Imaginaos, solo éramos tres, y luego cuatro contando a Colorado, contra setenta matones de Nathan Burdette intentando asaltar la cárcel para liberar a Joe, el hermano de Nathan… ¿Cómo? ¿La última vez dije cuarenta? Me quedé corto… Pues lo que os decía, éramos tres, uno alcohólico, el otro viejo y rengo –yo-, y ese testarudo de Chance, el sheriff. El borracho era Dude, que desde que lo abandonó aquella mala mujer se bebía hasta el agua de las palanganas. Había vendido la ropa y las armas por cuatro copas, y deambulaba hecho un guiñapo, abotagado y con temblores que le mermaban la puntería, mugriento y más sediento que las arenas del desierto, en fin, ya sabéis, el campeón del mundo de las resacas.
En cuanto a Chance, ya casi había perdido las esperanzas de rehabilitarlo; era muy duro con él, a ver si reaccionaba. Por lo demás, Chance siempre estaba refunfuñando; es la persona más desabrida y desagradecida que he conocido. Nunca se quedaba satisfecho. Siempre estaba igual: “¡Stampy, vamos a entrar!”, “Stampy, cierra la puerta, que salimos”, “Stampy, enciérrate ahí, vayan a darte un tiro”, eso fue lo más cariñoso que llegó a decirme.
Me pasaba tanto tiempo en aquella covacha de cárcel que era yo quien parecía el prisionero. Hecho a la oscuridad, las pocas veces que salía a la calle me deslumbraba el sol, y apenas me había acostumbrado a la luz ya tenía que volver a la cárcel. ¿Queréis que os cuente qué pasó entonces, cuando teníamos a Joe Burdette adentro, acusado de asesinato, a la espera de que llegara el alguacil para llevárselo, y a todos esos sicarios como coyotes ahí afuera, tramando cómo rescatarlo? Pues entonces, tú, hijo, pásame esa petaca que me refresque la memoria, y el que ya conozca la historia, que vaya a despiojarse las barbas… gracias… La verdad, no sé cómo no fui yo el que acabó alcohólico en vez de Dude, con la vida que me daban ahí adentro, fregando, cocinando y vigilando a todas horas, sin que nunca nadie me agradeciera nada. Ah, y sin dejar de oír a esos dos peleándose, al borracho y al cascarrabias.
Bueno, la situación se había puesto tan peliaguda que por primera vez en dos años Dude estaba intentando dejar de beber para servirnos de ayuda, y porque estaba harto de ser el hazmerreír del pueblo, pero de momento la abstinencia le sentaba peor que la borrachera. Llegó al pueblo Pat Wheeler, un viejo amigo de Chance, con un cargamento de dinamita y varios hombres, entre ellos Colorado, aquel chaval tan rápido que no necesitaba demostrarlo. Tanta confianza le costó la vida en Salt Lake City muchos años después, o quizá no tantos ahora que lo pienso.
Al principio, a Dude no le gustaba Colorado: todos sabíamos que en él se veía a sí mismo muchos años antes, como en el espejo de la memoria, antes de que empezara a beber. Ya apenas quedaba una especie de reflejo de sí en uno de los añicos de la botella rota de su vida… Vaya, este whisky va a hacer de mí un poeta, a ver, hijo, voy a darle otro tiento, tanto hablar me deja la boca seca... ¿Alguien tiene fuego?... Pues sí, Colorado era Dude un millón de whiskies antes, con la puntería igual de exacta que fue la suya…
Ya no sé por dónde íbamos… Ah, eso es, Pat Wheeler nos ofreció su ayuda en aquel apuro y como a Chance no le gustaba que nadie lo ayudara no la aceptó. Pero aquello bastó para que el bribón de Nathan Burdette ordenara el asesinato de Wheeler, que disuadiera a nadie más de colaborar con nosotros. Fue una canallada, pero con eso Nathan se dio un tiro en el pie. Porque así Colorado se puso de nuestra parte y Dude pudo reivindicarse ante sí mismo cazando al asesino de Pat. Fue increíble cómo lo hizo, me contó Chance. Por un rato recuperó sus facultades, como un loco que tuviera un ataque de cordura o algo por el estilo. Parecía con ojos en la nuca, reflejos de gato y vista de halcón. Los hombres de Burdette lo creían un borracho y se quedaron pero que muy sorprendidos. A partir de entonces lo tuvimos más difícil porque empezaron a respetarnos. Obligamos a Nathan Burdette a subir de cincuenta a cien dólares de oro el precio de cada vida humana.
