Los
relinchos de las sirenas me alarman; para aplacarme Candy me enreda los
músculos crispados en la hiedra de su abrazo. Me asegura que solo se trata de
una dotación especial de bomberos. Sus obscenas palabras a media voz no logran
el objetivo de reanimarme. En la penumbra el deseo le surca la cara caprina de
avidez y expectativas. Vuelve a intentar tranquilizarme. No se trata de la
policía. La llegada de nuevos efectivos solo significa que las autoridades
regionales al fin se han tomado en serio la magnitud del incendio. Expresa sus
deseos de que detengan al incendiario, el sinvergüenza de Salus.
A
través de la raída esterilla de cáñamo los nudos de nogal del suelo del porche
se me clavan en la espalda. Intento distinguir sobre la tapia alguna silueta o
revuelo de hojas. Según me han confirmado los balidos de Candy, lejos de
enfriarme la pasión, ha potenciado mi capacidad la conciencia de una presencia
extraña. Durante nuestro escarceo no he dejado de tener la impresión de que
desde la tapia nos observaba alguien armado de un arma blanca que helaba la
noche. Un arma filosa que todo lo enfriaba menos a mí. Entre las hojas de la
parra relucen dos cuentas de ámbar al acecho. Exclama Candy:
-Ah,
qué bien, otra vez en forma.
En
forma y hasta el fondo. Explota la pompa del chicle y nos volvemos a enzarzar –zarza
en llamas que tardará en arder-. También a ella se le encienden las pupilas y
sus uñas se clavan a mi espalda casi con la misma violencia que ha sufrido
Viento, mi pobre perro. Magullado y herido, enroscado de desengaño, en un
rincón se lame las heridas, indiferente a nuestros embates en el suelo y a la
alimaña que nos observa. Se le ven el vientre y las zonas de pelaje ralo
cruzadas de arañazos. Ya se le ha apaciguado la histérica agresividad que lo
llevó a recibir a Candy también él de uñas. Conmigo presente se siente
protegido y con hipocresía humana, optando por la tranquilidad, prefiere
ignorar la presencia de su enemiga. Se apagan las cuentas y la presencia felina
desaparece de la tapia. Naturalmente la observadora era la gata armada de sus
uñas afiladas. ¿Será posible que su mirada me haya excitado por personificar a Ángela?
¿Seré el único hombre que con una amante entre los brazos fantasea con su mujer
legítima? Intento convencerme de que lo que me ha espoleado es imaginar que nos
observaba mortalmente ofendida.
-Uf,
ahora seguimos, dame un respiro.
Y
ahora me acomete la sensación de que nos observa otra espía que también esgrime
su arma, un arma que de momento permanece gélida como la otra, pero que en
cualquier momento se inflamará, ardiente. Supongo que será un revólver, frío
antes del disparo.
-Estoy
preocupado por Viento. En cuanto lleguemos a la ciudad lo llevaré al veterinario.
-Solo
son unos cuantos arañazos –la voz suena decepcionada, no por la levedad de las
heridas.
-Se
le pueden infectar.
Con
la sombra de nuestro silencio discurre el de la luna. El paso de la nube deja
que las copas de los árboles y la tapia vuelvan a perfilarse en la luz láctea.
-¿Sabes?
Después de todo lo que te ha hecho tu ex, le estás transfiriendo tus heridas al
perro y te identificas con él –he aprovechado la cena para verterle mi
historia. Llevaba tiempo sin perfeccionar mi diatriba contra Ángela, pero no ha
resultado satisfactorio-. El año pasado me matriculé por libre en Psicología y
estuve a punto de aprobar una asignatura, se tiene que notar.
Un
maullido saja la media luz ahumada por el fuego. Gañe Viento y mi erección no
se hace esperar. Candy cabalga de nuevo. A la luz de la luna llena entre
balidos su cuerpo palpita como una rama de álamo crepitante al viento. Me
desdoblo en actor porno y espectador. O más bien voyeur en un parque nocturno
pero también el guarda, espectador del filme porno pero también el director de
la película, el responsable de la puesta en escena. De ellos no sé quién
vislumbra el borde de la tapia, en busca de la gata. Negra es la noche, incluso
de luna, parece una sombra de sí misma. En la dirección del incendio oscila el
reflejo de un resplandor incandescente. Siento que de lo alto pende una amenaza
mefítica, un desalentado aliento, un horror sin nombre. Es como si sobre
nuestros cuerpos fuera a caer una maldición. ¿Irá la gata abalanzarse sobre
nosotros? Y sin embargo, ahora no me parece tan terrible. El peligro me excita.
Me recuerda al despertar en que Ángela me confesó haber soñado que
desdoblándose había hecho el amor consigo misma, y conforme me contaba cómo
venciendo su último escrúpulo deslizaba su lengua por su propia piel hasta
probar no ya el sedoso sabor de los pezones sino el salino y aterciopelado de
su sexo, pasé del desdén por su narcisismo a una excitación que culminó en uno
de nuestros escasos éxitos sexuales de los últimos tiempos. Me retrotrae al
presente el coro de balidos que me hace creer en medio de un rebaño. Sobre la
tapia, por un instante horrísono, un rayo de luna ha iluminado una careta
porcina, una cabeza de cochinillo, especie de aparición demoníaca. La luz blanca
ha chillado como un cerdo en el matadero. El cerdo ha disuelto el rebaño, los
balidos han enmudecido.
-Ya
flojeas.
Me
quedo clisado en el aire negro instantáneamente vaciado por el demonio con cara
de cerdo. Hasta que un zumbido y los subsiguientes lamentos explican el suceso
racionalmente.
-Ya
está ahí el maricón de Salus.
-Qué
coñazo de tío. Justo cuando iba a correrme.
Descabalgado
por Candy, me incorporo y me visto con brusca celeridad, recobrando a puñados
la ropa de la mecedora.
-Me
va a oír.
-Es
un mirón.
-Un
tipo asqueroso.
Me
abrocho los zapatos.
-Y
un espía. Ahora que me acuerdo, un día lo oí hablar de ti por teléfono. Supongo
que con tu ex, después de saber lo tuyo, me cuadra.
Caigo
trastabillado en la carrera de sacos que con los pantalones por los tobillos he
emprendido para alcanzar la camisa del alféizar de la ventana.
-¿Estás
bien?
-¿Qué
número tiene la casa?
-El
trece, ya sabes que se entra por la calle de atrás. No se te ocurra decirle que
te vas o lo sabrá el enemigo… Yo que tú pasaría de él.
-Me
las va a pagar todas juntas.
-Le
vas a dar un susto. Es a mí a quien espera… Yo me voy a la cama, mañana salimos
a las siete. Paco es puntual.
-Elige
la habitación que quieras o quédate en la mía.
-Tú
también deberías descansar, no vale la pena que pierdas el tiempo con ese
salido.
-Desde
hace tiempo tengo que devolverle algo.
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