Hitch, circunspecto
sádico, cínico puritano,
amigo de las rubias,
palomas de platino que comen de tu mano,
te habré colgado el
teléfono,
pero tú me has dejado
el respeto colgado de un gancho oxidado,
y aún me debato, el
orgullo ahorcado en una clave de fa,
caótico, amargo,
averiado, desmadejado
en este apartamento que
parece una cripta desde que Lucy lo ha dejado,
oyendo la resaca del
éxito jadear como una perra en la playa de esta mala ciudad,
me has dejado colgado
del último clavo de mi dignidad
cuando ante los
músicos como de un hermano has renegado de mi batuta,
Hitch, con mi edad se
desmorona la arena de esta noche
sobre los bungalows
descapotables, los Cadillacs de tejas árabes,
y mi depresión ya es
una borrasca que con forma de tiburón
a dentelladas encalla
en la bahía donde traía la destrucción.
Te maldigo: no volverás
a triunfar porque ahora adoras a la Universal,
cortejas a las taquilleras
para que con el amor prolifere la recaudación,
invitas a los
ejecutivos a cenar sopa de cifras, firmas con tinta de calamar,
pero fracasarás porque
ahora crees que Psicosis y Vértigo no triunfaron,
¿para esto hice de los
violines de la ducha agudos puñales
que a gritos de gaviota
desgarraran la piel de todos los horrores?
¿Para esto me convertí
en el Wagner de Tristán
y como en sueños hallé
una música para tu fantasía más íntima, tu ideal?
Hitch, como una rubia
fatal la noche de Los Ángeles se burla de mi soledad,
ya no tengo película,
sufro, digo Lucy pero no está,
por tu culpa me siento
como el Gromek de la maldita Cortina Rasgada,
exiliado de un país
enemigo y amado,
la depresión se acerca
con la borrasca que hará hojarasca de la ilusión,
mi tristeza es un
asesino a sueldo travestido de rubia angelical
y solo me queda mi
música como defensa, entretenerlo con un vals atonal,
Hitch, me acuerdo
cuando Alma y tú nos invitabais a Palm Beach,
y las palmeras aplaudían
y el sol cantaba y las piscinas reían,
y Lucy reía al sol, su
silueta era una palmera, la princesa de las piscinas,
y tú y yo hablábamos en
la cocina,
y yo escuchaba al
oráculo del cine,
y en el aire hasta tus
palabras se movían como imágenes,
y tus gestos guardaban
el ritmo del montaje,
y decías que al plano
del inocente seguiría el contraplano del culpable,
y que el público debía
saber más que el personaje, tu teoría del suspense,
y asegurabas que con
variaciones harías cien veces la misma película
como según Stravinsky
Vivaldi compuso cien veces el mismo concierto,
y supe que solo yo
pondría notas a tu complejo de culpabilidad,
a los sarmientos de tus
pensamientos, al caos de tu personalidad,
que solo yo ordenaría
tus pasiones, tu tiempo oscuro, tus obsesiones
en el ritmo de tren
nocturno que debía ser la música de tus imágenes,
que solo mi tristeza y
mis depresiones, borrascas de bajas presiones,
lograrían las escalas
por donde a categoría de arte ascenderían tus perversiones,
que nadie como yo
musicalizaría el miedo, la zozobra, el horror,
que tú y yo
inventaríamos una suerte de cine sinfónico,
pero también sabía que
éramos demasiado parecidos,
líricos y destructivos,
románticos y depresivos,
un látigo tú sobre tus
técnicos y para mis músicos yo un martillo,
un cielo con ceño tú y
yo el relámpago ciego,
y que algún día nos
repeleríamos como dos cargas del mismo signo,
lo que no sospechaba
era que la grieta
por donde se derramaría
la amistad sería tu envidia paranoica,
que me niega tus
éxitos y me achaca los fracasos,
ni que como un cadáver
te dejarías llevar por las olas de banalidad
que han empezado a
estallar a orillas de esta mala ciudad,
ni que con fervor de renegado
adorarías el becerro del oro, el pop,
suena el teléfono pero
no te voy a responder, Hitch, porque eres kirsch
y como a una mujer
ajena respeto tu antiguo arte más que tú,
ya divorciado del cine
verdadero,
como yo me he
divorciado de Lucy mi amor,
y ni siquiera has
respetado mi dolor
y hoy me has
interceptado la batuta en el estudio de grabación,
y aquí me tienes en
esta habitación final maldiciéndote
a ti y a la noche y a
Los Ángeles, ciudad que me recuerda a una rubia sifilítica,
tu desprecio y mi soledad
hacen el amor en mis sábanas de lágrimas,
que convertiré en las
corcheas de un tema desesperado,
Hitch, macabro mago de
la traición,
ya no eres el hombre
que sabía demasiado,
tienes el fracaso en
los talones,
¿para esto logré que
como una bandada de pájaros sueltos en un auditorio
la música fuera otro
personaje, suspense y emoción en el Albert Hall?
¿Para esto hice que como
una amenaza, el humo o la fumigación de un avión
en un páramo se extendiera
el silencio, a la espera de un autobús?
Hitch, me acusan de
azotar el aire con el rigor de mis desaires,
de tener un carácter
tan negro como mis tiempos sinfónicos,
pero si como a una
menor –rubia- has corrompido tu amor –al cine-
no seré yo quien
componga la música nupcial de tu boda con las finanzas,
prefiero quedarme solo
y amargo, café con dos lágrimas, en esta cripta,
viendo cómo esta ciudad
se vende al éxito como una rubia fatal
que siempre quiere más
dinero,
Hitch, huero cuero de
tripas, la verdad, Falstaff serio, te quiero,
esta noche soy un
músico triste que como alguno de tus personajes
como último recurso se
agarra a su arte,
aún espero que solo me
hayas estirado la cuerda de la desesperación
para que el dolor me
inspire las voz de crisantemo de una canción,
el réquiem de Gromek y
no del cine sinfónico.
Normalmente soy muy quisquillosa con quienes, llamándose poétas, empapelan bibliotecas y recitales con composiciones vanidosas, agónicas, vacías. Sin embargo las tuyas suenan sinceras. ¡Gracias! Hacía tiempo que no me emocionaba tanto leyendo algo tan poético. Me encantan las imágenes que has hecho florecer en mi mente.
ResponderEliminarGracias a ti por tan generosa lectura. Kurosawa decía que valía la pena cualquier obra de arte nacida de un sentimiento sincero.
ResponderEliminar