Luego
de haber persuadido a una viuda reciente de que invirtiera el legado
de su marido en las volátiles acciones del banco, ayer mi jefe me
retiró el ultimátum de finiquito y por
desgracia
me dio la tarde libre. Dado que apenas nos había dejado almorzar una
Alma arrebatada de la fiebre destructiva de la Semana Trágica, sobre
las seis la consorte abrió el horno para descongelar una pizza que
dataría de la Glaciación, con su forma de huella fosilizada de
mamut, y de la compuerta cayó una catarata de libros…
Los
brazos en jarra, la consorte me miró con ojos soñadores –mala
señal–, luego batió las pestañas al estilo Mary
Pickford
–aún peor indicio–, y con flagrante injusticia me dijo
suavemente –como la música de Takemitsu
sirve de elegíaco contrapunto a la carnicería de “Ran”–
que no podía seguir viviendo con mis polvorientos tomos entre las
sábanas, sirviendo de cojines en los sofás y hasta atiborrando el
bidet. Sé
que a punto estuvo de darme a elegir entre los libros o ella, pero
interrumpió el planteamiento para volverse a vaciar el horno,
temerosa de que que le respondiera la verdad. Acabó por conformarse
con que cada tarde libre me llevara un cargamento de tomos al
trastero de mi madre.
Y
así arrastré al Seat el primer bolsón de esos con capacidad de
albergar a un cadáver, abarrotado de algunos de los volúmenes que
después de más de dos décadas de lectura compulsiva me han hecho
el imbécil que soy, el tarugo con un descascarado barniz de
culturilla. Sintiéndome el Quijote ante la chamusquina de su
biblioteca o algún autor degenerado merecedor de la pira hitleriana,
indulté del destierro a los magros “Dublineses”
y “El Tercer Hombre”
y me los guardé en los bolsillos, próximos objetos de estos blogs.
La vecina que bajó conmigo se apartó a un rincón del ascensor como
si llevara un saco de serpientes, y al verlo el conserje regurgitó,
necesitado de alguna escupidera fordiana, y se ofreció a ayudarme a
tirar al contenedor toda aquella porquería.
Como
mamá había dejado de conducir y ya conocía yo la indignación
irracional de la consorte por el espacio que ocupan unos cuantos
libros, había tramado superpoblar con estos las extensas estanterías
de hierro de la cochera cerrada. Y al demacrado brillo de una
bombilla empecé a alinear por hileras aquella primera carga,
sintiéndome el tipógrafo en el sótano de una imprenta clandestina
de folletín.
Nada
folletinesco era el primer volumen, “Desayuno
en Tiffany’s”,
y volví a ceder a la ira que, en la por lo demás excelente versión
de Blake Edwards, me produce la suplantación del entrañable freaky
protagonista –y narrador– por el insulso guaperas George Peppard,
en aras del convencionalismo hollywoodiense. Me indigné tanto contra
el cine que me propuse no ver más de ocho o nueve películas por
semana, en las noches insomnes que me llevo a Alma a la sala.
El
siguiente fue “Pylon”,
también de loable referente cinematográfico (¡bravo por Dorothy
Malone
y Robert Starks!),
lastrado eso sí por los típicos remilgos e hipocresías del
retrógrado Hollywood (y aun así otros lo creían la nueva
Babilonia), lo que demuestra que en cuanto a moral el cine –más
controlable– siempre iba treinta y cinco años detrás de la
literatura (tengo cálculos exhaustivos, lo juro, pero no quiero
cansaros). Seguía tan enfadado con el séptuple arte (en otro blog
he numerado las siete artes que aglutina), que cerca estuve de
decidirme a invitar a la consorte a salir el sábado noche en vez de
consagrarme a mi programa triple.
Luego
vino “Santuario”,
y lamenté que tanto Faulkner
traducido me hubiera infectado la sintaxis de tantos laberintos,
túneles y vericuetos como tenéis que sufrir, estirándome el estilo
hasta la ilegibilidad, porque además, siendo las palabras más
cortas en inglés, le pasará como a Nabokov, que en el original
sonará más ligero, levitatorio, casi etéreo. ¿Cómo será
Faulkner traducido al alemán? ¿Y John Wayne doblado al idioma de
Gide o Proust? Dejemos el doblaje para otro día, bastante ofuscado
ando con la intransigencia de la consorte.
A
continuación les tocó el turno a “El
Inconformista”, “Las Uvas de la Ira” y “Los Siete Pilares de
la Filosofía”
(esto es, “Lawrence
de Arabia”), todas
ellas películas con creces superiores a los originales,
especialmente el último, más arduo de transitar a través de sus
ochocientas páginas -y árido- que los desiertos que cruzara su
autor. Silbando a Maurice Jarre (¡suena idéntico a la Sexta de
Bruckner!,
¡qué casualidad!:
oídlo más abajo), coloqué “La Regenta” –la última serie que
vi fueron “Los Ropper –, la “Ruta del Tabaco”, otra vez
Ford, también superior al naturalista Caldwell,
a su vez más flojo que su homólogo Dreiser,
lo que me recuerda a Jennifer Jones haciendo de Carrie,
y la cochera se me nubla de emoción.
Luego
le tocó a “La
Marcha Radetzky”,
del superlativo Joseph
Roth
(sólo igualado por Henry Roth, Hans Roth y Philip Roth), de evidente
banda sonora si se hubiera rodado; Stroheim u Ophuls lo hubieran
hecho bien. Y después de ubicar “La
Ley del Silencio”
–curioso caso de novela escrita después del estreno de la película
de Kazan–,
abandoné el trabajo que con tanta reflexión tampoco iba tan rápido,
porque me llamó mi hermano y me dio una traumática noticia sobre la
que me solicitó el silencio
que no guardó Elia ante McCarthy, y justo él me hace contravenir su
propia directriz de no enlazar un blog con otro para que cada uno
tenga entidad propia. No tengo más remedio que dejaros así, sumidos
en la ignorancia de una niebla de flashback –el humo de una
estación de tren o de un cigarrillo que se va disolviendo para
revelar a un fumador milagrosamente rejuvenecido– que os aclararé
mañana.
No sé yo, si me hubiese atrevido a " sacar " mis tesoros y relegarlos a un simple desván o trastero en casa de mi madre,( me sería imposible, tengo la suerte de que mi progenitora viva a 3.000KM de mí).Me gusta el blog y lo escrito en él.Leeré todo más adelante, con un poco más de tiempo y con la cabeza algo más lúcida de lo que la tengo en estos momentos.Suerte y un saludo desde el sur.
ResponderEliminarGracias por tu interés en el blog, te invito a que entres asiduamente. Yo vivo también en el sur, pero tengo a mi progenitora mucho más cerca. Saludos y gracias!
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