Vestido de muerte, negro jinete,
pertrechado de luto,
con
las botas de un muerto duermo y con la guerrera de un fantasma,
alerta,
dictando
órdenes en sueños, obedeciéndolas,
hostigando
a una tribu que en la carrera crece
y
contra nosotros se vuelven,
apaches
inmortales
en
la pesadilla sin fin de la muerte,
amortajado
con mi uniforme,
el
pañuelo como un sudario al viento de la muerte,
insomne
de polvo el capote,
destinado
a la frontera, al límite,
al
Oeste donde el sol y mi vida se ponen,
yo,
el coronel Kirby, miro el río del tiempo, Río Grande
y
oigo el relincho de corneta
que
como un caballo loco recorre mi vida,
la
llamada del deber,
que
en la guerra me obligó a quemar mi hogar, Bridesdale,
la
finca de mi esposa,
oh,
Kathleen, rosa de mi otoño,
tu
rival es la caballería de los Estados Unidos,
veo
cómo mis años se pierden en el horizonte
y
solo un instante antes de que caiga la noche
como
un espejismo brilla un efecto óptico,
lumínico,
el
rayo rojo del honor
que
brilla un instante en la apoteósica puesta de sol.
Pobre
el rancho, frecuente el zafarrancho,
irreal
el rancho de mis sueños donde madurar mis años,
ataviado
para la muerte,
ardiente
el sable al fuego del crepúsculo,
la
disciplina es mi entorchado,
de
rojo en la mirada del apache, con sangre en el ojo,
de
negro a ojos de mi hijo Jeff
que
como soldado honra su palabra en este regimiento
y
odia el trato de favor, me trata como a un superior,
destinado
a la frontera, al límite,
al
Oeste donde el sol y mi vida se ponen,
miro
el agua iridiscente,
el
río del tiempo, Río Grande,
y
veo que como a un artista la obsesión de su arte
el
ejército ha ocupado mi vida
y
la soledad ha sido una fiel yegua,
la
muerte degradará mi uniforme
enfundado
para la muerte,
los
dedos de la edad me visten de ceniza,
y
como una vena una onda me surca la frente
entre
los arañazos de las arrugas,
el
orgullo de que mi hijo honre a su nombre
y
haya elegido como futuro la continuación de mi pasado,
la
sed y el cumplimiento de las órdenes,
el
hambre, el honor, el peligro, la muerte,
un
día mirará estas aguas de Río Grande
y
verá que en ellas ha escrito su vida,
que
ha gastado sus años en marchas ciegas de polvo y sangre,
que
el toque de corneta recorre su pasado como un caballo loco,
ojalá
al menos solo tenga que luchar contra el enemigo
y
no quemar el granero de su hermano,
oh,
Kathleen, rosa de fuego, puedo oírte
protestando
para que le ahorre a nuestro hijo
un
futuro de sufrimiento y privaciones,
puedo
oírte venir del otro lado de la soledad,
mi
pálido hogar, el mismo que yo sembré de sal,
tú
me tiendes la rama de la paz,
la
caballería no te recibe como a una rival.
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