Cede como una princesa
a tu capricho, Olivia,
obedece al mandato de tus sentidos y ábreme,
que los camarotes de mi
velero por control remoto detectan
mi deseo y se abren, la
misma puerta ansía que la penetre
y hasta los goznes
chirriarán de placer por la cercanía de mi tacto,
abre, que ahora mismo
podría tocar el piano sin manos,
y después de formar una
pareja ideal en ocho películas
no podemos contrariar a
la ficción ni decepcionar al público,
después de alucinar a
los fotógrafos con los halos que nos envolvían
en la misma onda de luz
y con las chispas que saltaban al rozarnos,
¿quién va a creer que
no hemos cobijado la cría de ningún sentimiento,
que en ningún campo de
plumas nos ha despeinado el viento del amor?
¿Serán en vano tanto
devaneo, tanto desvanecerte en mis brazos?
Ábreme Olivia, ábrete,
sé que me amas aunque odias mis aventuras,
y no me refiero a las
de piratas, soldados, indios, forajidos,
abre, que hasta a las
más estrechas puertas enamoro para que se me abran
y dejen patente mi
deseo y expedito el paso para consumarlo,
pero que conste que
Betty, Peggy, Cathy, me acusaron en falso
de estúpidos estupros,
porque de por sí en mi barco las vírgenes resbalan
en la pulida cubierta y
por el puente se deslizan entre jarcias y vergas,
abre, que por ti me olvidaré del whisky viejo y de las mujeres jóvenes
aprovecha ahora que podría tocar el piano con once dedos,
y a la vista de mi
tercer pulgar hasta el umbral quiere que lo traspase.
Olivia, soy un héroe
que ha blandido fálicas espadas y cabalgado yeguas,
rendido fuertes y
abierto brechas en bastiones y baluartes,
un atleta que en pistas
de plumas ha practicado su gimnasia favorita,
un galán, donjuán o truhán que ha dejado una estela de maridos engañados
y miradas satisfechas,
de opio y vapores alcohólicos, de envidia y duelos,
todo lo he logrado pero
sin ti no habré hecho nada, abre
si quieres tener un
sueño dentro del sueño de tu vida,
un sueño erótico
concéntrico al sueño de ser Olivia de Havilland,
del que solo despiertas
para encarnar a tus heroínas,
abre, porque si no lo
haces me dejarás como un farsante:
¿Qué dama me ha nunca
rechazado? Abre y déjame luego
si no quieres
encasillarte en el papel de la perenne amante pasiva
de un valiente que
acorrala al miedo, que escala murallas, salta fosos,
derriba portones. ¿Se
me resistirá la única fortaleza que anhelo?
La madera de la puerta
se estremece, las vetas se ondulan,
se agita su manubrio,
quiere la puerta correrse como compuerta
que me muestre su
íntimo, arcano secreto tapizado de terciopelo.
No encrespes la calma
ni enturbies la transparencia de tus aguas
y unamos tu corazón de
algodón y el mío de carbón,
mi Lady Marian, tengo
el arco tenso con la flecha exacta
del amor, abre, no
defraudemos a los millones de espectadores
que nos creen una
pareja de ensueño ni a los que dentro de mucho
te preguntarán si al
final me has abierto esta pesada puerta
porque de todos modos
nadie te creerá aunque digas que no abriste,
abre, que ahora podría
tocar el piano sin manos o con once dedos
y ni una nota falsa
extraerá de tu caja de música mi infalible falo.
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