lunes, 23 de marzo de 2015

OCHO Y MEDIO



      


Ser un mago, un demiurgo, una mirada,
una antena que capta las ondas de otro tiempo,
ser un médium, un prestidigitador, un hipnotizador,
los pases mágicos conjurando a los espíritus,
ser un payaso, jefe de pista o domador,
con un haz de restallidos que invocan la ronda de portentos,
ser como yo Fellini ante este esqueleto de hierros,
confusa torre de Babel que escala hacia la nada,
costillar de un dinosaurio en la noche prehistórica,
plataforma de lanzamiento de la nave de mi fracaso,
ignorar cómo utilizarla tras haberme gastado cien millones en ella,
en el silencio del viento que trae las voces de los muertos,
sin la abigarrada algarabía de mis películas,
ser un imán que ya no magnetiza ninguna idea,
un pararrayos que en la noche no atrae los relámpagos de la lucidez,
una botella donde ya no se vierte el vino de la poesía,
un cantero de rosas olvidado por las mariposas de la fantasía,
las palomas de la magia exiliadas del nido de mis mangas,
querer filmar una película sin tener nada que decir
como desear una máscara que se teme descubrir
y hacer de la nada desenmascarada la película misma,
convertirme en Marcello,
o convertir a Marcello en Fellini,
ser Guido o Marcello o Federico,
ser Marcello Fellini o Federico Mastroianni,
un director de cine real o imaginario,
un artista agotado como un manantial
del que aún todos quieren beber,
ser un cuarentón ajado de canas y ojeras,
arrugado de frustraciones y decepciones
pero aún con visiones, apariciones,
invocaciones a un pasado tan lúcido como un sueño,
ser el tiempo de un cuento que acaba al principio y empieza al final,
un presente que contiene todos los años de mi edad,
imaginar un desfile de ancianos en el balneario,
una cabalgata de dioses caídos y un crepúsculo de walkirias,
imaginar el vacío adensándose en el vaho y el vapor de los baños,
mi esterilidad triunfante con el desdén de una condesa cadavérica,
la crisis creativa imperando como una belleza decadente,
el fracaso como el leit motiv de la ópera de mi vida,
pero lograr que esa crisis y ese fracaso interesen más que el éxito,
ser más que el genio o el mercader que la frota
la lámpara maravillosa que lo aloja,
el catalizador de un arte espontáneo, instantáneo, simultáneo, 
imaginar la aparición de Claudia bella y pura como una luna llena
como una paloma que trae un mensaje de esperanza
como una yegua blanca paciendo en la nieve de primavera,
imaginar el patético baile de Mezzabotta con su vampiresa,
fantasías de harenes y de entrevistas con cardenales,
ideas que chocan como aves en las paredes del dormitorio de un adulterio,
una amante, Carla, bogando como un cisne o una gansa con peluche,
una esposa, Luisa, parecida a una avestruz sabia y miope
a la que se quiere con la lenta pasión que se apagan los neones al alba,
un intelectual de pedantes gafas que como una nota a pie de plano
incorpora a la película la crítica de la película,
imaginar, imaginar
un ilusionista cuya varita mágica es la batuta de mis delirios,
una adivina que conjura la mítica memoria de la infancia
(un mundo de leche y sábanas, risas y mímicas, conjuros y sortilegios),
la Sarraghina, una bestia solar, sexual, cuya rumba es un maremoto,
unos padres que me compadecen desde el aburrimiento de la muerte,
un productor complaciente y amenazante de regalos y parabienes,
un equipo de producción que me inflige un interrogatorio policial,
ser un niño senil, un cuarentón infantil
que prefiere al mundo una idea del mundo,
al pelo la peluca, a la cara una careta, al mar un mar soñado,
ser Fellini ante esta plataforma inconcebible
que recuerda el templo de una religión olvidada, mi gracia,
y solo saber que del reflejo de su ausencia quiero tejer mi arte,
del humo de mi nada hacer una película sobre la nada.

                        

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