Reina de París,
embajadora de la tuberculosis,
belleza demasiado
alegre para ser feliz,
te adoramos en los bailes
y palcos, en los salones y bulevares,
nos deshacemos en ramas
de ojos y racimos de elogios
en agradecimiento a las
voraces torcaces de tus manos,
y al cisne famélico que
despliega sus alas dentro de tu pecho
y a la gaviota con
hambre que te salta con la sangre,
que nos han librado de
enamorarnos de ti, psicosis de las esposas de París,
la bien amada de la
tuberculosis,
ángel impuro ornado de
terrorífico y paradójico blanco,
gracias por los
desaires, los despechos, los desplantes,
por haberte aureolado
de los escalofríos de un “no”,
si no fuera por tus
rechazos nos devorarían los buitres de los celos,
alimentaríamos las tenias
insaciables de la esperanza,
y tu pañuelo
contagiaría los gérmenes del amor
a todos los que como
una habitación por horas alquilamos tu corazón,
tus saturninos
satélites,
cortesanos de una
cortesana, tu corte de ex amantes,
tus deudores solo
queremos cuidarte, de los acreedores librarte,
ya que necesitas más
amor que oro, más salud que amor, Margarita Gautier,
imaginarte como antes,
repartiendo romances por las fiestas galantes,
esparciendo tu juventud
en intrigas de escalinata y juegos de canapé,
vendiendo las camelias
de tu virtud por mil francos en marrones glacés,
subastando el rapé de
tu ingenio a los especuladores del placer,
cuando tu vanidad era
una joven en su baile de puesta de largo
y tu alegría estallaba
en champán, toses y fuegos de artificio.
Dinos, golondrina de marfil,
Margarita o camelia, Camille,
¿qué habría sido de
nuestros matrimonios si nos hubieras correspondido?
¿Si con nuestras
herencias y ganancias no te hubieras conformado?
No habríamos soportado
las águilas de tu mirada
y por nuestros salones
tu amor se habría paseado como un león de fuego.
No habríamos resistido
la subida de la fiebre de tus placeres
y por las salas de
juego tu deseo habría desfilado como un revolucionario.
En los dormitorios se
declararía tu amor como una enfermedad, un incendio
y por el foyer de los
teatros tu agonía pasaría como una mujer desnuda.
No envidiamos la suerte
de Armando Duval,
de nosotros el único,
el último, el ínfimo de la fortuna,
por haber merecido de
tu memoria una lágrima,
de tu futuro una
promesa, un pétalo de tus camelias,
solo venimos a cuidarte,
paloma de ópalo,
varada sirena de nácar,
espuma y alabastro,
a temblar ardientes
como llamas de cirios, fuegos fatuos de cementerios,
como pálidos deudos de
velatorios
venimos a velarte, a
perdonarte el tamaño de tu desprecio,
mariposa blanca, aurora
turbia, nieve quemante,
hemos venido a
amortajarte de recuerdo con tu velo como sudario,
nunca agradeceremos
bastante a tu indiferencia casquivana,
a tu ignorancia de coqueta,
a tu descortesía y alegría liviana,
habernos librado del
albatros de tus abrazos,
de
los pavos reales de tus ambiciones,
de las lechuzas de tus
premoniciones, intuiciones de muerte,
solo hemos venido a
verte, a imaginarte como antes,
cambiando el paso a los
giros del vals, la política, el bacará,
con el abanico
equivocando a los intérpretes de Chopin,
por la
gasa de tu velo y de la luna besando las estatuas del jardín,
reinando como el amor y
la muerte en París.
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