Tener o no tenerte, esa
es la cuestión
desde que te ha
arrebatado el sueño eterno, la mano izquierda de Dios,
ahora que del lirio de
tu cadáver transciende una vaharada de alcohol,
una ráfaga de tabaco,
el aroma de la aventura y de la emoción,
la estela alucinatoria
del amor: tu cuerpo entre las velas me evoca la pasión,
no el primer indicio
del olvido, podrido y dulzón,
no tenerte desde que te
ha amordazado la medusa del tumor,
Bogie, cada noche
vendrá tu sombra y tendrá mi corazón.
Te haré caso: seré una
viuda alegre, llevo luto blanco y el humor sarcástico,
haré como tú, cuando te
alegraba la tristeza o la alegría te escarnecía.
Antes de tenerte eras
el rey del hampa más tiroteado,
un gángster sin
destino, encarcelado, gaseado, electrocutado, ahorcado,
la corrupta máscara de
un mundo en descomposición, la Gran Depresión,
un criminal de cera que
en un Cadillac llevaba la muerte de contrabando,
una mueca de amargura y
burla, de baile triste, farsa y funeraria,
pero también un Quijote
de las calles, Sam Spade o Philip Marlowe,
una gabardina que de la
soledad de la lluvia se incorporaba al jazz,
un leal borsalino
denegando en la niebla a una rubia fatal,
un revólver bruñido, el
chasquido de una alcantarilla: eras el noir.
Enseñaste a fumar a una
generación,
con telarañas en los
ojos y tocando el cigarrillo como una flauta travesera,
todos se palpaban la
oreja, se asían la cintura con los brazos como asas.
Antes de conocerte eras
truculento y duro como el Bronx,
letal, nasal, bajo el
labio rígido tu voz era de pedernal,
hasta que en High
Sierra gracias al ritmo de Raoul Walsh
la sonrisa te pasaba
por la cara como el ángel de la libertad,
y después el espíritu
de un personaje te poseyó para siempre:
no Rick, sino Steve,
había un pianista, pero
no era Sam, sino Hoagy,
ronroneaban una ruleta
y una mujer que por azar o necesidad
de todos los locales
del mundo entraba en un bar,
no en Casablanca, sino
en la Martinica, también de Vichy,
la gata que ronroneaba
era yo, que me enroscaba en tu corazón:
Bogie, a mí no me
habrías empaquetado a Lisboa en ningún avión.
Tener o no tenerte, esa
es la cuestión,
sabía que después de ti
más dura sería la caída,
y que la vida sería una
senda tenebrosa, un callejón sin salida,
horas desesperadas en
un lugar solitario,
sabía que no tenerte
sería el precio de haberte tenido
como tú sabías que
pagarías por fumar un millón de cigarrillos sin filtro,
pero cada noche vendrá
tu recuerdo y obtendrá mi razón,
cada noche vendrá tu
escalofrío y tendrá mi calor.
Cuando empecé a tenerte
eras Rick, un mito,
y para poder mirarte
Hawks me dijo, garza, mira al infinito,
y de la portada de
Harper´s Bazaar salté a la fama, a tu cama,
Bogie, no tenías que
actuar conmigo, no necesitabas nada,
ni siquiera que darme
fuego o llamarme flaca,
no tenías que hacer ni
decir nada, escribieron Faulkner o Furtman,
para que me conmovieras
bastaba que fueras tan raro, contradictorio,
tan frío y oscuro y
bello como un acuario o un vidrio en invierno,
una lija por fuera y
algodón por dentro, serenamente desesperado,
con una sonrisa que te
anochecía adentro antes de alborear en la cara,
bastaba que odiaras la
vida porque continuaba o la amaras porque terminara,
bastaba que en la
fiesta de tu presencia me presentaras a tu amiga la botella,
que en mi mano cayera
de tu moneda la cara romántica o la cruz cínica,
que desataras tu
rebeldía como si liberaras una jauría,
que acariciaras tu tristeza
como a una yegua lenta pero muy bella,
te bastaba ser tú,
seguir siendo Bogie con los rictus y ritos de Rick,
y tu rostro me expresaba
tan exacta como a Chandler, Huston, Curtiz,
y me enamoré de ti como
toda cámara con cinta en blanco y negro,
y nuestro amor fue un
poeta prolífico, inagotable, tan borracho como tú,
y nuestra amistad fue
una adolescente virgen de ojos verdes como fui yo,
y tus besos me
convulsionaban como disparos o heridas de metralla,
y mis abrazos quedaban
inermes como pistoleros encasquillados.
Tener o no tenerte, esa
es la cuestión,
ahora que de tu cadáver
se evaporan el amor y la desesperación,
no tenerte y recordarte
será una amarga victoria,
pero tenerte era una
pasión ciega: cuando estabas podía olvidarte
como el crepitar de los
días o los rumores de la sangre,
a veces parecías
ausente como si ensayaras la muerte,
te probabas el vacío y la indiferencia como un
traje de luto,
y en cada borrachera
ensayabas la muerte como Roy Earle la perseguía
como un perro con rabia
subiendo High Sierra,
y yo veía que el mundo
se abría a tus traspiés y bandazos
como en el cine las
curvas de la alta montaña obedecían a tus volantazos
(aún no te conocía pero
tenía celos de Ida Lupino, hasta del perro),
y nuestro amor fue un gángster
libre, rebelde, irrefrenable,
un poeta maldito, loco,
hambriento, sediento de sombra pero iluminado,
un héroe extenuado y
solitario que ganaba cuando caía derrotado.
Bogie, sabes que no
necesitas actuar conmigo,
ya he dicho que tener o
no tenerte es la cuestión,
no tienes que hacer ni
decir absolutamente nada,
bastan tu simpatía
siniestra, tu fúnebre alegría,
puedes, como ahora,
hacerte el muerto, quedarte muy quieto,
pero si desde más allá
alguna vez me necesitas, solo tienes que silbar.
¿Sabes silbar, no? Para
hacerlo, no te hace falta ni respirar,
ni siquiera moverte, es
más fácil que morir o que amar,
da igual que te quedes
en blanco, pálido y frío,
igual que estés lacio,
yerto, extraviado en los caminos sin tiempo,
o que no te riegue la
sangre, que se te quede el cuerpo dormido:
solo tienes que poner
los labios juntos aunque te falte el aliento
o no solo tengas rígido
el de arriba sino tú entero,
basta juntar los labios
y soplar,
o solo suspirar,
exhalar,
si quieres volver a
tenerme, solo tienes que silbar.
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