lunes, 14 de julio de 2014

CHARADA




                 


Si no tuvieras mil máscaras sobre la cara
y ahora que te pellizco la mejilla no temiera arrancarte otra,
si no te hubieras probado todos los disfraces de la impostura
y ahora que te desnudo no temiera encontrar el vacío,
si no te hubieras puesto cuatro nombres en cinco días,
Joshua, Carson, Alexander, Brian, todos divorciados,
no habría vivido contigo tantas vidas como un novelista.

Aún no sé si eres el galán otoñal de pelo ala de cisne
que en Saintz Moritz hacía resbalar la inocencia de las esquiadoras
y como a una gatita acogió mis maullidos de esposa abandonada;
o quizás el amigo en cuyo hombro pude reclinar el asombro
de encontrarme el piso histérico de polvo tras la muerte de su dueño,
mi marido, y me ayudó a soportar las sospechas de la policía
y de los cuatro canallas que tenía por camaradas
y me creían en poder de su cuarto de millón;
o tal vez mi acompañante, caballero andante,
ya que para entretenerme los nervios me invitaste a un cabaret
y me conseguiste en tu hotel una habitación contigua a tu cariño;
sí, fuiste mi peligroso protector cuando me libraste del acoso
del hombre del gancho por mano que me engarfiaba la paz,
y del que dejaba caer cerillas prendidas en mi vestido acrílico;
o mi entrañable enemigo, porque el del gancho me advirtió
que también tú me husmeabas en las medias el rastro del dinero.

Pero seas quien seas te has alojado en la suite de mi afecto,
paseas los dedos por mi piel, habitas mis ojos y miras sus vistas,
navegas por mi sangre y planeas por mis pechos,
te estiras con mi sonrisa y te encoges con mis pucheros,
te refrescas en el viento de mi pelo.
Seas quien seas, estás divorciado de la tristeza,
eres el hombre de nadie,
mío.

Si por los ojos no te pasaran nubes y claros
y ahora no temiera que fueran gafas que te ocultaran los verdaderos,
si no hubieras impostado tu persona bajo tantos personajes
y ahora no fuera tu personalidad difusa como la niebla,
si con tantas mentiras no te hubieras desmentido a ti mismo
y hasta tus sombras no fueran de humo,
no habría podido inventarte, fantasma de mi fantasía.

Aún no sé si eres mi cordial enemigo o el espía íntimo
al que mis pasos burlaron camino del mercado,
donde me había citado Mr. Bartholomew, el circunspecto embajador;
si eres mi alegre víctima o mi cazador cazado,
porque Bartholomew me recomendó que te vigilara;
si el fabricante de mis risas o el aliado de mis miedos;
quizás mi cómplice, ya que dejaste al del gancho colgando del vacío;
el inventor de mi cariño y hasta mi proveedor de aliento,
cuando lograste que los cuatro canallas sospecharan entre sí;
mi guardaespaldas o mi asesino,
compañero o fisgón,
no sé si persigues mi dinero mientras yo tus pantalones
o mi amor mientras yo tu timidez;
tal vez solo fuiste el payaso del circo de mi locura,
mientras te duchabas con el traje y el reloj sumergible;
puede que mi pretendiente,
aunque acaso cortejaste a mi muerte en el restaurante flotante;
no sé si un ladrón de guante blanco o un sicario con otro negro,
si un amante con ojos de cielo o un agente del Tesoro,
si un inspector de Hacienda o un defraudador de mis ilusiones,
pero lo cierto es que al final fuiste mi salvador
cuando en las columnas del Palais Royal cazaste al lobo de Bartholomew
que había devorado a los cuatro corderitos de mi marido,
y ahora solo eres el aliado de mis sábanas,
cómplice de mi almohada, espía de mi piel,
asesino de mi aburrimiento.

Pero seas quien seas,
te escondes en el hueco de mi clavícula, te insinúas en mi oído,
visitas mis músculos llamando con espasmos a la puerta,
nadas en mi río de lágrimas de risa,
y gracias a ti, eterno divorciado de la soledad,
solo he enviudado de la tristeza
y soy la mujer de todos los que eres,
la mujer de nadie,
tuya.
             

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