Negra desde lo oscuro,
desde la noche me
silbaba la morena como una serpiente,
tiró del hilo de mi
voluntad hipnotizada,
en mi anular se fundió
el oro de la alianza
y dejé a mi mujer con la
mesa y la tristeza puestas,
mi hombre me dejó partiendo el pan de la pena,
sazonando con lágrimas
las patatas,
y ayuna de amor me cegó
el luminoso recuerdo
de jugar con él y nuestro
hijo a la risa del sol,
cuando la tierra y yo
nos abríamos a su vigor,
a las dos nos araba con
amor
y los buitres de los
prestamistas
aún no rondaban la
carroña de nuestra felicidad,
guiado por su aliada la luna venenosa
que alimenta flores letales y atrae la marea de la muerte,
con los ojos de otro,
de un muerto o un asesino
la vi en un claro,
turbia y turbulenta, la morena
de luna nueva en el
pelo, marchitando con su aliento una margarita,
bella y maldita,
perversa cómplice de la pasión,
imaginé a mi hombre con ella, canibalizado por sus besos,
transformándose por sus
caricias de araña en alguien más feo,
porque cuando ella lo
mira se vuelve malvado,
lo pensé bebiendo de
sus palabras como de una fuente ponzoñosa,
ella me tentó a vender la granja y fugarnos a la ciudad,
el paraíso raudo y
sonoro con el que siempre he soñado,
me vi con ella en ese
mundo de alegría y noche y luces y alcohol,
seguí sus pasos bellos
y pérfidos por el barro de la ribera y de su mente
y me indujo a librarme
como un fardo de mi mujer,
él volvió a casa como un zombie, embrujado por ella,
yerto de ausencia,
denso el gesto, lento, alucinado de luna,
como si hubiera mandado
un espantapájaros en su lugar
y siguiera con la otra,
enredado en las telarañas de redes de la playa,
me traje el haz de juncos que ella me cortó
mientras me incitaba a
dar con mi mujer un paseo en barca
del que me salvaría yo
reflotando con los juncos,
me horrorizaba la idea
pero escuché el canto de sirena,
aunque esos juncos me
fustigaron la conciencia,
él se levantó con los ojos empañados de insomnio,
y mudo de culpa,
encorvado de arrepentimiento,
en desagravio me invitó
a un paseo en barca,
significando que no
volvería con la otra zarpamos del muelle,
el perro ladró como si husmeara mi propósito,
en sueños durante la
noche la había matado cientos de veces,
a nado el animal nos
alcanzó y ella lo subió a bordo,
él remó de vuelta para soltar a Rex
y mientras se lo
llevaba me picó el aguijón de una sospecha,
pero ignoré lo que mi
sangre sabía y mi piel temía,
regresó y cuando
volvimos a salir en el aire latió un presagio,
me notaba tenso de furor, rígido de odio,
una remota parte de mí
vio que la luz se velaba de vergüenza,
se escondían los patos y
hasta las gaviotas despegaban,
incluso el aire se
avergonzaba de que yo lo respirara
pero como a un cachorro
ahogué a los restos de mi conciencia,
remaba rígido como una víctima, como un cadáver riguroso,
agarrotado de cólera
accionaba cada vez más despacio,
lo veía sonámbulo de
odio,
como si en vez de yo
fuera la otra quien lo estaba mirando,
allí en la barca los
dos representábamos una fantasía criminal de ella,
éramos los dos
protagonistas de su delirio asesino,
lo miré con simpatía
para animarlo y confortarlo
pero me apuntaron los
cañones de sus pupilas
y sobre mí se cernió la
estatura de su odio,
me miré las manos y creí que eran de otro,
que me habían
implantado las garras de un asesino
y me dio miedo de mí
mismo,
me había poseído un ser
creado por la otra,
cambió de dirección el
viento que ya era de arrepentimiento
y para castigarme remé
como en galeras
y para tocar tierra
antes de que volvieran a poseerme,
él me había respetado la vida pero perdido mi amor,
bañada en atónitas
lágrimas me había olvidado de respirar,
y consternada salté a
tierra y huí y corrí
a través del bosque y
del miedo y la desolación,
la perseguí para que me perdonara,
no la había matado a
ella pero sí su confianza,
en vez de protegerla
del mal se lo había acarreado,
para huir de él subí al tranvía
tras ella salté al
vagón en marcha
como si de veras me
hubiera ahogado seguía sin respirar,
no me temas, le dije,
la vergüenza me apuñalaba,
adentro me sonó el primer
latido del perdón,
seguía horrorizado de
mí mismo,
entre lágrimas atisbé
que estaba tan oscuro,
las tinieblas tan
densas como en la hora fatal para enfermos y suicidas,
que a partir de
entonces nuestro amor solo podía amanecer.
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