lunes, 19 de noviembre de 2018

DIARIO DE UN PARANOICO, 19 de Noviembre: El seguimiento



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Los días pasan como las páginas de una novela de terror; y eso que la vida debería transcurrir fácil para mí, un pensionista de mediana edad que vive solo, sin responsabilidades, apenas ocupado por la naturaleza de sus lecturas y por la escritura. Sin embargo, la persecución de Ángela me ha trastornado. El consumo de veinticinco gramos diarios de Olanzapina no logra tranquilizarme. Me gana la obsesión. Porque aunque solo nos hayamos visto un par de días tengo que decir que Ángela es el amor de mi vida y ardo en deseos de que abandone el asedio virtual con que me hostiga y aparezca de una vez en la vida real. A duras penas puedo concentrarme en la lectura. Estos días he leído El Ruido del Tiempo, de Julian Barnes, un análisis de la relación de Shostakóvich con el poder soviético.
En mi caso Ángela detenta el poder, nada puedo hacer que ella no controle. Ignoro por qué medio incluso me sigue por la calle, su ojo insomne todo lo ve, tal y como atestiguan su toma de contacto con tres técnicos de informática y con cierto abogado, con quienes solo me hube relacionado entrando en sus respectivos locales. Y es que al rato de contratar sus servicios ya los tenía en contra. Ignoro con qué medios, además del dinero, se captaba sus voluntades, supongo que les decía que era una broma de enamorados.
Ayer por la tarde, camino de la farmacia, detecté a un barbudo patizambo que me seguía como a saltos de un caballo de ajedrez, y un punzón de hielo me horadó el corazón. En la farmacia, tras insertar en el ordenador mi tarjeta sanitaria, se negaron a facilitarme la medicación porque al parecer el médico me la había anulado. No es la primera vez que Ángela logra hackear el sistema informático del Servicio Andaluz de Salud. Esta mañana el asombrado médico de cabecera me ha reactivado la medicación. A la salida de la farmacia, acalorado, vi al barbudo que sonándose con un pañuelo de papel me aguardaba junto a un escaparate de la acera de enfrente. Me siguió hasta el supermercado abierto los domingos por la tarde, y de aquí hasta casa. Lo peor que puede pasarle a un paranoico es que lo sigan de verdad.
Más tarde, a través de un ángulo de la cortina de encaje del salón lo vi merodear por la calle y me sentí caer de vértigo desde la tercera planta a la acera. Sin duda, es un esbirro de Ángela, que ya no tiene bastante con su seguimiento a través del sistema de localización que le procura, como a través de las telepantallas de 1984, de Orwell, información acerca de mis movimientos. Por la noche, después de ver Trono de Sangre, la adaptación de Kurosawa de Macbeth al Japón antiguo, vi que el barbas aún hacía guardia apostado junto al kebab de enfrente. Hoy no ha hecho acto de presencia. En el paseo dado con mi madre por el centro no ha vuelto a aparecer. Por supuesto que mi madre no ha creído en su existencia. La presencia de Ángela solo se ha hecho notar en el ordenador portátil. Durante largo tiempo, el cursor, como atenazado, no me ha obedecido en mis intentos por salir de Twitter.
                                        




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