El
ciruelo se estremece al viento azulado del recuerdo. En torno a la fronda dejan
de ondular áureos resplandores y de vibrar partículas de luz y láminas de
calor, reabsorbidas por la sombra verde oscuro. La modorra de la tarde se
enreda en las ramas de los perales. Las flores y los frutales, las yerbas y los
arbustos duermen al sol el sueño del pasado. También yo traspuesto –a otro
tiempo- me he quedado transido de nostalgia soñadora.
Al
incorporarme en la mecedora, aún no al presente, y recoger del suelo el folio,
me siento en el interior de un sueño de la casa. Escenario de mis sueños, ya
que no hay sótano, el patio es el subconsciente de la casa que duerme la siesta
arrullada por las cigarras bajo el manto azul del cielo soñando con el pasado.
En cualquier momento, de la casa saldrá el abuelo a podar la parra o a regar
con la goma desenroscada desde el grifo. A mamá no la esperamos. Como siempre
está en la ciudad, en el ambulatorio o ejerciendo su labor de voluntaria en el
hospital. Su vida, práctica y positiva, útil, productiva, actualizada, activa,
la aleja del cementerio en que se ha convertido el pueblo, y de la casa, uno de
sus nichos. Su carácter la excluye de todo delirio onírico, del estatus de
personaje de un sueño; por el contrario, yo soy el fantasma ideal. Los
espectros vienen a sus antiguas casas a rememorar fracasos y desengaños, a
lamentar desilusiones y desastres, las traiciones que los llevaron a la tumba y
los ataques a su legado. Ellos recuerdan y yo llevo horas recordando. Hasta que
me reintegro al presente. Sigo mirando al pasado pero desde la platea, como si
estuviera en el cine y no interpretando un largometraje interminable.
En
el folio he anotado uno de mis códigos mnemotécnicos: “Álamo al fondo, 94,
insomne, Faulkner, poema”. Palabras de un mensaje en clave que desde otro
tiempo (año 94) me remite el pasado para que descifre su significado. Una
especie de conjuro que convoca a espíritus de otra época y evocan un
acontecimiento decisivo, en apariencia intrascendente, invisible desde afuera,
como todo lo que me ha ocurrido en la vida, hasta hace un año, nimio, pero que
para mí sería crucial, definitorio de aquel período y esencial para el futuro.
Porque
la visión de aquel álamo, ya en la ciudad, la revelación de su verde trémulo,
vivo, la inspiración de aquel esmeralda relampagueante, con los nervios
exasperados por el café y la sensibilidad como una herida palpitante, debió
fermentar algún proceso de maduración, y después de múltiples intentos, de
repente, como una tormenta, se gestó en mi interior el primer poema verdadero,
un poema que más que sobre el álamo versaba sobre su trasplante de la ficción a
la realidad, sobre la poesía, sobre el poema mismo. En definitiva, sobre la
forma. Si lo sentí como mi primera obra auténtica se debía a que su forma me
resultaba satisfactoria. ¿Acaso no es la forma todo en el arte? ¿Qué quedaría
de una sonata de piano, de un cuadro abstracto, si obviáramos la forma? Si no
me esmero en la forma esta novela quedará reducida a una sucesión de invectivas
contra Ángela, a un rosario de insultos y descalificaciones. No bastará con que
ponga en ella mi verdad y mi vida, con que exponga mi lucha y mi sentido de la
justicia, mi supervivencia. Sin renunciar a una aparente frescura y
espontaneidad en la narración de los acontecimientos, tendré que cuidar el
estilo, labrarlo como un artesano, ya que en él reside la dignidad de mi
oficio. Pero ya veo que Ángela asoma alguna de sus cabezas de Hidra incluso a
la hora de tratar cuestiones técnicas o de rememorar sucesos muy anteriores a
mi encuentro con ella.
Jadeante
de sol y sed Viento vuelve al porche. Mi nuevo perro ya tiene nombre. A
dentelladas al aire espanta a una abeja. Hunde la cabeza en el cuenco de agua y
se tiende con cuidado de evitar la fila de hormigas. Su vida plácida, de
burgués retirado, contrasta con su musculatura, la impresión de movimiento
constante, como una llama de bronce, que ejerce su cuerpo. Viejo soñador de
cacerías ancestrales, se ha adaptado bien al carácter de la casa.
Aquí
el tiempo transcurre como en los sueños, como un borracho se tambalea o da
tumbos sin futuro, cae y se estanca en un presente continuo de sol fijo,
embalsamado a lo largo de tantas horas amarillas e idénticas que lo ciñen con
sus ondas y cintas, se embalsa embarrancado en una sola hora, la misma siempre,
radiante, inconmensurable, melosa, densa, madura, pegajosa, concéntrica, una
hora en espiral, circular, un remolino tranquilo, un laberinto profundo de
trama concéntrica.
