No
te suicides, Muerte,
cruza
tus tibias sobre nuestros altares, sedientos de sangre,
sobre
mi trono de anti Buda, de crueldad sabia,
sobre
mis oráculos de profeta y poeta guerrero,
sobre
mis purpúreas órdenes de rey sacerdote,
sobre
las viscosas vísceras,
en
esta noche enemiga de los hombres.
Quiero
ser el perro muerto que yace castrado
en
la manca fiebre y entre las ratas del miedo
que
roen la verde luz de la selva, quiero ser
el
soldado que grita su muerte en el día negro,
quiero
ser el cabello y los huesos de mis víctimas
que
rezan a rojas cabezas de hombres que solo tienen rostro.
¿Hacia
qué noche me arrastra el río?
¿A
qué noche van los cadáveres que sobre las aguas caminan
con
los pasos glaucos del ocaso bailando en el río?
Tengo
el miedo como un niño llorando en los brazos.
No
te suicides, Muerte,
eres
una mujer muy bella y aquí tenemos a muy pocas,
báñate
desnuda en el río y tiéndete conmigo,
yo,
Kurtz, soy tu amigo, el vietcong es tu amigo.
Noche,
eres de nadie, te espera mi cabeza de lluvia,
la
ceniza de mi memoria,
quién
le explicará a mi hijo que odio a todos como a mí mismo,
que
este es el tiempo de los asesinos que juzgan a asesinos,
que
la hipocresía es una vieja puta que hiede a muerta,
que
la mentira es su joven hija que ya apesta a sexo,
por
negro que sea el grito nadie lo escucha, todos
oyen
el río y el tiempo,
un
río que en la selva parece nacido de una novela de Conrad,
el
tiempo del poema de Eliot,
incluso
en las guerras hay un tiempo para crear y otro para destruir,
un
tiempo para amar y otro para odiar,
por
negro que sea el grito que amortaja las bocas
cuadradas
por el llanto y estremece sus cuerdas,
cava
amaneceres en la piel, es el dolor,
el
hacha que chorrea de sacrificios al mal,
pero
no hay bien ni mal, solo voluntad y fuerza,
olvido
y poder, la afirmación de la vida
y
de las pinturas de sangre en la cara,
savia
y sangre, ocaso y sangre,
el
río que circula en las venas de los hombres,
la
hemorragia del crepúsculo en el río,
los
cadáveres a la deriva en la corriente,
hay
tiempos de cólera, días enfermos de malaria,
de
sol encapuchado,
tiempos
que en el río braman su retumbar negro,
pero
por negro que sea el grito del viento en la sangre,
nadie
lo escucha,
así
que no te suicides, Muerte,
porque
ya oigo las calvas voces del buitre,
cruza
tus tibias sobre estas piedras de lágrimas,
acércate
como una madre a las tumbas del río
y
cuelga de mi cuello tus cuentas de lágrimas,
quiero
ser la maleza, el negro grito sin voz,
quiero
ser las estatuas del templo llorando por mi hijo,
quién
le contará los secretos del río,
los
números y las sílabas del tiempo,
quién
le dirá que el horror es un amigo leal y eficiente
y
que el miedo es un joven valiente que está de tu parte,
que
la libertad es una puta joven y bella, pero muy cara,
a
quien no le importa la moral de las viejas,
de
aquéllas que no se atreven a matar ni a amar,
de
los indignos de la sangre y de la muerte,
de
quienes no admiten el dolor ni el placer, mis compatriotas,
reniego
de vosotros,
sí,
la libertad es una joven libertina que no respeta ninguna moral,
ni
siquiera la suya,
ojalá
mi hijo la conozca algún día,
quién
le dirá que dios es el demonio y el demonio dios,
y
que para mi pueblo los dos fui yo.
No
te suicides, Muerte, eres de todos y de nadie,
cruza
tus tibias sobre la selva,
por
negro que sea tu grito nadie lo escucha,
quiero
ser las piedras y los huesos del viento,
quiero
ser el río que arrastra los reflejos de los desaparecidos,
el
río que quiere mi tiempo.
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