jueves, 6 de febrero de 2014

LA DOBLE VIDA DE VERÓNICA




                  

Gemelas remotas vimos la luz a las tres de la madrugada (yo a y cinco),
tú, Verónica, en París, la ciudad de la luz y de la verdadera revolución,
yo, Verónica, en Cracovia, una ciudad por entonces en blanco y negro,
pero pronto se apagaron las luces en las ventanas de nuestras madres
y nuestros padres se nos quedaron tristes y las almohadas huérfanas,
y a los tres años, mientras que me quemaba el dedo corazón en el horno,
tú te acercaste a tu cocina y aunque aún no sabías que podías quemarte,
en el último instante retiraste la mano como si te hubieran advertido,
y crecimos idénticas, el pelo oscuro con juegos y reflejos castaños,
y pardos los ojos con brillos de hierba entre el rocío de las estrellas,
bellas y tan felices que nuestras únicas lágrimas fueron gotas de lluvia,
hasta que cierta mañana coincidimos en una plaza de Cracovia,
en un delirio del tiempo, en plena borrachera del destino, se cruzaron
nuestros pasos paralelos, tú, siempre más afortunada, eras una turista
y yo, tu doble, una estudiante atropellada por una protesta de jóvenes,
me miraste sin verme, sin reconocerte, hasta me congelaste en una foto,
y partiste en el autobús dejándome perdida entre los puños y gritos,
mis partituras al vuelo entre la primera estatua derribada, el primer dios
expulsado de los tormentosos cielos de aquellos tiempos revueltos.


Cada vez que elegías una calle, una cafetería, un amigo,
creías que eran el azar o tu invisible madre la que te decidía,
igual que retiraste a tiempo tu mano del horno,
incluso abandonaste tus clases de canto sin saber el motivo,
ignorando que desde este mundo translúcido fui yo quien te salvó:
nuestro corazón no tolera el esfuerzo de los agudos ni los cambios de tono,
y así la arritmia había trazado el disonante pentagrama de mi muerte.
Nunca olvidaré mi último día: las tenazas del infarto ahogándome
en plena cantata, cómo achacaban todos la mímica del dolor
a mis dotes de actriz, cómo giró la sala devorando al público,
se abrieron pozos de vértigo, los cantantes se despeñaron por ellos
y caí en el útero de mi tumba, y al poco me levanté y con asombro
me separé de mi cadáver, lenta y tranquila, solo un poco más torpe
que de costumbre, ahora llegaba algo más tarde a todas partes,
invisible, como un buzo me movía en un tiempo distinto al resto,
percibía la realidad con retardo de vía satélite, como en una resaca
los objetos se me alejaban a tres segundos de distancia,
pero porque estaba acostumbrada a llegar tarde pude empezar a cuidarte,
aunque cinco minutos menor, te protegía como una hermana mayor,
ya no tu misteriosa hermana del Este, sino del otro lado del tiempo,
y te envolví en una translúcida crisálida de mariposa. Te he ayudado
desde este lugar de tristeza e indiferencia, conceptos que aquí no se oponen,
desde este mes decimotercero entre enero y febrero, desconocido
para los vivos, un mundo gris, nublado, parecido a una ciudad del Este,
donde se sigue ignorando si hay dioses y mi único pasatiempo
es ver la película de tu vida proyectándose en el espejo del lago,
en una pantalla líquida, tu cara que es la mía surcada por las ondas.


Desde mi muerte he sido los chasquidos de fuego al teléfono
las interferencias de la radio y del portero automático,
los pasos enfermos crepitando en las hojas de los parques,
la estela de perfume que no reconoces al salir de la ducha,
el silencio que sigue al último verso de un poema alucinante,
el reflejo primaveral que nada en el crepúsculo de tu ventana,
el parpadeo de la tele cuando te quedas dormida en el sofá,
la burbuja de jabón que exhala el niño de la ventana de al lado,
el rumor de alas de una mariposa, el destello del espejo en la noche,
el brillo convexo de una canica, la brisa de las rosas,
una ausencia, una idea fugaz, el primer copo del olvido,
la estrella que esperas con tu padre para celebrar la Navidad,
desde entonces te he velado, acompañado, auspiciado:
estoy al fondo de la calle del cuadro que te hechizó en el Louvre,
en la almena del castillo de tu fantasía, a un lado del paisaje soleado
que recuerdas de un lejano viaje, en la playa azul de tu último sueño,
en el invisible vidrio de tu soledad, en la bola de cristal de tu memoria,
en la página en blanco de tu ensimismamiento:
yo soy quien a tu paso abre las puertas automáticas.
Aunque te veo como a través de la lluvia, de un cristal esmerilado,
no he dejado de protegerte con mi ala transparente:
mi muerte ha sido tu suerte.


En la nebulosa de este silencio condensado en el que me licuo,
en este tiempo sin tiempo me recuerdo haciendo el amor
mientras te veo hacerlo a ti, enseñar música a los niños,
reír con tus amigos, visitar a tu padre, leer en la biblioteca,
enamorarte de alguien que aún no conoces.
Y hasta ahora que me has reconocido en aquella foto de la plaza,
como si en vez de hacerla te la hubieran hecho a ti,
no me he sumergido como aquel buzo al fin en tu conciencia,
ya te he dicho que siempre llegaba tarde a todas partes,
entraba tarde en el coro, estudié piano demasiado tarde,
perdí algo tarde la virginidad y llegaba tarde a clase,
y en esta eterna resaca todo lo percibo tres segundos tarde,
lo único que hice demasiado pronto fue morirme,
pero ahora vivo a través de ti, conmigo nunca estarás sola,
ni tampoco yo recorreré sola el desierto sin fin de esta soledad,
ya sabes por qué te sientes aquí y allá, en el presente y el pasado:
soy tu sombra blanca, la paloma que cruza tu mirada,
el temblor de las hojas, la emoción que sientes al leer la historia
de la bailarina que muere y revive en la que le sucede,
el susurro inexplicable, el viento en los flecos del alba,
el humo del ocaso, el reflejo del vaso triste,
el instante que pasa, el fulgor de tu mente,
el silencio de la lluvia o del fuego,
soy, no quería decirlo,
tu ángel de la guarda.

   

4 comentarios:

  1. ¡Una delicia! Estoy segura de que el ángel de la guarda siempre nos empuja a enamorarnos de alguien a quien no conocemos, cada día.

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  2. Ángeles promiscuos y generosos los que propones, ya que invitarían a practicar lo que ellos mismos no pueden hacer... Pensándolo bien tienes mucha razón: Nadie puede tener más ganas de hacer el amor que los muertos.

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  3. exquisito relato..me encanta tu modo de escribir. Tus descripciones movilizan.
    Gracias por compatir

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  4. Gracias a ti por tan generosa recepción. Siempre procuro potenciar las imágenes, son el 99% de la escritura creativa.

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