Y la llegada de la chica acabó de complicarlo todo… sí, la que ahora es la consorte de Chance, je, je. Por entonces los cuatro estábamos solteros, desde el más joven, Colorado, hasta yo, ¡qué tiempos aquellos! Con lo tozudo que es, al principio, Chance hacía que no la soportaba. Como no sabía de mujeres, primero la tomó por una aventurera de fortuna, una jugadora profesional, y la pobre era todo lo contrario, una buena chica sin ninguna suerte. Él quería que tomara la siguiente diligencia, menos mal que ella es igual de terca y no le hizo caso. No se entendían, cada uno decía lo contrario de lo que pensaba y lo peor era que él seguía sin querer la ayuda de nadie, y mucho menos la de ella. Sí, eran iguales, yo diría que como las rodadas paralelas de un camino, y por eso lo más difícil era que se cruzaran, pero una vez que lo consiguieron ya nunca salieron de la encrucijada, al menos de momento… A ver, chaval, pásame ese whisky, que los he probado mucho peores…
Lo que os iba diciendo: estábamos en desventaja con Nathan Burdette, pero nuestra baza era tener a su hermano entre rejas. Claro que él tampoco era tonto. Atacó a Dude, nuestro punto débil. El pobre tenía sus altibajos, parecía a punto de recaer, soñaba con botellas en lugar de mujeres y ya se sabe que al principio la abstinencia es más ardua que la peor borrachera. Aún le quedaba un largo camino para dejarlo del todo; ahora solo se bebe una cerveza de vez en cuando. De modo que lo atraparon un par de veces para forzar un intercambio con nuestro prisionero.
La primera vez logró escapar. Luego, los nuestros tuvieron varias escaramuzas con ellos, que solventaron gracias a Colorado. Yo seguía adentro, claro, y a la vuelta me contaban lo que les pasaba como ahora yo os lo cuento a vosotros. En una ocasión hasta cogieron a Chance y vinieron con él para sacar a Joe con la excusa de que habían pagado una fianza, pero mi amigo se hizo a un lado y me los cargué a todos con el rifle. Desde luego que aquellos días, si hubo alguien ocupado en el pueblo fue el enterrador.
Pero la segunda vez que atraparon a Dude tuvimos que acceder a un intercambio con Joe. Se acordó que la operación se haría en las afueras y Chance me obligó a quedarme: yo era un viejo lisiado que solo entorpecería las cosas. Pero si llego a hacerle caso, ahora sería alguno de los Burdette quien os estaría contando esta historia, je, je. Resulta que cuando los prisioneros se cruzaban, Dude arrastró a Joe tras una tapia y allí lo redujo; no iba a permitir que por su culpa aquel asesino se librara de la horca. Durante el tiroteo aparecí por sorpresa y mi rifle impidió que los rodearan. Y además se me ocurrió emplear la dinamita; por casualidad teníamos al lado el cargamento del pobre Wheeler.
En fin, que todo acabó bien, menos para Chance, je, je… Aquella chica acabó cazándolo. Esos dos se pasaban el tiempo provocándose y él no quería admitir que la quería. Antes que reconocer que no le gustaba que ella actuara en el bar con aquellas medias, la amenazó con detenerla por escándalo público, je, je. Ella le había echado el lazo y él no podía admitirlo, je, je…
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