sábado, 17 de noviembre de 2018

DIARIO DE UN PARANOICO, 17 de Noviembre: El asedio



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Me roen las ratas grises del frío. Aislado como un preso o un loco, asediado por el ansia de una mujer y por mi propia ansiedad, acechado por sus asechanzas, hoy sábado, con una manta sobre los hombros y de madrugada, vuelvo a escribir en el blog. Sin embargo, no será el típico post sobre alguna película recientemente vista, sino la primera entrada de un triste diario. Y es que por culpa de Ángela todo lo que me era favorable ahora me es adverso. Todo lo familiar, hostil. Lo tranquilizante, inquietante. Mi ideal se ha transformado en un peligro. El sabor de la vida se me ha desazonado. Ni siquiera aquellas Furias griegas podrán dañar tanto como una mujer celosa encelada en tender celadas. Tengo hackeada por ella mi cuenta de Twitter y de correo electrónico, me ha monitorizado el teléfono y lanzado un virus en mi ordenador para controlarlo. De nada me valen formatearlo o cambiar de teléfono; al instante ella se encarga de hacerme saber que el asedio persiste. La he denunciado a la policía pero su padre, teniente de la comisaría central, se habrá encargado de que la denuncia no prospere. Si salgo a la calle, mis pasos son vigilados. Ella ha vuelto contra mí a todos mis familiares y amigos, que me hacen el vacío.
Al menos he convocado todas mis fuerzas para emprender este diario rompiendo mi bloqueo mental, correlato del cerco de peligro, del círculo de fuego que me acorrala. Terribles sucesos me impedían emprender un nuevo escrito. Incluso casi he abandonado el blog cinéfilo que tantas alegrías me ha deparado. El agotamiento de mi inventiva es garantía de sinceridad. No me hallo en condiciones de inventar episodios ni de estructurarlos, de cambiarlos o combinarlos, me limitaré a narrar los hechos con verdad y naturalidad, tal y como vayan sucediéndose. Escribir me desentumece los dedos y el espíritu. La mesa deja de parecerme un catafalco, el sofá y las sillas han dejado de jugar a las estatuas. Ningún monstruo se agazapa detrás de la pantalla de plasma. Ya hace menos frío. Pero hay algo que nunca cambiará: esa mujer y yo nos hemos convertido en las dos caras de una moneda. Y por supuesto, ella es la cara.
Mientras escribo, el cursor emprende por su cuenta un bailoteo o guiño circular de burla o irrisión. Ella tampoco duerme. No sé si me permitirá publicar estas líneas.
                               

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