sábado, 7 de septiembre de 2013

JOHNNY GUITAR




                 

Aún quiero a Johnny y ya no lo quiero. No, no lo quiero: se te ha helado el cristal del corazón como una ventana en invierno, ya no lo tienes tan frágil, Vienna, me digo. Amanece. Hace frío. Vuelvo a recordar a Johnny. Hace calor. Atardece. Me va bien, mi vida es como el desierto de Oklahoma. Cómo espero y desespero de Johnny.

En mi despacho del casino Mr. Andrews no para de hablar y sin oírlo veo por la ventana cómo se desata un viento salvaje que arrasa los matojos y trae el presagio de la llegada de Johnny. Lo he mandado llamar de Albuquerque porque necesito un pistolero, o al menos esa es mi excusa. Pero sí, nada hay más cierto que necesito la pistola de Jonnhy. Disparar era lo tercero que mejor hacía; tocar la guitarra lo segundo.

Lo que no sé es si lo he mandado llamar para que muera por mí o porque me muero sin él. Las palabras de Mr. Andrews atraviesan la crisálida de mi ensueño: vuelve a disculparse por haber rechazado la ocasión que le brindo de hacerse millonario y no obstante le digo que lo entiendo. La segunda –y última- vez que me acosté con el orógrafo le exprimí la confidencia de que el trazado del ferrocarril pasaría por estas tierras y me apresuré a comprarlas. Y ahora los biempensantes –esto es, los hipócritas- de la región se oponen al tren porque temen que atraiga a agricultores que con cercas limiten su señorío. Por eso Andrews sabe que si se alía conmigo en el proyecto de convertir esta finca en estación, esos poderes fácticos se volverán contra él.

Emma Small, la mujer que parece un hombre, encabeza esas fuerzas vivas –muertas- del país. Transida de odio contra mí, aprovecha la excusa de que su hermano haya muerto en el asalto de la diligencia para incriminar a Dancin Kid, mi amante, cuando en verdad hierve de ira porque éste ignora su pasión por él. Y a propósito, ahora me pregunto qué pensará Kid de Johnny cuando se encuentren, si se pelearán por mí… pero no, había olvidado que ya no amo a Johnny.

Eso es, solo necesito a Johnny Logan, el pistolero, no a Johnny Guitar, el poeta de la guitarra. Espero que no la traiga: no ha empezado a tañerla y ya se me astilla el cristal del corazón. Es tan romántico –siempre que no huele la pólvora- que creerá que estos cinco años lo he estado esperando, que no me he acostado con ningún otro, que cada ladrillo de este casino no me ha costado un beso y cada teja una caricia. No, seguro que estos cinco años no le habrán curado el optimismo, seguirá siendo el hombre al que la vida no puede incumplir ninguna promesa. No habrá aprendido nada y creerá que lo espero con mi vestido de novia –de nieve- a la pura luz de las velas, que no he amado a nadie más desde el amanecer en que como a una novia abandonada me dejó en la suite del Hotel Aurora porque no quiso sacrificar su juventud a nuestro matrimonio.

Lo conozco y sé que Johnny no vendría del Abulquerque por un simple trabajo. Me hará creer que estos cinco años han sido una pesadilla y que solo sus sueños son reales. Me seguirá queriendo, y dado que ya no le queda ninguna juventud que derrochar querrá quedarse a mi lado. Y preferirá ignorar cómo partiendo de la nada estos cinco años he podido erigir mi sueño –este salón- especulando con los de los demás –amor, whisky, ruleta-, se negará a creer que aunque él no haya cambiado yo sí lo he hecho. Como entonces, sigo en un salón, pero ahora yo soy la dueña. Me gustaría olvidar la noche que lo conocí.

Recuerdo que en cuanto entró lo distinguí del resto porque traía entre los ojos la marca de la soledad. Johnny parecería solitario hasta en medio de una muchedumbre. Era el más alto de los clientes y tenía los rasgos como tallados en piedra. Supe que era de los que parecen fríos pero tras el hielo de los ojos les llamea un fuego interno. Cuando fui a servirle el whisky me miró y se le derritió el hielo de la mirada. En cuanto a mí, no fue solo el cristal de su vaso el que se me hizo añicos… Pero ahora, cuando llegue, he de mantener helado el cristal del corazón. Como una ventana en invierno.

Es posible que después de tanto tiempo quizá haya yo aprendido a dejar enfriar las cenizas del olvido y siga buscando hombres por interés, placer o aburrimiento. Sí, solo lo he llamado para que me defienda contra esos sepulcros blanqueados, pero… ¿por qué tarda tanto en llegar?             

  

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