viernes, 15 de noviembre de 2013

HANNAH Y SUS HERMANAS




               
                 


Después de leer los poemas de E. E. Cummings se hace difícil escribir uno,
o tal vez lo difícil sea no escribirlo, ya que después de tanto leer a Cummings
uno se cree el autor de sus poemas, como después de tanto mirar a Lee
en vez de acariciar la posibilidad de palpar los pétalos de sus párpados,
uno cree haberlos acariciado ya, haberse inundado de la lluvia cobriza de su pelo,
derretido a la miel de su sol, vertiéndose en Lee hasta convertirse en ella,
como Cummings acaba convertido en el poema que ha escrito.
Con la penumbra cayó la tarde en que ella me pareció más soñadora que antes,
con los pómulos más llenos, la boca ahora triste y los ojos ya de luna nueva,
por primera vez tan bella como la estrella de una película de Woody Allen,
y a partir de entonces ella toda empezó a parecerse a un poema de Cummings,
empezó a caminar por el aire como el recitado de un poema de Cummings,
a brillar como el silencio que sigue al último verso de un poema de Cummigs,
empezó a sugerir tanto como la metáfora de un poema de Cummings,
empezó a imponérseme como la inminencia de un poema a Cummings,
como el poema que nunca escribiré porque quizá me baste con pensar en ella.

Cuando siento que ella está leyendo el poema de E. E. Cummings
que le señalé en la página ciento doce, dejo a un lado la declaración de impuestos
y la dicha me lame el corazón con la punta de su lengua de fuego,
cuando siento que está escuchando el concierto para clave de Bach en La Menor
una parte de mí deja de hablar con el cliente para oír un rumor de mariposas,
cuando siento que ella sonríe paso de ser contable a asesor financiero,
cuando siento que ella me piensa me creo Cummings al abismo de la inspiración.

Si yo fuera capaz de expresar en un poema mi amor por Lee,
olvidaría que estoy casado con su hermana Hanna y ella con Frederick,
y el escritorio se prendería y la oficina ardería y el edificio entero
estallaría en una bola de fuego que abrasaría todo Manhattan,
porque en sus simultáneos versos se superpondrían infinitas, ardientes Lees
capaces de incendiar el combustible de mi imaginación:
Lee aturdiendo el aire con la estela de jazmín de su nuca,
el roce felino de su jersey de nylon gris extrayendo chispas del mío,
Lee suavizando las rectas y acercando las líneas de fuga de la calle,
viniendo serena y plena, como partiendo el agua, vestida de otoño,
yo como el lobo apostado tras un quiosco para hacerme el encontradizo,
Lee empinada en una librería para alcanzar un libro de poemas de Cummings
como si con la yema de los dedos intentara tocar el infinito,
Lee contra el viento por el muelle de la tarde, impregnada de espuma y de culpa
-este invierno se prevén tormentas y huracanes sobre Manhattan-
con el libro de poemas de Cummings abrazado al pecho en mi lugar,
Lee inmóvil en el estudio de su marido, como un dibujo huido del caballete
donde su desnudo infunde tanta sensación de vida que parece el modelo,
Lee ronroneando como una gata entre las sábanas de satén
y las lisas paredes del cuarto interior del hotel donde la llevaré,
unas y otras tan blancas como las armas con que heriremos a Hannah,  
como el papel donde ya no necesitaré escribir ningún poema. 


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