Después de leer los
poemas de E. E. Cummings se hace difícil escribir uno,
o tal vez lo difícil
sea no escribirlo, ya que después de tanto leer a Cummings
uno se cree el autor de
sus poemas, como después de tanto mirar a Lee
en vez de acariciar la
posibilidad de palpar los pétalos de sus párpados,
uno cree haberlos
acariciado ya, haberse inundado de la lluvia cobriza de su pelo,
derretido a la miel de su sol, vertiéndose en Lee hasta convertirse en ella,
como Cummings acaba convertido en el poema que ha escrito.
Con la penumbra cayó la
tarde en que ella me pareció más soñadora que antes,
con los pómulos más
llenos, la boca ahora triste y los ojos ya de luna nueva,
por primera vez tan bella como la
estrella de una película de Woody Allen,
y a partir de entonces
ella toda empezó a parecerse a un poema de Cummings,
empezó a caminar por el
aire como el recitado de un poema de Cummings,
a brillar como
el silencio que sigue al último verso de un poema de Cummigs,
empezó a sugerir tanto
como la metáfora de un poema de Cummings,
empezó a imponérseme
como la inminencia de un poema a Cummings,
como el poema que nunca
escribiré porque quizá me baste con pensar en ella.
Cuando siento que ella
está leyendo el poema de E. E. Cummings
que le señalé en la
página ciento doce, dejo a un lado la declaración de impuestos
y la dicha me lame el
corazón con la punta de su lengua de fuego,
cuando siento que está escuchando el concierto para clave de Bach en La Menor
una parte de mí deja de
hablar con el cliente para oír un rumor de mariposas,
cuando siento que ella sonríe paso de ser contable a asesor financiero,
cuando siento que ella
me piensa me creo Cummings al abismo de la inspiración.
Si yo fuera capaz de
expresar en un poema mi amor por Lee,
olvidaría que estoy
casado con su hermana Hanna y ella con Frederick,
y el escritorio se
prendería y la oficina ardería y el edificio entero
estallaría en una bola
de fuego que abrasaría todo Manhattan,
porque en sus
simultáneos versos se superpondrían infinitas, ardientes Lees
capaces de incendiar el
combustible de mi imaginación:
Lee aturdiendo el aire
con la estela de jazmín de su nuca,
el roce felino de su
jersey de nylon gris extrayendo chispas del mío,
Lee suavizando las
rectas y acercando las líneas de fuga de la calle,
viniendo serena y
plena, como partiendo el agua, vestida de otoño,
yo como el
lobo apostado tras un quiosco para hacerme el encontradizo,
Lee empinada en una
librería para alcanzar un libro de poemas de Cummings
como si con la yema de
los dedos intentara tocar el infinito,
Lee contra el
viento por el muelle de la tarde, impregnada de espuma y de culpa
-este invierno se
prevén tormentas y huracanes sobre Manhattan-
con el libro de poemas
de Cummings abrazado al pecho en mi lugar,
Lee inmóvil en el
estudio de su marido, como un dibujo huido del caballete
donde su desnudo infunde
tanta sensación de vida que parece el modelo,
Lee ronroneando como
una gata entre las sábanas de satén
y las lisas paredes del
cuarto interior del hotel donde la llevaré,
unas y otras tan
blancas como las armas con que heriremos a Hannah,
como el papel donde ya no necesitaré escribir ningún poema.
como el papel donde ya no necesitaré escribir ningún poema.
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