No te enamores de
Montgomery Clift
o con la última alegría
extirpada de entre las ingles y a una luz de orina
despertarás a su lado
como si hubieras dormido con un muerto,
sentirás las sábanas húmedas de sangre de delfín
y el aire como si acabara de
desfilar un concurso de belleza masculina
pero dejando una estela
de caballos viejos camino del matadero,
las paredes del
dormitorio te parecerán tapizadas de piel humana
y tumbada junto a él a
través de un techo de cristal verás el cielo
henchido de ángeles
pero estriado como por las venas de un yonqui,
un amanecer que te
recordará la espalda llagada de un agonizante.
Por tu bien, no vayas a
enamorarte de Montgomery Clift,
o al alba como un pez o
un pecio la cama naufragará en la resaca
y mientras que la piel de
tu juventud se desgarre entre las rocas
él erguirá su cadáver
de ahogado y te dejará a merced de las olas
y con agua de mar se
restañará las heridas de su placer que se irán cerrando
como cada madrugada se
apagan las ventanas de un rascacielos.
Por tu vida, no te
dejes engañar por las falsas ágatas de sus ojos
o te hipnotizarán para
que bailes con él a través de los rayos de luna
y luego te dejará caer
por el abismo de su tristeza y sus vasos sin fondo,
porque solo sabe fingir
a uno y otro lado de la pantalla,
no te dejes engañar por
sus ojos, que son más elocuentes que sus palabras,
ni por su pecho, que
solo parece vulnerable, un pecho de cordero
que oculta pulmones con
un aire capaz de oxidar los cuchillos,
ni por la ternura de
unos labios que vienen de besar colas de lagartijas,
ni por la generosidad
con que te ofrece una de las doscientas pastillas
de colorines que guarda
en su cartera de piel de tiburón,
ni por la aparente
debilidad de un semblante en realidad descompuesto
en rombos que por un pozo de viento lo proyectan al centro de la Tierra,
ni por la delicadeza de
sus párpados de alas de mariposa que vuelan
sobre los estambres de
las pestañas, ni por el tacto de su cutis
de orquídea que esconde
las mandíbulas de una planta carnívora,
ni por su inocencia de
soldadito de plomo cayendo al hoyo de su muerte.
Ni se te ocurra
enamorarte de Montgomery Clift,
porque siempre está
atónito de miedo o catatónico de tedio,
no lo hagas o su
magnetismo te pegará a su corazón de hierro,
a una campana cuyos
repiques de difunto te dejarán sin aire,
o te aplastará la
piedra de su soledad y su silencio será una lápida
que te colgará del
cuello como a él la piedra de molino,
y nunca estarás con él
sino con el personaje que esté incorporando,
el perdedor de Vidas
Rebeldes o el canalla de La Heredera,
y ensayará con tu amor
sus habilidades del Actor’s Studio.
Por lo que más quieras
no te enamores de Monty Clift
porque no sería en-amor-arte, sino en-a-morirte, no lo hagas
porque no sería en-amor-arte, sino en-a-morirte, no lo hagas
porque es homosexual y
por ello se castiga flagelándose el hígado
con un látigo de vidrio
y se bebe la ginebra viuda con el mismo placer
de quien camina
descalzo sobre una botella rota,
no lo hagas o te
convertirá en uno de sus romances oficiales,
solo estará contigo de
cuerpo presente, ausente como un muerto,
y luego te olvidará como
a un sueño o una sombra china,
porque a él solo le
gusta enlazar potrillos en el bosque de la noche,
porque aunque parece
permeable al amor solo está calado de lujuria,
y en el pecho tiene tatuado
un árbol con un ahorcado en cada tetilla.
Por última vez: no te
enamores de Monty Clift si no quieres pasear
con un sonámbulo de
morfina, con el hermano pequeño de la muerte,
con alguien que con los
ojos vendados va hacia el borde de un acantilado.
Es un reo de sí mismo
que solo se liberaría al otro lado del espejo,
y en un accidente de
coche se ha clavado los colmillos en la garganta
porque en verdad es un
antropófago que se devora a sí mismo
y al terminar de hacerlo
la vida se hará reversible y en esa realidad
ya es un mito, pero
olvídate de él, que solo tiene dos dimensiones,
no añores su
melancólica belleza ni su amarga dulzura,
y enamórate de mí,
alguien que le gusta mirar pero con el defecto
y pasatiempo de advertirte
contra un actor genial, contra un hombre
enigmático que aunque
solo podía compartir la nostalgia de ser otro
supo sublimarla
desdoblándose en inolvidables personajes,
el protagonista de Río
Rojo, Estación Termini, Yo Confieso.
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