Sin manos soy un
prestidigitador que ha perdido sus dos palomas, Wilma,
y con dos manos de
desventaja mis garras te desgarran la piel de la pena,
porque conmigo serás
novia del luto, del hierro, del desconsuelo.
En sueños aún veo a mis
dos manos como tarántulas de cinco patas
caminando sobre mi
horror, mis manos negras, hediondas, carbonizadas
en el bombardeo de
nuestro portaaviones a manos de los japoneses,
cuando trescientos
camaradas le dieron en el agua la mano a la muerte,
las manos velludas
vienen por el filo del sueño, del miedo, a estrangularme,
muerte por aire, agua o
fuego, siempre estoy en manos de la muerte,
vienen las dos a
vengarse por intentar amputármelas del recuerdo,
en la vigilia vienen
por renegar de su memoria a ahogar mi amor por ti,
por burlarme de ellas
diciendo que ya no tendré que hacerme la manicura
esas dos me derraman de
los vasos el veneno de la compasión
y las copas tiemblan
entre mis ganchos y me vierten el ácido de la piedad,
por decir que no
volveré a ponerme guantes, que ahora sí que tengo gancho
he soñado que vivía en
un mundo donde yo era el único que tenía manos
y todos me las miraban
morbosos de curiosidad o enfermos de horror,
por decir que ya no
tendré que lavarme las manos, que me tenían harto
nudillos y falanges,
que no me las frotaré ni crujiré, sórdido o temible,
tenemos a mano yo la angustia y tú los muñones del amor.
Ya que soy un hombre
sin tacto, te diré: lo peor es no tocártelo, no tocártelo.
En la Marina me
enseñaron a abrir con estos ganchos las botellas,
a encender cerillas, a
comer (rumiar mi desesperación), a vestirme
(de conformismo), pero
no a sostener la esperanza ni acariciar la ilusión
de tenerte, ¿cómo haré
para palparte el coral de cada pómulo, seguir la curva
de la nuca y de la
espalda, para tocarte lo que más quiero (no tengo tacto)?
En el vuelo que me
trajo de vuelta no dejaba de imaginarte, veía tu cara
perfilarse en el cielo,
tu pelo se expandía en cirros oscuros, la frente
velada por la bruma, las mejillas aéreas, irisadas de tenues reflejos,
tu cabeza nimbada de un
halo difuso, con una aureola de niebla,
cuando por el aire
vinieron mis dos manos a estrujar las nubes
y la lluvia bajó por tu
cara y te oscurecieron relámpagos de sombras:
dudaba del presente y
de mi realidad porque nos prometimos de niños
y pensé que igual que
yo solo había concebido la vida a través de tu mirada
tú habrías moldeado tu
mundo a la medida de mis manos, y ya nuestro futuro
colgaba de mis dos
garfios como una res sacrificada, como un ahorcado,
y por el cielo pareció
vibrar un caza japonés, y te imaginé junto a un hombre
con dos manos y las
lágrimas corrieron en sentido inverso hacia tus ojos.
En sueños me veo unas
manos negras que hieden a miedo, a muerto,
unas manos que en vez
de palomas son cuervos pero no me sirven de nada,
ni siquiera para
suicidarme, pues ya solo podría hacerlo tirándome al vacío
o al mar, como mis
trecientos camaradas: con estos hierros no flotaría,
las manos del sueño
tienen lepra y nada pueden darte ni recibir de las tuyas,
no puedo echarte una
mano, y por no contagiarte ni siquiera me atrevo
a tocarte lo que más
quiero: puedo decírtelo ya que soy un hombre sin tacto.
Es injusto, pero solo
por intentar olvidarme de que una vez las tuve,
por jactarme de que
ahora tendrán que invitar a ron al capitán Garfio,
por tratar de impedir
que el recuerdo de mis manos te aparte de mí,
vienen las dos a
estrangularme la confianza y a ahogarme de rabia,
a hacerme creer que
solo por compasión me dices que está en mi mano
que te quedes, que es
la pena la que te ata las manos a un inútil,
a un ser indefenso
incapaz hasta de matarse por su propia mano.
Por burlarme de mis
antiguas manos mano a mano con mis amigos,
me he quedado en manos
de la angustia, por decir que no puedo aplaudir,
el desaliento me lleva
de la mano y estoy a mano de la catástrofe,
por decir que ya no
pondré la mano en el fuego ni me las lavaré imparcial,
que ya no se me
quedarán frías ni tendré que preocuparme de los anillos
voy de la mano de mis
dos viejas manos que solo me sueltan para pegarme,
por dejar que Wyler me
exhiba sin manos junto a Dana Andrews en un film,
por gritar que en
ninguna otra guerra podrán ya quemarme las manos,
que con ninguna mano
podré taparme los ojos, aunque en el portaaviones
trabajaba en la bodega
y nunca vi nada, ningún soldado ve nunca nada,
por mucho que intente olvidar
mis manos para quererte ellas vuelven
y te empujan lejos y me
recuerdan que ahora que soy un hombre sin tacto,
Wilma, por fin puedo
decirte qué es lo que más quiero tocarte: el corazón.
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