Gemelas remotas vimos
la luz a las tres de la madrugada (yo a y cinco),
tú, Verónica, en París,
la ciudad de la luz y de la verdadera revolución,
yo, Verónica, en
Cracovia, una ciudad por entonces en blanco y negro,
pero pronto se apagaron las
luces en las ventanas de nuestras madres
y nuestros padres se nos quedaron tristes y las almohadas huérfanas,
y a los tres años, mientras
que me quemaba el dedo corazón en el horno,
tú te acercaste a tu
cocina y aunque aún no sabías que podías quemarte,
en el último instante
retiraste la mano como si te hubieran advertido,
y crecimos idénticas,
el pelo oscuro con juegos y reflejos castaños,
y pardos los ojos con
brillos de hierba entre el rocío de las estrellas,
bellas y tan felices
que nuestras únicas lágrimas fueron gotas de lluvia,
hasta que cierta mañana
coincidimos en una plaza de Cracovia,
en un delirio del
tiempo, en plena borrachera del destino, se cruzaron
nuestros pasos
paralelos, tú, siempre más afortunada, eras una turista
y yo, tu doble, una
estudiante atropellada por una protesta de jóvenes,
me miraste sin verme,
sin reconocerte, hasta me congelaste en una foto,
y partiste en el
autobús dejándome perdida entre los puños y gritos,
mis partituras al vuelo
entre la primera estatua derribada, el primer dios
expulsado de los
tormentosos cielos de aquellos tiempos revueltos.
Cada vez que elegías
una calle, una cafetería, un amigo,
creías que eran el azar
o tu invisible madre la que te decidía,
igual que retiraste a
tiempo tu mano del horno,
incluso abandonaste tus
clases de canto sin saber el motivo,
ignorando que desde
este mundo translúcido fui yo quien te salvó:
nuestro corazón no
tolera el esfuerzo de los agudos ni los cambios de tono,
y así la arritmia había
trazado el disonante pentagrama de mi muerte.
Nunca olvidaré mi
último día: las tenazas del infarto ahogándome
en plena cantata, cómo
achacaban todos la mímica del dolor
a mis dotes de actriz, cómo
giró la sala devorando al público,
se abrieron pozos de
vértigo, los cantantes se despeñaron por ellos
y caí en el útero de mi
tumba, y al poco me levanté y con asombro
me separé de mi
cadáver, lenta y tranquila, solo un poco más torpe
que de costumbre, ahora
llegaba algo más tarde a todas partes,
invisible, como un buzo
me movía en un tiempo distinto al resto,
percibía la realidad
con retardo de vía satélite, como en una resaca
los objetos se me
alejaban a tres segundos de distancia,
pero porque estaba
acostumbrada a llegar tarde pude empezar a cuidarte,
aunque cinco minutos
menor, te protegía como una hermana mayor,
ya no tu misteriosa
hermana del Este, sino del otro lado del tiempo,
y te envolví en una
translúcida crisálida de mariposa. Te he ayudado
desde este lugar de
tristeza e indiferencia, conceptos que aquí no se oponen,
desde este mes
decimotercero entre enero y febrero, desconocido
para los vivos, un
mundo gris, nublado, parecido a una ciudad del Este,
donde se sigue
ignorando si hay dioses y mi único pasatiempo
es ver la película de
tu vida proyectándose en el espejo del lago,
en una pantalla
líquida, tu cara que es la mía surcada por las ondas.
Desde mi muerte he sido los chasquidos de fuego al teléfono
las interferencias de la radio y del portero automático,
los pasos enfermos crepitando en las hojas de los parques,
los pasos enfermos crepitando en las hojas de los parques,
la estela de perfume
que no reconoces al salir de la ducha,
el silencio que sigue
al último verso de un poema alucinante,
el reflejo primaveral
que nada en el crepúsculo de tu ventana,
el parpadeo de la tele
cuando te quedas dormida en el sofá,
la burbuja de jabón que
exhala el niño de la ventana de al lado,
el rumor de alas de una
mariposa, el destello del espejo en la noche,
el brillo convexo de
una canica, la brisa de las rosas,
una ausencia, una idea
fugaz, el primer copo del olvido,
la estrella que esperas
con tu padre para celebrar la Navidad,
desde entonces te he
velado, acompañado, auspiciado:
estoy al fondo de la
calle del cuadro que te hechizó en el Louvre,
en la almena del
castillo de tu fantasía, a un lado del paisaje soleado
que recuerdas de un
lejano viaje, en la playa azul de tu último sueño,
en el invisible vidrio de tu soledad, en la bola de cristal de tu memoria,
en la página en blanco
de tu ensimismamiento:
yo soy quien a tu paso
abre las puertas automáticas.
Aunque te veo como a
través de la lluvia, de un cristal esmerilado,
no he dejado de protegerte
con mi ala transparente:
mi muerte ha sido tu
suerte.
En la nebulosa de este
silencio condensado en el que me licuo,
en este tiempo sin
tiempo me recuerdo haciendo el amor
mientras te veo hacerlo
a ti, enseñar música a los niños,
reír con tus amigos,
visitar a tu padre, leer en la biblioteca,
enamorarte de alguien
que aún no conoces.
Y hasta ahora que me
has reconocido en aquella foto de la plaza,
como si en vez de
hacerla te la hubieran hecho a ti,
no me he sumergido como
aquel buzo al fin en tu conciencia,
ya te he dicho que
siempre llegaba tarde a todas partes,
entraba tarde en el
coro, estudié piano demasiado tarde,
perdí algo tarde la
virginidad y llegaba tarde a clase,
y en esta eterna resaca
todo lo percibo tres segundos tarde,
lo único que hice
demasiado pronto fue morirme,
pero ahora vivo a
través de ti, conmigo nunca estarás sola,
ni tampoco yo recorreré
sola el desierto sin fin de esta soledad,
ya sabes por qué te
sientes aquí y allá, en el presente y el pasado:
soy tu sombra blanca,
la paloma que cruza tu mirada,
el temblor de las
hojas, la emoción que sientes al leer la historia
de la bailarina que
muere y revive en la que le sucede,
el susurro
inexplicable, el viento en los flecos del alba,
el humo del ocaso, el
reflejo del vaso triste,
el instante que pasa,
el fulgor de tu mente,
el silencio de la
lluvia o del fuego,
soy, no quería decirlo,
tu ángel de la guarda.
¡Una delicia! Estoy segura de que el ángel de la guarda siempre nos empuja a enamorarnos de alguien a quien no conocemos, cada día.
ResponderEliminarÁngeles promiscuos y generosos los que propones, ya que invitarían a practicar lo que ellos mismos no pueden hacer... Pensándolo bien tienes mucha razón: Nadie puede tener más ganas de hacer el amor que los muertos.
ResponderEliminarexquisito relato..me encanta tu modo de escribir. Tus descripciones movilizan.
ResponderEliminarGracias por compatir
Gracias a ti por tan generosa recepción. Siempre procuro potenciar las imágenes, son el 99% de la escritura creativa.
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