jueves, 22 de noviembre de 2018

DIARIO DE UN PARANOICO, 23 de Noviembre: Una conversación esquizofrénica.



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Escribirme en el teléfono bxyczxtlmv fue el medio por el que Ángela reivindicó el asalto de la policía de la víspera. El puesto de su padre como Comisario Jefe le vale para disponer a su antojo de las fuerzas policiales. Al final los agentes me dejaron ir, no sin amenazarme con trasladar el caso al juzgado, aunque por supuesto no encontraron pruebas que me incriminaran. Furibundo de rabia, me puse a medir arriba y abajo el apartamento a largas zancadas, desde el escritorio al fregadero de la cocina, desde el fregadero al escritorio, con el tronco inclinado adelante y las manos estrujadas a la espalda, lamentando la injusticia de que era objeto.
Me cebé contra Ángela rearmándome de argumentos, la acusé de vengativa patológica y en voz alta le achaqué la persecución de que en los últimos dos años me ha hecho objeto por el solo hecho de haberme ido a la cama con una amiga cuando aún no sabía que me vigilaba por todos los medios posibles. Me imaginaba sus réplicas, y a este paso pronto impostaré su voz tenue y aflautada, imitaré su malignidad embotada por una calma engañosa, su serenidad afilada, acusándome de mi traición. Aunque llevábamos años sin vernos y vivíamos ella en Madrid y yo en Granada, cuando la engañé con Esther ya me constaba el interés de Ángela por mí, manifestado por unas palabras de mi hermana, colega suya en el oficio de periodista y buena amiga suya.
Y así me pasé la mañana de ayer, arriba y abajo por el apartamento, dándole réplica mental y escuchando sus motivos, trabando una disputa imaginaria dentro de mi cabeza. Solo mientras me puse a leer Sol de Mayo, el extraordinario thriller de Antonio Manzini, dejaron las voces de resonar en la bóveda craneal. Pero la discusión se reanudó durante el almuerzo. Engolfado en una retahíla de recriminaciones, se me achicharró la tortilla de patatas, y también de ello la culpé. En la figura de Ángela convergen tantas fuerzas invisibles que es capaz de dominarme o al menos condicionarme el pensamiento, como un demonio grande me hace rabiar como un demonio pequeño, me atormenta tirando de hilos inaprensibles, me tuerce y retuerce contorsionando la marioneta en que me he convertido. Y yo alimento su poder magnificándola, satanizándola como ahora, y me posee como un espíritu al médium que ha tenido la imprudencia de invocarlo. Es como si también me hubiera hackeado el cerebro o instalado en los sesos un chip determinante. La obsesión me domina. ¿Cuándo considerará que he pagado por mi falta, dejará de perseguirme desde el mundo virtual y se materializará en la vida real? Se supone que cuando nos veamos simularemos que nada de esto ha sucedido. Lo cierto es que Ángela se ha convertido en mi bestia negra. Es un enemigo omnisciente, omnipotente, de poder omnímodo. Si pudiera dejar de pensar en ella podría creer que estoy remontando la partida, y ya basta de todo esto porque describiendo su poder sobre mí no hago sino confirmarlo y volveré a enzarzarme en la discusión con un fantasma.
En nuestro cotidiano paseo por el centro, puse en antecedentes a mi madre sobre mis problemas con la policía. Indignado, le planteé la posibilidad de denunciar el atropello, pero encogiéndose de hombros me aconsejó dejarlo estar. Tuve que morderme la lengua para no acusarla de estar aliada con Ángela. En los tiempos que siguieron a mis devaneos con Esther mi madre se negó a pasear conmigo con la falsa excusa de una imaginaria artritis.
Hoy he pasado la mañana recostado en el lecho. Agotada la energía del odio, la exasperación ha dejado paso al agotamiento y la medicación me ha hecho efecto. Por la tarde he reunido fuerzas para escribir un post sobre El Abrazo de la Muerte, la película que vi ayer, con lo que el blog recupera un aspecto de normalidad. Por lo demás, en estos dos días no he encontrado rastro del barbas que me espiaba.
                     
                                        

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