Quién iba a decirme que
mi vida descarrilaría,
que de vuelta de Corea
una trinchera de tinieblas me devoraría,
que de mi ideal de
rutina me desviaría
(una vida tranquila, quizá
cansina: cerveza antes de cada comida,
mi turno de maquinista,
veinticinco cigarrillos, cine escapista,
baile el sábado, si no
hay suerte un amor de pago),
quién podría adivinar
que el tiempo me estallaría en el directo a Chicago,
en el número cuatro, y
por suplir a un compañero ahora en paro
(como Carl, de no ser
por el mutuo favor entre Vicki y Owen)
quién que en el 843
como un fantasma aparecería el cadáver del tal Owen
con un rastro de sus
anhelos y ansias, fracasos y lascivias
volatilizándose en el
departamento como un frasco de perfume abierto,
quién iba a decirme que
mi vida penetraría en este túnel oscuro,
en el útero húmedo de un hormiguero, que me hundiría en el pozo de su cuerpo.
La noche en que su lomo
de gata se insinuó en el pasillo resbaladizo,
cuando me atribuí el
mérito de su miedo y de su deseo,
aquella noche en que
una curva la arrojó a mis brazos,
y mientras del cadáver
del 843 emanaba la estela de sus deseos e ilusiones
abracé sus músculos
eléctricos, sus nervios en tensión, sus frustraciones,
la noche en que me
bautizó su carmín como a un soldado el primer disparo
o a una adolescente su
primera sangre,
la noche en que
mezclamos nuestros alientos y el humo de los cigarrillos,
y aunque aumentaba el
oxígeno el aire que Owen había dejado de respirar
y el deseo y la
ansiedad que por ella el muerto había dejado de suspirar,
el amor me empezó a
ahogar, ningún enamorado puede respirar,
aquella noche que
conocí a Vicki, la esposa de mi compañero Carl,
mi tiempo se hundió en un
túnel de hormiguero, el pozo de su cuerpo.
Quién iba a decirme que
me convertiría en un perjuro,
cuando en comisaría sus
ojos me suplicaron que callara
y de mi silencio a sus
pupilas reptó la cadena de su voluntad,
quién iba a creer que
alguien tan recto como Carl era un raíl atravesado,
un borracho que a Vicki
le cruzaba la piel con los ramalazos de sus celos,
y que la obligó a lavar
el filo de su orgullo con la sangre de Owen,
y ella tuvo que
ayudarlo a vaciar el cerebro de Owen de recuerdos y de anhelos,
del deseo de su cuerpo
que virgen él había bautizado con su primera sangre,
quién iba a decirme que
tras el perjurio vendría el adulterio,
quién que por amor
sería cómplice de la cómplice de un asesino
que como un soldado
vertió su primera sangre del cuerpo de Owen,
quién iba a decirme que
probablemente seré un asesino
cuando como un sicario
aceche la borrachera de Carl con un palo,
quién iba a decirme que
mataría por una mujer además de por la patria,
que caería en la
trinchera de su cuerpo, que desborda de sangre y tiniebla.
La noche en que su cara
de gata me indujo al crimen,
cuando caí por su túnel
de sombra y resbalé por el limo de su trinchera,
la noche en que sentí
que tenía las sábanas impregnadas de barro,
que ella estrujaba lo
peor de mí, que me hundía en su raíz, la matriz,
la noche en que me ahogó
la conciencia que agonizaba de orgasmos,
aquella noche que se
encendieron las ascuas de dos ojos
y sentí que la husmeaba
una gata negra,
y que me acostaba con
dos mujeres, con ella y con la muerte,
cuando me encadenó a su
miedo, lo que más ama,
la noche en que la gata
saltó sobre la rata
(ella sobre Carl), y después azuzó a su perro (yo) contra ella
para que fuera presa de quien había sido presa,
la noche que sin
cuidado entraré en el útero húmedo de mi tumba,
la noche en que
lentamente caeré en el hoyo de mi muerte.
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