sábado, 19 de octubre de 2013

DE SPENCER A KATHARINE


                  

¿Cómo voy a dejar de quererte si ni siquiera puedo dejar de beber?
Es un hecho: con tres tragos más me sentiré como si estuvieras conmigo
y mi esposa saliera del pantano de la enfermedad donde la empujé,
tres tragos más y podré oír tus pasos como los de la nieve en el sendero,
intuir que lo que transmute este cuarto sea tu presencia,
sentir el viento de tu pelo como una brisa que me seque la tristeza
de los pómulos. No quiero ponerme sentimental pero recuerdo
todas las noches que como una perra a mi puerta velaste mis borracheras,
que con la devoción de una sacerdotisa por un culto prohibido
por mí has renunciado a formar una familia,
las veces que ante los demás nos alegrábamos de volver a vernos
y no hacía una hora que despegándose nuestras bocas se habían despedido.
Parecemos dos jugadores de ajedrez que se dan patadas bajo la mesa.


¿Cómo voy a separarme de ti si nunca podremos casarnos?
Es un hecho: dos tragos más y me sentiré como si estuvieras conmigo,
aunque tan ausente como cuando estudias un papel o tan enfadada
como cuando nos conocimos y a la broma de que yo era demasiado bajo para ti
te respondí que con el tiempo ya te pondría a mi altura.
Sí, con un par de tragos sentiré tus pasos de cómplice en el pasillo,
el aura de alegría que te anuncia como el mensajero la buena noticia,
el rumor redondo de tu sangre, el helado calor de tu piel,
como un ciego que recobra la vista veré el destello de tu pelo
o el azul turquesa de tus ojos, pero no quiero ponerme sentimental.
Aunque enemigas, la botella y tú os parecéis en algo más que la silueta,
no os agotáis nunca, las dos sois sinceras y en apariencia frías,
me hacéis soñar y tenéis la piel igual de transparente.
Parecemos dos jugadores de golf que con los palos se traban las piernas.


¿Cómo voy a herirte si ya no disfruto ni haciéndome daño?
Algún mártir cristiano debería haber probado a ser un borracho.
Es un hecho: un trago más y me sentiré como si estuvierás aquí,
como si yo no fuese católico o Dios no existiese
ni aquel día de lluvia hubiera entregado mi palabra a mi esposa.
Recuerdo tu colérico pelo y pienso en un atardecer de otoño,
en la hoguera que tiembla en un claro del bosque, en el trigo maduro al sol.
Pero no quiero ponerme sentimental y recuerdo las mesas distantes,
los remotos asientos de avión, las habitaciones separadas como planetas,
los días en que te he dicho que amarte era como beber,
todo lo que de mí han tenido que soportar tus huesos de cristal.
Parecemos dos ciclistas de un tándem pedaleando en direcciones contrarias.

Es un hecho: por el pasillo vienes de puntillas como lluvia repiqueteando:
estás acostumbrada a venir a escondidas,
y como el ingrávido cadáver de mis esperanzas yaces en mi regazo.
Parecemos dos boxeadores que delante del público se besan en la boca.

                                                                                                                        

4 comentarios:

  1. Sabes, la relación entre ellos dos, debió ser tormentosa o aguada entre lágrimas de impotencia. Pero se pudieron mirar a los ojos.
    Me ha encantado.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es cierto, nunca tuvieron nada que reprocharse... Y a cambio de su problemática eludieron el tedio conyugal, seamos positivos! Muchas gracias por tu interés, colega bloguera.

      Eliminar
  2. Me ha encantado y me ha emocionado. Me espera una larga noche de lectura, escritura y algo de bebida. La primera copa a tu salud.

    ResponderEliminar
  3. Me alegro! Ya me pareció oír por ahí un tintineo de cubitos y el repiqueteo de un teclado. Saludos.

    ResponderEliminar