vierte su firma inyectando ese romanticismo innato de su temple esbozando una epopeya en la que conecta el amor limpio que siente el protagonista por su bella enamorada con un crimen cometido por él mismo derivado de un acto violento e inconsciente fruto de ese amor consustancial a su temperamento.
Y es que Moonrise se destapa como una de las mejores películas de cine negro producidas en esos magníficos para el género años cuarenta gracias a la combinación de un espléndido guión que bien podría haber surgido del imaginario de William Faulkner repleto de frases memorables de un romanticismo exacerbado pronunciadas con elegancia y tino por un magnífico elenco de actores pertenecientes a la segunda línea de Hollywood, también dotada con una puesta en escena contundente donde Borzage da muestras de su cátedra técnica situando la cámara en ángulos imposibles y elegantes logrando con ello extraer todo el suculento jugo que la historia contiene.
La cinta arranca mostrando la atormentada existencia de Danny Hawkins, un joven que vive amargado desde que en su tierna infancia su padre fue condenado a morir en la horca por haber asesinado al médico del pueblo al acusarle de no haber actuado con la diligencia precisa para salvar la vida de su esposa. Por este motivo, Hawkins será objeto de bromas e ignominias por parte de sus compañeros de escuela, hecho que le ha ocasionado una herida que supura resentimiento y trauma sin vislumbres de poder cicatrizar.
Ya alcanzada la madurez, el mortificado Danny Hawkins matará accidentalmente al pedante hijo de un rico comerciante del pueblo (interpretado en un papel testimonial por un joven Lloyd Bridges), en una pelea motivada por el amor que ambos sienten hacia la bella profesora rural llamada Gilly. Confuso por las consecuencias imprevistas de su acto de violencia, Hawkins decidirá ocultar su crimen escondiendo el cadáver de su adversario en la profundidad del pantano donde tuvo lugar la lucha.
A partir de este momento el joven outsider emprenderá una lucha contra sus demonios interiores, enfrentándose al sufrimiento que le procura ser conocedor que ha cometido un asesinato inconsciente cuya inocencia resultará compleja de defender debido a su cobardía desde el momento en que una partida de caza descubrirá la presencia del asesinado, con su anhelo de encontrar el amor verdadero en los sensibles e inteligentes brazos de la bella Gilly. Romance que será puesto en peligro por la ocultación de esa verdad que atormenta el alma de Hawkins.
En este sentido Moonrise se alza como una película extraña y compleja, donde la atmósfera psicológica terminará conquistando la escena en detrimento de la acción rutinaria. La cinta apoya su poder de hechizo en esa belleza visual obtenida por un Borzage transmutado en un pintor paisajista capaz de desplegar toda una gama de ricos colores a pesar de contar con escasos medios presupuestarios. Una de las innumerables virtudes con las que cuenta el film es sin duda la sabrosa galería de personajes secundarios que ayudan en todo momento a hacer fluir la trama sin trampa ni cartón, aportando su granito de arena para ennegrecer la sinopsis fundacional de la película, contribuyendo pues a confeccionar una intriga suculenta en la que nada tiene desperdicio. Resultará así memorable la interpretación del mítico y pionero actor negro Rex Ingram como ese solitario cazador de nutrias alejado de todo contacto con el resto de la humanidad por voluntad propia que únicamente mantiene unos últimos lazos humanos a través de su relación de amistad con el joven Hawkins, otro outsider sociópata y apartado de la sociedad (en este caso por ese trauma familiar que le persigue en lugar de por el color de su piel) en el que el viejo Mose (así se llama el personaje) observa el reflejo de sus pecados de juventud. O igualmente la magnética performance de Allyn Joslyn como ese sheriff sureño de perfil ocioso y ambiguo que recuerda enormemente al perfilado por Rod Steiger en la magnífica En el calor de la noche o por poner un par de ejemplos adicionales la siempre estimulante aparición en los compases finales del film de la siempre poderosa Ethel Barrymore en el papel de la eremita abuela de Hawkins o finalmente la presencia de un primerizo Harry Morgan interpretando a un discapacitado mental que jugará un papel esencial en el refuerzo de la trama de suspense e intriga que adorna el vestido dramático de la obra.
Moonrise se encarama como una de las últimas cápsulas de genialidad visceral de Borzage, ya que la carrera del americano no volvería (para mi gusto) a alcanzar unos resultados tan memorables como los obtenidos con esta obra maestra, derrotando su trayectoria hacia productos más complacientes y por tanto menos aptos para sacar a la luz esa garra animal de un autor en toda su plenitud. Llama la atención que la película fue un auténtico fracaso de taquilla e igualmente fue desairada por el propio Borzage, el cual achacó la escasa aceptación popular del film a los excesos de autor vertidos a lo largo del metraje así como a un planteamiento quizás demasiado desafecto a los gustos más divulgados tendentes a otorgar mayor importancia al ritmo y al entretenimiento que a las impresiones introspectivas, psicológicas y en cierto sentido irreales irradiadas por un Borzage contaminado por el veneno del cine de autor más puro.
Por consiguiente Moonrise podría ser catalogada como uno de los frescos más complejos, heterodoxos, modernos y humanistas de un autor que logró plasmar su íntima filosofía y mirada interior lanzando un grito en favor de la compasión y el perdón de esos marginados atormentados por los errores y fobias nacidas en su pasado, siendo Borzage en la actualidad uno de esos directores clásicos que cuenta con el beneplácito de gran parte de la crítica así como de esos nuevos cinéfilos deseosos de sumergirse en el cine arcaico más bello y oculto. Y esto lo podemos afirmar sin duda ya que no son pocos los ejemplos que han tomado como claro influjo esta personal apuesta de Borzage titulada Moonrise (percibo excelsos paralelismos entre En el calor de la noche, Fuego en el cuerpo, House by the River o Llamad a cualquier puerta con ciertos planteamientos construidos por el maestro americano en su peculiar propuesta) como tótem referencial.
Autor: Rubén Redondo.