Escribirme
en el teléfono bxyczxtlmv fue el medio por el que Ángela reivindicó el asalto
de la policía de la víspera. El puesto de su padre como Comisario Jefe le vale
para disponer a su antojo de las fuerzas policiales. Al final los agentes me
dejaron ir, no sin amenazarme con trasladar el caso al juzgado, aunque por
supuesto no encontraron pruebas que me incriminaran. Furibundo de rabia, me
puse a medir arriba y abajo el apartamento a largas zancadas, desde el
escritorio al fregadero de la cocina, desde el fregadero al escritorio, con el
tronco inclinado adelante y las manos estrujadas a la espalda, lamentando la
injusticia de que era objeto.
Me
cebé contra Ángela rearmándome de argumentos, la acusé de vengativa patológica
y en voz alta le achaqué la persecución de que en los últimos dos años me ha
hecho objeto por el solo hecho de haberme ido a la cama con una amiga cuando
aún no sabía que me vigilaba por todos los medios posibles. Me imaginaba sus
réplicas, y a este paso pronto impostaré su voz tenue y aflautada, imitaré su
malignidad embotada por una calma engañosa, su serenidad afilada, acusándome de
mi traición. Aunque llevábamos años sin vernos y vivíamos ella en Madrid y yo
en Granada, cuando la engañé con Esther ya me constaba el interés de Ángela por
mí, manifestado por unas palabras de mi hermana, colega suya en el oficio de
periodista y buena amiga suya.
Y
así me pasé la mañana de ayer, arriba y abajo por el apartamento, dándole
réplica mental y escuchando sus motivos, trabando una disputa imaginaria dentro
de mi cabeza. Solo mientras me puse a leer Sol de Mayo, el extraordinario
thriller de Antonio Manzini, dejaron las voces de resonar en la bóveda craneal.
Pero la discusión se reanudó durante el almuerzo. Engolfado en una retahíla de
recriminaciones, se me achicharró la tortilla de patatas, y también de ello la
culpé. En la figura de Ángela convergen tantas fuerzas invisibles que es capaz
de dominarme o al menos condicionarme el pensamiento, como un demonio grande me
hace rabiar como un demonio pequeño, me atormenta tirando de hilos
inaprensibles, me tuerce y retuerce contorsionando la marioneta en que me he
convertido. Y yo alimento su poder magnificándola, satanizándola como ahora, y
me posee como un espíritu al médium que ha tenido la imprudencia de invocarlo.
Es como si también me hubiera hackeado el cerebro o instalado en los sesos un
chip determinante. La obsesión me domina. ¿Cuándo considerará que he pagado por
mi falta, dejará de perseguirme desde el mundo virtual y se materializará en la
vida real? Se supone que cuando nos veamos simularemos que nada de esto ha
sucedido. Lo cierto es que Ángela se ha convertido en mi bestia negra. Es un
enemigo omnisciente, omnipotente, de poder omnímodo. Si pudiera dejar de pensar
en ella podría creer que estoy remontando la partida, y ya basta de todo esto porque
describiendo su poder sobre mí no hago sino confirmarlo y volveré a enzarzarme
en la discusión con un fantasma.
En
nuestro cotidiano paseo por el centro, puse en antecedentes a mi madre sobre
mis problemas con la policía. Indignado, le planteé la posibilidad de denunciar
el atropello, pero encogiéndose de hombros me aconsejó dejarlo estar. Tuve que
morderme la lengua para no acusarla de estar aliada con Ángela. En los tiempos
que siguieron a mis devaneos con Esther mi madre se negó a pasear conmigo con
la falsa excusa de una imaginaria artritis.
Hoy
he pasado la mañana recostado en el lecho. Agotada la energía del odio, la
exasperación ha dejado paso al agotamiento y la medicación me ha hecho efecto.
Por la tarde he reunido fuerzas para escribir un post sobre El Abrazo de la
Muerte, la película que vi ayer, con lo que el blog recupera un aspecto de
normalidad. Por lo demás, en estos dos días no he encontrado rastro del barbas
que me espiaba.
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