Cada
mañana escribo El Asedio a la exaltante luz del ventanal, encorvado sobre el
portátil y con la hoja de notas a la vista, en pijama y pantuflas, exultante,
sintiendo cómo las ideas se transmiten a la yema de los dedos y experimentando
una sensación de triunfo sobre la depresión. La escritura es la mejor
medicación, la más eficaz arma contra mis fantasmas.
Mis
mañanas transcurren pletóricas con la redacción de la novela, pero por la falta
de novedades estoy descuidando este diario. Espero que los lectores distingan
una obra de la otra. Una cosa son las aventuras cotidianas de Juanjo Ávila
consignadas en este diario y otra muy distinta los avatares de Felipe Leal en
la ficción de El Asedio. En la novela he mantenido el nombre de Ángela y la he convertido
en actriz, además de escritora, oficio que ejerce en la realidad
compatibilizándolo con el de periodista. En la ficción yo mismo me he
transformado en director de un suplemento cultural y en escritor publicado, tal
y como espero una vez que trabe relación con Ángela en la realidad.
De
momento sigo recibiendo sus señales a través del ordenador, pero lo cierto es
que sigue sin aparecer en mi vida. Ayer hice el intento de seguir su cuenta de
Twitter para remitirle un mensaje directo presentándome en el caso de que me
devolviera el seguimiento, pero esperé en vano que lo hiciera. Sigue sin dar la
cara. Tengo que seguir tranquilo y concienciado de que tiene derecho a aparecer
cuando quiera; al menos sus señales en el portátil implican que sigue pendiente
de mí. Seguiré esperándola sin trabar relación con ninguna otra mujer. Me
pregunto cuándo hará acto de presencia, en qué momento quedará saldada su
terrible venganza por mi desliz. ¿Me dará tiempo de concluir antes la escritura
de El Asedio?
Por
lo demás todo sigue igual en mi vida. La rutina se impone con el giro de una
rueda de tareas cotidianas: por las mañanas escritura y yoga; por las tardes el
paseo por el centro con mi retornada madre y lectura –la última ha sido la
convincente Los Dioses Carnívoros, de Rafael Balanzá-, y por las noches una
película antes de la temprana retirada a la cama. Anoche vi El Hombre de
Laramie, otra estupenda colaboración entre Anthony Mann y James Stewart. Ningún
amigo me llama para salir por las noches porque todos se han convertido en
aliados de Ángela. Ella se ha posesionado de toda mi realidad.
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