Y
la casa, museo de la memoria de tantas generaciones, es una nave inmóvil en la
calma chicha del océano del tiempo. En ningún otro sitio habría vuelto a
funcionar la brújula de mi conciencia señalando el norte de mi vida, el norte y
el sur, mi futuro y mi pasado, el rumbo y el trayecto recorrido, la literatura.
He vuelto a escribir en el lugar donde empecé a hacerlo, cuando mi sed de éxito
se reducía a culminar mis primeras lecturas o ensayar algún desvaído esbozo
narrativo. He recobrado la esencia y la pureza de la literatura, su mero
ejercicio y práctica. Me considero afortunado de haberme librado de las poses y
compromisos, paripés y representaciones que la rodean, accesorios y enojosos,
ineludibles, imprescindibles para figurar en primera línea comercial del
mercado editorial. ¿Qué tiene que ver semejante feria de las vanidades con el
arte? Solo me apetece hablar de libros conmigo mismo o con los muertos, sus
autores.
Pero
tampoco me tienta retornar a mi existencia previa, cuando antes de conocer a
Ángela me eran inaccesibles las mesas redondas y entrevistas de prensa,
coloquios y recepciones en ministerios y embajadas. La vida nocturna distrae
tanto de la escritura como la privilegiada. Salir cada noche requiere tanto
despliegue de energía e hipocresía como una cela de gala. Ahora no solo reniego
de mi afán de éxito, sino de toda aspiración a la difusión de mi obra. Me
alegro de que mi novela más vendida haya sido publicada bajo el pseudónimo de
mi plagiadora. Puede que haya alcanzado la paz, la perfecta indiferencia por la
opinión ajena. Me da igual la suerte que espera a esta novela una vez que la dé
por terminada, solo el amor propio me empeña en ella, la satisfacción por el
trabajo bien hecho es lo único en juego, damas y caballeros, a riesgo de
parecer descortés, me importa poco si esta obra les agrada o disgusta, si es
que han prolongado la lectura hasta este punto, ya sé que es poco lo que puedo
esperar de ustedes, ni siquiera crédito o respeto.
Sigan
comprando, si eso les place, las novelas más publicitadas, solo así seguirán
siendo las más vendidas. Especialmente, no olviden El Centro del Vacío, no
entenderán nada pero dirán a todo el mundo cuánto les gustó y se seguirá
vendiendo. No es que se anuncien a bombo y platillo las obras más vendidas,
sino que éstas son leídas porque se anuncian.
Ángela,
al borde de la silla quizá para que le ceda la mecedora me rebate con que
nuestro amigo Luis Rey me ha publicitado sin éxito alguno de mis títulos
previos. Pétalos de rubor le han teñido las mejillas cuando me he referido al
plagio. Me advierte que el aislamiento no conduce a nada bueno, y que rechazar
el mundo real con la ilusión de cultivar un mundo propio es la evidencia de que
carezco de éste, ya que solo a partir de la realidad, permeándose de ella, el
escritor elabora la suya, y le robo la palabra a punta de dedo índice para
señalarle todo lo que llevo escrito pese al rigor de su acoso, y que la única posibilidad
de mantenerse al margen de la vulgaridad del presente es aislarse en un
civilizado reducto propio, pero ella insiste en que es típico de una
inteligencia equivocada, de una mente retorcida, permanecer fuera del tiempo,
sus palabras zumban monocordes, machaconas como abejorros, dejo de oírla, me
tapo los oídos y sus ojos chispean y el cabello se le eriza, se le riza y
desenrosca mientras la invito a dejar de creer en mojigangas y pejigueras de
psiquiatra de revista dominical o psicólogo de de magazine matinal, y le señalo
que la verdadera manifestación de una inteligencia equivocada es sembrar de
ceniza y sal mi campo vital cuando podría con ella abonar tantos intereses
artísticos como su espíritu cultivaba, y al acusarla de ser, en el mundillo
literario, competente en todo menos en la literatura misma, me espeta que un
escritor sin lectores es como si no escribiera, intento contradecirla pero
habla cada vez más alto, me impele a volver a la ciudad a afrontar mis errores
bajo amenaza de enviarme a alguien que me obligue a hacerlo, me ha concedido
dos semanas de tregua pero a mi edad ya va siendo hora de que madure y asuma
mis responsabilidades, ya los abejorros son avispas que intento quitarme de
encima, ella se excita y salta de la silla, y aunque manoteando, como con un
pase de magia, logro que mi enemiga se desvanezca, el eco de sus palabras, de
nuevo abejorros, resuena en el aire, reverberan graves e indignadas, resentidas
y amenazantes vibran y se elevan como blasfemias al cielo, y el abejorro más
grande ya es un helicóptero que sobrevuela muy bajo sobre el patio, éste real,
no como la visión de mi fantasía esquizofrénica, puedo distinguir en la cabina
acristalada la cabeza con auriculares y gafas ahumadas que me enfocan, y sin
tiempo de comprobar si es de la policía me deslizo bajo la mesa de camping
donde a cuatro patas aprieto los ojos y con los brazos me tapo la cabeza
esperando que no me hayan identificado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario