Progresa
mi pluma escribiendo El Asedio como un tren de alta velocidad encarrilado en
los renglones como raíles de mi cordura. Basado en una probable realidad de mi
futuro con Ángela, se escribe solo. En mi caso la ficción es más real que la
vida. Es más normal sufrir la injusticia y desmanes de una pareja con la que se
ha convivido durante un año que tolerar la persecución de una casi desconocida.
Espero
que el fragmentario modo de publicación no os lleve a confusión. La realidad es
que yo, Juanjo Ávila, escritor sin éxito espiado en mi apartamento de Granada
por la periodista Ángela Mayo, escribo El Asedio, las desventuras de Felipe
Leal, escritor, que a su vez encerrado en la casa del pueblo de sus ancestros
describe las andanzas que, acosado por la actriz Ángela Mayo, le han llevado a
refugiarse en el caserón familiar. La intensidad de lo real me ha llevado a no
cambiar el nombre de ella en la ficción.
La
Olanzapina me mantiene tranquilo, en unas condiciones ideales para escribir. En
cambio, mi alter ego en la ficción encuentra la inspiración en la fuerza de la
indignación, en la potencia del odio, en la injusticia de que es objeto.
Además, Ángela ha dejado de desestabilizarme con su persecución. Ahora ni
siquiera los vecinos me molestan por su mediación. Solo su ausencia es su
castigo. Su perseverancia en la venganza es implacable. Me pregunto cuándo
considerará que la deuda está saldada y hará acto de presencia. De momento
sigue manifestándose mediante las señales que el virus lanzado sobre mi
ordenador le posibilitan.
Por
lo demás, estoy aprovechando estos días entrañables para leer mis novelas
predilectas, las de Graham Greene, y ver las películas de toda la vida. Esta
noche, después de la cena familiar con mi madre y mi hermano, volveré a ver Qué
Bello es Vivir, la cima del humanismo de Frank Capra. Espero que todos paséis
una noche tan feliz como yo.
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