Tanto tiempo sitiado
por la sed en mi torre,
consolado por los
simulacros del vino y del jugo de tomate;
tanto tiempo entre
alimañas y las telarañas del tedio,
con las mismas esposas
y mis consanguíneos, los hijos de la noche;
tanto tiempo pálido de
luna, sordo del silencio del polvo insomne,
solo exultante en los
miedos del pueblo que traía el viento;
tanto tiempo
despertándome al crepúsculo sangriento,
transformando las
arrugas de mi capa en cartílagos de aletas crepitantes,
tanto tiempo silbando entre los colmillos suspiros de
aburrimiento,
hasta que logré atraer
a Mr. Renfield a mis umbrales,
y lo hice mío: la
sangre no distingue de sexo,
y me embarcó a
Inglaterra en un gigante ataúd flotante
y a Londres me trajo,
para un promiscuo amigo de la sombra
un paraíso de niebla y
jóvenes de sangre fresca.
En Oxford Street, la
llama de los faroles en la copa de mi sombrero,
coristas y floristas de
claveles licuados bajo las pieles,
mis botines rutilantes
a lo largo de los adoquines,
en el vaho el ámbar de
mis ojos, una orquídea en el smoking,
mendigos, silbatos de
bobbies, adoradores de dinero,
el viento que ladra
pero no sospecha de un caballero,
gemelo de Jackie, mi
capa de dandy, el bastón de donjuán,
la ventaja de Drácula
es que nadie lo cree un galán.
Y el rosal de la sangre
de Mina
nadie salvo yo la oía
palpitando contra la
felpa verde
de un palco de Covent
Garden.
Pálidos corazones trasfunden
su sangre a la mía,
ilustre sangre de conde
pero mezcla de sangres,
de sangre caliente y a
sangre fría;
me nutren con la
servidumbre de modelos al genio del artista,
la invisible cadena del
deseo une sus gargantas al mío:
sufren la sed de apagar
la sed que les contagio,
todas abren sus
ventanas al murciélago que las hipnotiza,
y tampoco Mina se resiste
a ser la querida de mis pupilas,
antes que a su novio
prefiere a su amo,
antes que a su padre
prefiere a su maestro,
al fetichista de las gargantas,
el de erógenas venas,
ninguna linfa he
probado en otra juventud, ninguna nuca,
ninguna cerviz en vida
alguna,
ningún cuello como el
tuyo de cisne, tan terso,
en ninguna clavícula he
acunado la barbilla,
ninguna nuez se ha
estremecido como la tuya,
Mina, serás mía en el
jardín de la tercera noche,
te morderé cuando se
ponga la luna
y mientras recuerde
cuántas víctimas he probado
y cuántos me han
espantado con espejos y crucifijos
y con mala sangre me
han perseguido por mis delitos de sangre,
cuántos siglos he
sepultado en la tumba de mi espera
hasta encontrarte,
eterna esposa de mis crisis y éxtasis,
sentiré qué lenta y
dulce se funde tu sangre con la mía,
como la leche del seno
de la madre fluye al bendito,
qué frenética y feliz
circula tu sangre con la mía,
como la heroína en las
venas del maldito.